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Noviembre 07, 2003

Mi crueldad y yo.

[Este post es de hace la tira, pero no lo colgué en su día. Aprovecho para ponerlo hoy, que viene al pelo, y así me ahorro escribir palabras malsonantes.]

Esta mañana el contenido de mi ropa no era yo. Admito que el parecido era razonable, pero no era yo. Yo seguramente me quedé durmiendo, apagada, y en mi lugar mandé a mi crueldad, esa gran amiga que tantas veces me hace los recados y participa en las conversaciones haciendo uso, con mi permiso, de mi voz.
Mi crueldad ve las cosas de una forma que sólo puedo definir como maravillosa. Cuando un niño en triciclo se escurre por una cuesta con los pies fuera de los pedales y dando gritos de pánico mi crueldad se pone cómica y se alegra y observa curiosa la escena esperando que el niño se desvíe y caiga en medio de la calzada, y lo atropelle un autobús. Sueña seguramente con poder ver a su atribulada madre transida de dolor y culpabilidad por haberlo dejado suelto en una acera tan estrecha. Los hombres que descargan el camión un poco más abajo dejan lo que están haciendo y se acercan, y toda la calle se descompone y se descoloca y gira alrededor de ese guiñapo envuelto en una talla 10. Durante un rato mi crueldad siente algo delicioso mientras piensa en la (breve) vida y (rápida) muerte de ese niño. Se convertirá en una víctima, y habrá mucha gente amable que colmará de atenciones a su madre, y perderá el resto de una vida monótona de pobre gusano en beneficio de una muerte trágica y delicada, con amiguitos tristes que le dejan dibujos en la tumba y hermanas adolescentes que pueden repetir curso con la excusa del duro golpe sufrido. La muerte de ese niño, piensa mi crueldad rascándose mi cabeza, sería una bendición para todos.
Mi crueldad piensa también, viendo el programa de Mari Tere Campos, en ese anciano tembloroso que en la imagen es conducido por los guardias civiles a comisaría. Se cargó a su mujer a hachazos. Un hombre de 96 años. Mi crueldad dice que una mujer siempre es inaguantable, pero más si es vieja y fea, inútil, desdentada y con olor a orín y pelo podrido.
Lo que más me gusta de mi crueldad es que siempre me pone los pies en el suelo, y después aprovecha y pone el resto de mi cuerpo también de una patada, y le hace sufrir mientras me mira el gesto de dolor desde mi propio gesto de desprecio.


Noviembre 7, 2003 09:22 PM