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Febrero 13, 2003

Madrugadas desastrosas, ayuda...

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No puedo creer que existiendo cosas como las anillas para mantener las servilletas enrolladas o los tirantes o las redecillas del pelo no exista en esta zorra ciudad un solo fontanero-24 horas. Me resulta increíble y me mosquea sobremanera pensar en que faltan bastantes horas para que venga mi portero o para que algún maldito móvil de algún allegado no me salga con el mensaje de voz de prostituta cara. Mientras tanto alguna zona de por ahí donde están esas cosas raras metálicas con cables que hay debajo de mi fregadero y que no me atrevo a inspeccionar gotea inexorable, sin parar, sin parar, plic, plic, plic...¡Me vuelvo loca!. Seré la primera estúpida que haya muerto de cansancio fregona en mano y de rodillas sobre tres toallas empapadas. Puede que ni siquiera muera de cansancio y lo haga por asfixia, al expresar entre dientes palabras malsonantes demasiado largas e inadecuadamente espaciadas verbalmente a causa de la rabia que inunda (y literalmente si pronto no muevo las posaderas) todo mi diminuto e inútil ser.

Y me tiene que pasar a las cuatro y media de la mañana. La hora más indicada. A pesar de mi desesperación (o justamente por ella) quiero dar las gracias desde aquí a toda la empresa Danone y en especial al Poeta de la Mousse porque sin ellos me hubiera ido a dormir sin entrar en la cocina y consecuentemente sin reparar en que el Mississippi se ha mudado a mi casa. Incluso me ha parecido ver algún vapor repleto de yankis de 1920 que me saludaban y hacían cucamonas desde la esquina del cubo de la basura.
No puedo creerlo en realidad. Me siento indignada y estoy deseando encontrar el teléfono del fontanero que hace escasos meses visitó mi cuchitril para "solucionar" este mismo problema. Cuando lo vea le daré una extremaunción barata, a imagen y semejanza de sus chapuzas.
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Puede que no sobreviva. Oigo desde aquí ese goteo demencial, "nunca más, nunca más" dice con calma obsesiva. Se me han acabado las toallas y no puedo quitar más agua porque el único cubo que tengo está justo debajo del sitio de donde parece que se ha producido el escape. Curiosamente cada vez que entro a los cinco minutos de haberlo fregado todo (y con el cubo bajo ese chorro mortal de los bajos del fregadero) vuelvo a encontrar agua. ¿De dónde sale?? ¿Qué hay exactamente debajo de mi cocina? ¿Por qué nadie me avisó de que habían construido este piso encima de un cementerio de buzos?
También aprovecho estos momentos para deposicionar sobre mis antepasados más cercanos en el tiempo. Me mudo aquí sola, torpe y encantadoramente lerda como soy, y la mujer que me otorgó la vida se dedica a darme instrucciones del estilo de "no dejes las alcachofas más de seis meses en el frigorífico" (sabiendo como sabe que odio a muerte las alcachofas) o en plan "cuando pongas la lavadora acuérdate de los letreros que te he dejado tatuados detrás de la oreja donde pone las cantidades de detergente y suavizante según los kilogramos de ropa sucia". Buenos consejos, no lo dudo, pero no hubiera estado mal que me aleccionase asimismo sobre temas como Precauciones con la bombona de butano o Lugar donde se puede encontrar la llave de paso del agua en la cocina de Caína y cómo manipularla. Y no hablemos de mi padre. Siempre obsesionado con la seguridad y sólo se preocupó por aquel entonces de que ningún cuadro se cayera y me partiese la crisma, dejando varios agujeros de 5 cm de diámetro con cada comprobación suya , consistente en colgar sus ciento cincuenta kilos largos (a lo ancho) de todas y cada una de las alcayatas que clavaba a duras penas con el fabuloso trozo de mármol sobrante de la cocina que mi madre bautizó como “mi martillo” y elemento estrella de ese tupper XL que igualmente la autora de mis días denomina “mi caja de herramientas”.
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Es posible que mañana no exista ya Ana Caína. Quién sabe, quizás hoy es mi última noche entre los mortales y mañana sea mi obligación ir a rendir cuentas, hacerle la pelota a San Pedro o hablar de grupos de música satánica con el Diablo cojuelo, según me toque. Aunque es más lógico que acabe en el limbo, con todas esas otras almas idiotas que fueron malvadas en vida pero a las que no se ha mandado al averno por si organizan algún estropicio con sus despistes. Sea lo que fuere lo que me depare el futuro, recuerden todos: si se van a vivir solos no dejen las alcachofas más de seis meses en el frigorífico. Requiescateando in pacem, Ana Caína, Ofelia por error.


Febrero 13, 2003 04:30 AM