Mayo 30, 2003

A pie, de calle

GREMAN - Mr Dreamy CQC.gif Esta tarde me he vuelto a ver en la cómoda posición desde la que me gusta radiografiar Madrid: pateando las calles. Acompañando a Samu y Elisa a hacer unos recados, de paquete con voz pero sin voto, e intentando tomar nota de aquella vida urbana que, en época de exámenes, por el enclaustramiento, se me olvida que también sucede.

Empezaría con un hecho harto surrealista que servirá, ni más ni menos, para crear una leyenda urbana de (supongo que corta) duración. A la salida del exámen, estábamos sentados en uno de los bancos de piedra que recorren las paredes de mi facultad. De repente, enviándonos a un perplejo silencio, aparece una chica con una mini-minifalda que antes de llegar a sentarse al otro lado del banco se ha parado, se ha bajado el tanga, ha meado (un poquito) sobre el banco, y sin apenas mirarnos, se lo ha subido de nuevo y se ha largado. Comprendo que es uno de esos sucesos tan difíciles de creer cuando estás delante que ni siquiera os pediré que lo creáis leyéndolo. Claro que a los que han pasado después por allí hemos podido enseñarles el charquito amarillo en el banco.

Parados en un portal de la zona de Bilbao, dirimiendo el plan de actuación, he empezado a observar que, con irregular cadencia, amagos de gargajo llovían aleatoriamente sobre una zona reducida pero inconcreta de la acera. Alejándome un poquito he visto a los dos criajos agazapados en el balcón, a la espera de más viandantes a los que regalar con sus fluidos. Advirtiendo a los transeuntes de las actividades lúbricas (que debían serlo) de los zagales, ha habido un casi-diana que se ha molestado en pararse y encararse con los chavalines amenazándoles, quizá por primera vez en su vida, de que estaban denunciados a y fichados por la policía, que ya venía para acá para meterlos en vereda, que debe ser donde meten a los niños hasta que los pueden meter en chirona.

De ver cosas extrañas al bajar la calle Fuencarral nunca hablo, porque se enjuiciaría mi criterio de extrañamiento y, además, porque tendría que escribir demasiado. Solo una sorpresa: existe cierto local frente al mercado de Fuencarral que hasta hoy siempre había visto cerrado, no a cal y canto, sino con unos vetustos portones de madera. Es un local minúsculo y bastante antiguo que sobrevive, como tanta gente por allí, haciendo esquina entre dos bares. Hoy, a una hora decente, dos ventanucos enrejillados estaban abiertos en los portones y a través de ellos he podido ver que el dicho local es algo así como una capilla (capillítita) con un cristo y una virgen, que por las estrecheces supongo que se van turnando a ver quien posa ahí dentro y cual fuera.

Aconsejaban los ánimos (a otros), irse andando desde Callao hasta Moncloa. Allí Elisa ha cogido su autobús y Samu y yo nos hemos ido para el metro, donde al entrar nos hemos cruzado con los seguratas y un par de enfermeras del SAMUR que acompañaban a un hombre sudamericano, de mediana edad y tirando a bajito rechoncho, que sangraba y llevaba collarín. Entre los cortes y las contusiones hemos acabado por deducir que le habrían apalizado (o que había intentado besar al tren en los morros desde fuera, ¿quién sabe?). En el andén, medianamente concurrido, ninguno de los viajeros que esperaban a quienes les hemos preguntado por el suceso parecía haberse enterado de nada. De hecho, había dos chicas de pie y un tipo sentado en un banco que no solo es que no se hubieran dado cuenta: es que estaban pisando las demasiadas manchas de sangre fresca del tipo que había en el suelo y ni eso habían notado hasta que hemos venido a preguntarselo. Esto es, señores, una prueba más de que la gente no solo no ve lo que no desea ver, tampoco ve lo que no espera ver ni, por supuesto, le importa demasiado una vez visto.

El remate de la noche, quizá, haya sido cuando mi GPS metabólico se ha embebido demasiado en la lectura de Esta revolución no tiene rostro, uno de esos interesantes textos anarco-terrorísticos a los que me dedico ahora por el vicio de aprobar con mejores notas y la virtud de querer aprender. La cosa es que en la caótica (cuando le pierdes el puntillo) estación de Guzmán El bueno, de donde yo quería haber salido por una calle que se presta al breve y saludable paseo hasta casa y no por la otra punta, en la calle con el mismo nombre de egregio escritor que la parada, que es un mal barrio con amplias avenidas vacías a esas horas, edificios de Hacienda, bomberos regando montones enormes de basura y un señor pobre con perros, a los que no he debido olerles lo suficientemente lejos porque se me han puesto a ladrar, asustándome mucho. ¡Con el miedo que me da a mí de los bomberos..!

Posted by germanmj at Mayo 30, 2003 09:28 AM
Comments

Así es Madrid, amigos. O la odias o la odias, pero no hay termino medio. Una pequeña gran metropolis que te volverá loco poco a poco.

Tow

Si, lo he hecho a posta. Dos odiar, no es una equivocacion. es una figura retorica, por el mor de Diso. ¿¡Quieres dejarme en paz!? ¿QUIERES BRONCA? ¡¿QUIERES BRONCA, EH?!

Posted by: Towsend on Mayo 31, 2003 02:03 AM
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