Un joven duerme dentro de su coche, en el aeropuerto de barajas.
Trabaja en España (Madrid) y envía parte de su sueldo a su familia que está en Ecuador, gracias a él, su familia, cada día,: come.
Pero este muchacho ha tenido la mala suerte de quedarse dormido en su coche, en aquel lugar, que ha convertido su coche, en una galleta "un gran amasijo de hierros y cemento" ha caído sobre él, aplastando su vida, sus sueños, y la de sus familiares, novia, y amigos.
Su familia llora desconsolada, no volverán a ver a el muchacho.
Lloran desconsolados porque aún no entienden lo sucedido. Porque conocían a ETA, pero les suena raro que ETA tuviese algo contra su hijo.
Los psicólogos han explicado todo lo sucedido a estas familias desconsoladas, que solo quieren ver a su hijo "muerto". Necesitan verle por última vez.
Os daremos la Nacionalidad Española, y 240.000 Euros de indemnización.
Por ser familiares de una víctima de ETA (más).
Eso es lo que cuesta la vida de este chico: 240.000 Euros y una vida que no vivirá. Que nadie más podrá compartir.
Al menos, esta familia, podrá comer con ese dinero: hasta que se les termine, o no.
Pero nada, nada les devolverá a su hijo, a su novio, a su hermano, a su amigo.
Pero hoy, cuando he escuchado esa indemnización: 240.000 Euros, no he podido evitar pensar en el precio que de repente tiene una vida.
Lo triste es pensar, que nada, nadie, ni todos los Euros del mundo devolverán a ese muchacho a la vida. A la vida que ETA, un día, le arrebató.
Nota: La historia la he creado mediante la información que he ido escuchando en los medios de comunicación. Algunos datos personales de una de las víctimas me la he inventado (como por ejemplo su residencia).