Abril 13, 2004

Lucía

No sabía muy bien lo que esperaba encontrar al entrar en la habitación, como tampoco sabría describir la paz que sentí al verla allí sentada, envuelta en el albornoz del hotel , viendo la televisión....


Al escuchar la puerta se giró y me miro con una expresión entre divertida y preocupada.

-¿Qué te pasa reina? ¿Tan fea estoy sin arreglar?

Quise decirle que no, que estaba mas bella que nunca con su pelo cobrizo húmedo y su piel brillante. Desde la puerta podía oler ya su cuerpo de jazmín.

-¿Fue bien la reunión?- dijo levantándose.

-Sí...-dije con la voz cansada –pero déjame olvidar esta noche. Ven aquí pequeña, deja que te abrace.

Toda preocupación se borro de su rostro y asomo a su boca una sonrisa picara. Esos labios tan deliciosamente perfilados que me pedían a gritos un beso...

Se agacho para apagar la televisión y su precioso culito se dibujo en la tela de algodón. Ella que tan bien me conocía, giró la cabeza y empezó a incorporarse.

-¡Será posible! Me estabas mirando descaradamente el culo

-Tan descaradamente como tú me lo enseñabas- reí por primera vez en aquella maldita noche. Lucía tenia esa magia de hacerme olvidarme hasta de mi misma.

-¿Ahora es cuando me vas a demostrar cuanto me has echado de menos?- dijo con voz aniñada mientras se quitaba su única prenda.

-No lo dudes mi pequeña, y créeme que te he echado muchísimo de menos...-

No podía dejar de maravillarme con aquel cuerpo. Parecía tallada en mármol blanco. Con sus pechos abundantes pero erguidos, de pezones grandes y oscuros. Con la caída justa para notar su ligero bamboleo al caminar. Su ombligo infinito y esa curva en el vientre que invitaba a acariciar...

Sus caderas, demasiado anchas para los cánones actuales, pero perfectas para asirlas con mis manos y moverlas al ritmo que yo les marque. Sus piernas largas y suaves que cortaban el aire con movimientos felinos acercándose a mi. Sus pies diminutos y sus manos delicadas de dedos tan hábiles.

Y como no, su coño... la fuente de tantos placeres. Su monte de venus poblado únicamente por una fina línea de vello que tanto me gustaba acariciar mientras me quedaba dormida. Esos labios tan virginales, tan apretados, que se abrían como una flor bajo mis caricias.

Lucía estaba allí frente a mi y eso era lo único que importaba ya. Y la abrace, la estreche hasta que sentí que mis pechos oprimían los suyos. Y la bese buscando el suave contacto de su lengua... pero algo no fue bien.

Sujete su pequeño rostro entre mis manos y lo aparte un instante de mi para mirarla, pero sus ojos no tenían ninguna expresión. Su mirada se fue volviendo acuosa hasta que de sus cuencas comenzó a manar el liquido viscoso en el que sus ojos se estaban convirtiendo. Me aparte de su cuerpo. No podía creer lo que bella. Su fina piel se agrietaba y la carne putrefacta asomaba entre las pústulas. Los labios que tantas veces había besado estaban cubiertos de ampollas que estallaban en sangre.
Los pechos turgentes que amamantaron mi pasión se descomponían convirtiéndose en costras de piel muerta.
Cayó al suelo una masa sanguinolenta y porosa. Desde mi posición pude ver como su coño, del que bebí su savia tantas veces como quise obtenerla, se marchitaba, se secaba y era absorbido por el resto de carne putrefacta.
El proceso siguió su curso, lento y doloroso. Ante mi mirada atónita, pasiva se fue descomponiendo hasta reducirse a un liquido viscoso que fue absorbido por la moqueta barata del hotel.

Una violenta arcada me sacudió y corrí hacia el baño pero tropecé y vomité de rodillas en el suelo. Al levantar la vista vi su albornoz...aún olía a jazmín.

Escrito por Enea a las 03:24 PM | Comentarios (6)