La vida también pasa.

Nos pasamos la vida pendientes de un reloj. Pendientes de un horario de tren, de un horario de auto-bus, de un horario de trabajo. Pendientes de una hora de entrada y de una hora de salida. Nos pasamos la vida deseando que llegue el fin de semana, deseando que pasen los días y lleguen las vacaciones. Nos pasamos la vida deseando que pasen las horas y con ellas la vida.
Y no nos damos cuenta, porque vivimos en una sociedad llena de prisas. Llena de obligaciones.
A mi hoy, por ejemplo, no me apetece ir a trabajar, sin embargo tengo que ir: porque es mi obligación. Porque si no voy, no cobro. Porque si no voy mi jefe me echará del trabajo y me veré otra vez en paro.
Así que miro el reloj, y cuento los minutos que falta para salir de casa, para cerrar la puerta y dirigirme al trabajo. Luego, una vez allí, contaré las horas que falta para terminar de trabajar, miraré el reloj y querré empujarle con mi mirada a las manecillas para que pase el tiempo rápido, muy rápido.

Cuando seamos mayores. Cuando tengamos 80 años, recordaremos estos tiempos. Y nos daremos cuenta de que toda nuestra vida nos la hemos pasado deseando que pase el tiempo. Y ahora queremos detenerlo. Porque no queremos hacernos mas viejos. Porque cada año que pasa nos va haciendo más viejos. Y se nos va un día más de vida.
Entonces miraremos el reloj, y querremos detenerlo. Y no podremos. Le diremos a nuestros nietos lo tontos que fuimos, porque no disfrutamos el momento, porque solamente deseábamos que los momentos pasasen para dar lugar a otros. Y nuestros nietos nos miraran a los ojos, nos sonreirán, y entonces, en ese preciso momento nos daremos cuenta de que la vida no era solamente un reloj, ni un tiempo que pasa.
Que la vida era algo más que un conjunto de horas y minutos