"No llamaré a mi compañera niñata" copiado cien veces. Ese es el castigo que han puesto en el colegio a mi hija de nueve años por razones evidentes. Ella está furiosa. No sólo ha sido castigada, que ya es enfurecedor, sino además injustamente, me cuenta. Empezó su compañerita llamándola gilipollas. Su narración no se remonta más atrás ni yo se lo pido, por si acaso. Le pregunto si sólo la han castigado a ella y me cuenta que no, que la contrincante también ha sido condenada a renegar de su insulto cien veces por escrito. ¡Pero es que no es justooo...! apostilla. Yo no sé que decirle, porque todo me suena. Puedo decirle que insultar está mal, pero ella ya lo sabe y si la trato como una gilipollas estaré dando la razón a una borde precoz que en otro lugar del barrio se estará lamentando a alguna madre de un castigo injusto.
Yo amo a mi hija de una forma indecente y por eso, en ese momento no me dá la gana de enseñarle los límites del bien y del mal, ni los formatos de lo correcto, ni los contornos de los adecuado, ni la senda del honor, ni los mapas de éxito. Sólo quiero que se sienta mejor y le digo. "Pero "gilipollas" tiene cuatro letras más". Y mi hija, haciendo uso de toda la capacidad de irreverencia que he podido inculcarle en nueve años me contesta: "Mamá, dejate de cachondeo". Me gustaría contarle que todo esto es muy serio para mí, pero como ella no está para que yo me explique a mí misma ni cual es mi sistema de valores, me limito a hacerle notar que si la otra niña tiene que escribir una frase con cuatro letras más, multiplicado por cien son cuatrocientas letras de diferencia . No tuve que añadir nada más, la cifra 400 es suficiente argumento para una niño, ellos, que no se quitan de la boca la palabra "cuanto". Cuatrocientos carácteres haciendo justicia por su cuenta, llas, llas, llas, llas...un regalo del destino. Envalentonada comenzó su proceso de escritura automática, escribiendo por prescripción académica lo que no debía volver a pronunciar,... estos educadores...
Camino por el pasillo hacia el ordenador a estrenar un blog y me pregunto si no seré una irresponsable. Siempre me pregunto lo que sospecho.
Y justo antes de que mi mente me conteste lo que ya sé, me sorprendo buscando en mi vocabulario insultos cortos, por lo que pueda pasar.

"No llamaré a mi compañera niñata" copiado cien veces. Ese es el castigo que han puesto en el colegio a mi hija de nueve años por razones evidentes. Ella está furiosa. No sólo ha sido castigada, que ya es enfurecedor, sino además injustamente, me cuenta. Empezó su compañerita llamándola gilipollas. Su narración no se remonta más atrás ni yo se lo pido, por si acaso. Le pregunto si sólo la han castigado a ella y me cuenta que no, que la contrincante también ha sido condenada a renegar de su insulto cien veces por escrito. ¡Pero es que no es justooo...! apostilla. Yo no sé que decirle, porque todo me suena. Puedo decirle que insultar está mal, pero ella ya lo sabe y si la trato como una gilipollas estaré dando la razón a una borde precoz que en otro lugar del barrio se estará lamentando a alguna madre de un castigo injusto.
Yo amo a mi hija de una forma indecente y por eso, en ese momento no me dá la gana de enseñarle los límites del bien y del mal, ni los formatos de lo correcto, ni los contornos de los adecuado, ni la senda del honor, ni los mapas de éxito. Sólo quiero que se sienta mejor y le digo. "Pero "gilipollas" tiene cuatro letras más". Y mi hija, haciendo uso de toda la capacidad de irreverencia que he podido inculcarle en nueve años me contesta: "Mamá, dejate de cachondeo". Me gustaría contarle que todo esto es muy serio para mí, pero como ella no está para que yo me explique a mí misma ni cual es mi sistema de valores, me limito a hacerle notar que si la otra niña tiene que escribir una frase con cuatro letras más, multiplicado por cien son cuatrocientas letras de diferencia . No tuve que añadir nada más, la cifra 400 es suficiente argumento para una niño, ellos, que no se quitan de la boca la palabra "cuanto". Cuatrocientos carácteres haciendo justicia por su cuenta, llas, llas, llas, llas...un regalo del destino. Envalentonada comenzó su proceso de escritura automática, escribiendo por prescripción académica lo que no debía volver a pronunciar,... estos educadores...
Camino por el pasillo hacia el ordenador a estrenar un blog y me pregunto si no seré una irresponsable. Siempre me pregunto lo que sospecho.
Y justo antes de que mi mente me conteste lo que ya sé, me sorprendo buscando en mi vocabulario insultos cortos, por lo que pueda pasar.

La caminante: Cuatrocientas letras

7 de Mayo 2004

Cuatrocientas letras

"No llamaré a mi compañera niñata" copiado cien veces. Ese es el castigo que han puesto en el colegio a mi hija de nueve años por razones evidentes. Ella está furiosa. No sólo ha sido castigada, que ya es enfurecedor, sino además injustamente, me cuenta. Empezó su compañerita llamándola gilipollas. Su narración no se remonta más atrás ni yo se lo pido, por si acaso. Le pregunto si sólo la han castigado a ella y me cuenta que no, que la contrincante también ha sido condenada a renegar de su insulto cien veces por escrito. ¡Pero es que no es justooo...! apostilla. Yo no sé que decirle, porque todo me suena. Puedo decirle que insultar está mal, pero ella ya lo sabe y si la trato como una gilipollas estaré dando la razón a una borde precoz que en otro lugar del barrio se estará lamentando a alguna madre de un castigo injusto.
Yo amo a mi hija de una forma indecente y por eso, en ese momento no me dá la gana de enseñarle los límites del bien y del mal, ni los formatos de lo correcto, ni los contornos de los adecuado, ni la senda del honor, ni los mapas de éxito. Sólo quiero que se sienta mejor y le digo. "Pero "gilipollas" tiene cuatro letras más". Y mi hija, haciendo uso de toda la capacidad de irreverencia que he podido inculcarle en nueve años me contesta: "Mamá, dejate de cachondeo". Me gustaría contarle que todo esto es muy serio para mí, pero como ella no está para que yo me explique a mí misma ni cual es mi sistema de valores, me limito a hacerle notar que si la otra niña tiene que escribir una frase con cuatro letras más, multiplicado por cien son cuatrocientas letras de diferencia . No tuve que añadir nada más, la cifra 400 es suficiente argumento para una niño, ellos, que no se quitan de la boca la palabra "cuanto". Cuatrocientos carácteres haciendo justicia por su cuenta, llas, llas, llas, llas...un regalo del destino. Envalentonada comenzó su proceso de escritura automática, escribiendo por prescripción académica lo que no debía volver a pronunciar,... estos educadores...
Camino por el pasillo hacia el ordenador a estrenar un blog y me pregunto si no seré una irresponsable. Siempre me pregunto lo que sospecho.
Y justo antes de que mi mente me conteste lo que ya sé, me sorprendo buscando en mi vocabulario insultos cortos, por lo que pueda pasar.

Escrito por La caminante a las 7 de Mayo 2004 a las 08:50 PM
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