El semen y la confianza llegan juntos, de la mano.

A dios le voy a dedicar lo que sigue, pues no merece más.

Se llamaba Ágata pero hubiera podido llamarse Aga… era pequeña.
Aga vino un día a casa, conmigo; a la mía.
Habíamos estado en la playa y ni se quitó las bragas, ni el sol nos hizo soplar; entre otras muchas cosas también tenía algún defecto estúpido.
No nos restregamos bajo el agua, uno contra el otro, porque entre otras cosas yo también tengo virtudes y no acometo de ese modo a las que no se quitan las bragas cuando la ocasión lo merece.
Y llegamos (Replay: a casa; a la mía) y la ducha nos pilló de improviso. Más a ella que a mí. Y nos duchamos, como me he duchado mil quinientas veces con David (mi amigo imaginario).
Y nos metimos en la cama.
Y dios sabe que uno de los dos no quería follar con la otra. Y dios sabe que es cierto. Y que hasta que no me besó la espalda de aquel modo… yo quería ser su amigo; y que después de follármela y tras aquello yo quería ser su amigo. Y que de no ser así no la hubiera lamido durante veinte minutos, ni la hubiese mirado a los ojos cuando estos quedaban cerca… Nada habría sido ni tan lento, ni sinuoso. Y deseé (mientras duró) que fuese especial y deseé follar con alguien tan especial como ella, como hacía mucho que no lo conseguía.

Y…
Todo fue tan rápido…
Como el beso de un sello de oro, por anillo, a una distancia inesquivable, como el cercano puñetazo de un mil leches de piel clarita y barba de dos días con acento del extrarradio, como un: “Niño, los reyes magos no existen” y “La jurisdicción de Santa Claus no es transatlántica” susurrado al oído.
La chica termina lo suyo.
De un disparo en la nuca.
Se tumba a mi lado y antes de fumar:

—Debería irme a casa y dormir un rato antes de entrar a trabajar.
—Puedes quedarte a dormir aquí, no me vendría mal alguien cerca que me despierte mañana.
—¿Los tíos nunca os corréis?
—¿Los tíos rara vez se corren contigo?
—No, suelen correrse ¿Tú nunca te corres?
—Yo me corro a veces. El semen y la confianza llegan juntos, de la mano. Dame tiempo.
—¿Puedes prometerme algo?
—Claro (Nunca hagas eso, en la cama, a la ligera y todavía menos cuando aún deberías estar follando).
—No le cuentes esto a nadie.
—¿El qué? ¿Que follamos (por llamarlo así)?
—Sí.
—¿Ni a mis mejores amigos (¿Aquellos a los que prometí no mentirles jamás? ¿Ni que pregunten acerca de esta noche?)?
—Ni a ellos.
—¿Entonces de que me sirve a mí esto (veinticinco minutos de paja sobre la polla de quien te hubiera follado durante tres horas más culminando su actuación con uno de esos orgasmos con grititos y pucheros… que tanta fama son capaces de cosechar)?
—¿Estás de broma?
—Claro tía, queda entre tú y yo.
—Gracias.
—No hay de qué.

loprimeroquerecuerdo,