Mayo 18, 2007

Relato corto

Os dejo aquí (pdf) un relato corto que escribí hace unos meses. Se titula Jaque Mate. Tiene un aire a relato de misterio, terror y paranoia. Espero que os guste.
Por si no os apetece bajaros el PDF, este es el relato completo:

Jaque Mate

Aquella no era la mejor mañana para jugar al ajedrez. Ni siquiera para prestar atención a otra partida. Tenía los ojos rojizos, y unas profundas y oscuras ojeras resaltaban en su rostro pálido como la cal. Había pasado la noche en vela, frente a la pantalla del ordenador, donde se dibujaban tablero y fichas, elementos suficientes para comprender el mundo, según solía comentar.

- Has vuelto a pasarte la noche despierto – dijo su contrincante. Había pasado mucho tiempo desde la primera vez que hablaron. Ambos pertenecían al club de ajedrez desde hacía varios años, y compartían veneración uno por el otro, así como por aquel juego que los unía.
- Sí – respondió de forma escueta, casi en un murmullo.
- ¿Otra vez él?
- O ella. No olvides que no sé nada de de su vida. No sé su nombre, ni su edad, ni siquiera sé si es hombre o mujer – su tono de voz se hacía más duro con cada palabra que salía de su boca.
- Volviste a perder – Fue más una afirmación que una pregunta. - ¿Cuántas veces van ya?
- Perdí. Nuevamente. He jugado más de seiscientas partidas y he perdido todas. Casi una partida al día durante los últimos dos años, y no he sido capaz de vencer nunca. Ni siquiera pude acabar en tablas una sola vez. Anoche estaba, como siempre, a punto de hacer jaque. Estaba a punto de ganar. Tenía la victoria en mi mano, ¿sabes lo que quiero decir?
- Sí, claro. Yo también juego a esto, recuerda – dijo con una sonrisa entre divertida y preocupada – que jugamos en este club desde hace .... mucho tiempo.
- Entonces comprenderás mi sorpresa. Volvió a hacer otro movimiento... brillante. Al principio lo creí absurdo y, finalmente, se demostró magnífico. Cambió su reina por un alfil, ¡ por mi alfil de blancas ! Pensé que había cometido un error. Hasta grité de alegría. – en ese momento cerró los ojos, recordando. El silencio entre ambos se alargó varios segundos. - Tres movimientos después me dio jaque. Jaque mate.
- Deberías olvidarte de él, o de ella, o de quienquiera que sea. Es posible que no sea siquiera una persona. ¿Te has planteado que ese jugador sea una máquina? Ya sabes, que juegue con ayuda de algún programa informático. Hay varios casos de fraudes de ese estilo en las partidas por Internet.
- No, no es una máquina. Tiene algo, un cierto estilo, que... no sabría definirlo. He jugado contra muchas máquinas a lo largo de mi vida y sé cómo juegan. Son metódicas, frías, calculadoras. Estos movimientos son más humanos, a veces parecen hechos por despecho, otras veces son locuras, auténticas locuras. Pero en todas las ocasiones acaban en victoria. ¡ En todas ! No, definitivamente no es un ordenador. Aunque a veces dudo que sea humano.

Jugaron un par de partidas durante tres horas. A pesar de no haber dormido, Isaac venció las dos batallas. Era un gran ajedrecista, uno de los mejores que jugaban el torneo nacional y, por supuesto, el mejor de aquel club de aficionados al juego de tablero. Había ganado varios campeonatos en todos los niveles. Jugaba desde que era un chiquillo. Su prodigiosa mente se anticipaba a los movimientos de sus adversarios mucho más allá, más rápido y con mayor efectividad que el resto de ajedrecistas. Era admirado por su capacidad de retener en la cabeza los movimientos pasados, y las posibilidades futuras dentro de la partida. Simplemente era genial.

El fin de semana acabó como casi todos: Isaac sentado frente al ordenador de su casa, el programa de ajedrez abierto, y varias partidas simultáneas jugándose en la pantalla. Estaba preparando el inminente campeonato Europa para no profesionales. De las cuatro partidas que jugaba a la vez, tres de ellas se contaron como victorias. La otra, la más difícil que jugó aquella tarde de domingo, finalizó en tablas, resultado que le irritó hasta el punto de quitarle el apetito para la cena.

Durante los días siguientes Isaac no mantuvo contacto alguno con amigos ni familiares. Faltó al trabajo alegando una gripe que le tenía postrado en la cama, casi sin poder moverse. A nadie le llamó la atención, pues la mayoría de sus conocidos ya estaban acostumbrados a otras excentricidades. Mientras tanto, desde su casa, Isaac no dejaba de jugar al ajedrez. Cada vez intentaba mayores retos, jugaba más partidas simultáneas, y daba más ventajas al resto de jugadores. Comenzaba las partidas sacrificando algunas piezas, alfiles o caballos, para acabar remontando y demostrándose a sí mismo que era el mejor.

Jugó seis días y seis noches de forma consecutiva. Durante todo ese tiempo apenas paró más de una hora para descansar. Su atormentada cabeza no dejaba de preparar el gran momento. Había evitado su destino durante esos días, preparando la gran partida. Esta vez vencería. Su aspecto, demacrado por la falta de sueño y la mala alimentación, no pasó desapercibido cuando uno de sus mejores amigos le hizo una visita de cortesía. Isaac alegó su mala cara a la gripe que le tenía postrado en la cama. Nada, pensaba internamente, podría detener su batalla final, su gran jaque mate de maestro a aquel adversario hasta entonces invencible.


La gran noche decisiva había llegado. Isaac no apartó la vista de la lista de usuarios del juego de ajedrez ni un segundo. Algunos conocidos, al verle, le ofrecían partidas. Rechazó todas hasta que apareció su gran rival. Con aire decidido abrió una partida a su adversario, que aceptó sin dudarlo ni un segundo. La suerte estaba echada, pensó.

Las horas pasaban lentas. La tensión agarrotaba los músculos del ajedrecista a medida que avanzaba la partida. Llevaban varias horas jugando. Las piezas caían en ambos bandos. La batalla, encarnizada, acabaría con uno de los dos suplicando clemencia. No se concedería. El ajedrez no conoce clemencia.

Los primeros rayos de sol comenzaban a despuntar por encima de los altos edificios de la ciudad. Isaac seguía concentrado. El tablero ocupaba por completo su visión. Sus ojos no se apartaron del juego ni un segundo. De repente, una sensación nauseabunda comenzó a apoderarse de él. El tablero se difuminó en la pantalla. El breve murmullo del ordenador dejó de escucharse en la estancia. Isaac parpadeó varias veces, pero la imagen no aparecía nítida. Cerró los ojos con fuerza durante varios segundos, y los volvió a abrir despacio, algo amedrentado por la situación.

Abrió completamente los ojos. Miró a su alrededor. No estaba en su casa. No estaba en ninguna parte. A su alrededor sólo veía figuras jadeantes, algunos gemidos de dolor, charcos de sangre en un suelo de cuadros blancos y negros, y restos de lucha desparramados. Fue en ese momento cuando su atención se fijó en la gran espada que portaba en su mano derecha, el gran manto que cubría sus hombros hasta el suelo, y la pesada corona dorada que lucía sobre su cabeza. - Es un sueño, estoy dormido. Maldita sea, me he dormido en mitad de la partida – pensó. Observó el resto del tablero. La posición de las piezas. Esperó varios segundos. Entonces comprendió. Aquella jugada no tenía solución. Giró la vista hacia su derecha y allí la vio. Erguida entre su alfil y su torre, estaba ella, la gran reina enemiga, a punto de da hacer su movimiento, directo hacia él.

Pudo ver cómo se abalanzó sobre él sin piedad, con una sonrisa malévola en la boca, y su pequeña daga avanzando directa al corazón. Era ella, sin ninguna duda. Su gran adversario era aquella reina que hundía la afilada daga en su pecho, arrancándole la vida.

Debían ser más de las ocho de la tarde cuando la policía encontraba el cadáver de Isaac, solo, tirado encima de su ordenador, sobre un charco de sangre que había manado sin parar de una gran herida en el pecho, justo en el corazón. Jaque Mate.

Juanjo Escribano

Escrito por Juanjo Escribano a las Mayo 18, 2007 10:29 AM
Comentarios

Muy bueno Juanjo. Me ha gustado mucho.

Escrito por maitrella a las Mayo 22, 2007 10:28 PM
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