27 de Mayo 2004

Aún no he dicho que te amo. Lenticularis II

Paul Amundsen

Teresa tiene las manos sobre el regazo.

Su uniforme del supermercado no concuerda con el de las enfermeras que le pasan por delante (chuic-chuic, las suelas de goma sobre el flexiplast gastado en el centro del pasillo de la sala de emergencias).

Teresa aguarda sentada en un banco forrado de cuerina negro alistado contra una pared que le hace de respaldo. Desde allí, puede ver a través de un panel de vidrio repartido el ámbar de la ambulancia que aún gira e ilumina la oscuridad de la playa de estacionamiento. Pasa (y pasa, y pasa).

Se queda mirándolo y siente que gira en la misma forma en que lo hacía aquella noche un compacto de Chet Baker en el viejo automóvil. Las escobillas del limpiaparabrisas barrían de derecha a izquierda. De izquierda a derecha. Derecha a izquierda. Empujaban el agua hacia abajo y el vidrio se hacía pintitas otra vez. Se empañaba y pasaba la mano para hacerlo transparente ("para ver qué, después de todo", pensaba).

La ambulancia a la que perseguía por la ruta dejaba ver sus puertas blancas encandiladas por las luces del auto (va rápido. Muy rápido. Tan rápido como se había iniciado ese interminable fin de semana: Teresa almorzaba cuando llamaron para anunciar la muerte de "ella". La otra. Debía ir a buscarla. Y traerla. La faja del pavimento era brillante y sentía la humedad de la autopista en el volante).

Chet Baker desaparece de sus oídos con el golpe en su hombro “¿Es usted pariente de Juan Uriburu?”. Teresa nunca se expresa con sus ojos. La parte superior de su cara nunca se mueve. Puede reir o llorar sin parpadear. Esos ojos verdes siempre mantienen la misma expresión. “No.” dice su boca. Y vuelve su cara hacia el ámbar.

Ocurrió en el momento de pagar la cuenta, recuerda. Él dio un paso, giró, la miró y se desplomó en el piso. Todo pasa rápido (tan súbito como el ataque, e interminable como el temblor). Teresa se monta sobre el cuerpo ya casi inerte de Juan, cierra su puño y comienza pegarle con todas sus fuerzas en el pecho y a gritarle “no vas a morirte aquí hijo de puta, no vas a morirte aquí”.

Las nubes indican que el tiempo empeorará.

Escrito por Timon a las 7:40 PM | Comentarios (6)

22 de Mayo 2004

Never more

never more

Yo los vi pasar a mi lado. Y él me saludó.

Fue en el mes de diciembre y tengo un testigo (aunque le comprendan las generalidades de la ley).

Había convenido en encontrarme para almorzar con mi amigo Pepe, émulo de la inquietud de Gauguin, a pesar de no haber decidido retirarse de la civilización para unir arte y vida entre primitivos no corrompidos por el abuso de la razón (o para hacerlo solamente en busca de mujeres mulatas y sexo).

Con la máscara africana en la mano bajamos por la calle Marqués de la Ensenada, tomamos París y doblamos por Castaños. Antes de llegar al cruce de Orellana, los vi venir en diagonal desde la otra acera, y yo, elder brother de Pepe aunque nacido del otro lado del Atlántico le digo, "Ese que viene ahí es el Príncipe de Asturias" y él me mira y me dice mientras encoge los hombros y baja la comisura de los labios "ni que lo digas, tío, y la de atrás es Doña Leticia" y pasan a nuestro lado y el alto nos saluda y yo intento sacar la cámara de mi abrigo y una rubia, al mejor estilo Nikita me lo impide y me dice: "fotos no, por favor". “¿Y una contigo?”. Sonríe y perdemos el cortejo Real.

Ojito que yo soy republicano. Aunque de noble corazón. Aquí sólo sabemos del sistema presidencialista, que tiene las mismas prerrogativas que ha logrado la monarquía –cobrar sin trabajar- pero no la misma estirpe.

La única vez que respondimos a la realeza terminamos echándolos físicamente ya que todavía seguimos dominados por la corona a tenor de las tarifas que le pagamos a las empresas ibéricas que compraron gran parte de nuestros servicios públicos. (Me pregunto, ahora que descubrimos que los espejos valen menos que el oro, ¿podríamos compensar nuestras deudas actuales con aquél mal negocio que hicimos en el siglo XVI?. Chiste.).

Digo todo esto porque mañana, cuando transmitan la boda real por la tele, le diré a mis hijas: “a esos dos tortolitos los conozco personalmente. Y he pagado un pedacito de la porción de su torta real con el llamadito por teléfono que acabo de hacer, como también pagué las fiestas de nuestros gobernantes cuando nos endeudaron con ellos y los fondos para la construcción de escuelas, hospitales y para el mejoramiento del servicio de justicia terminaron en algún banco suizo a nombre de un testaferro”.

Pero fundamentalmente lo escribo, porque quiero dejar sentada mi posición ante tanta fiesta a la que no fui invitado a pesar de haber pagado la orquesta ya que, coinciendo con mi querido litle brother, siempre es preciso mantener el ano moral intacto (el físico es sólo un músculo).

Escrito por Timon a las 3:16 AM | Comentarios (11)

18 de Mayo 2004

Ostras tibias en sabayón sobre cama de espinacas

Ruth Orkin - American girl in Italy

Teresa trabaja en la caja de un supermercado.

A pesar del uniforme verde de sombrío diseño que comparte con sus treinta y nueve vecinas de línea se puede adivinar, desde la perspectiva que ofrece el espiar desde el otro lado de la cinta, que asume una actitud que la mantiene alejada del lugar (“tendrás mi cuerpo pero no mi alma”).

Sentada, mantiene la espalda derecha y, con la caja registradora a su derecha y de frente al pasillo, se le hace evidente una cintura mucho más pequeña que su cadera en donde le ciñe la costura.

Lleva puestos unos pequeñitos anteojos de metal. Es pelirroja, tiene unas pocas pecas y en sus treinta y dos años nunca le ha dado mucha importancia al cómo se ve. Para ella, igual de pijamas que de Versace (si Gianni lo hubiera sabido).

Esa despreocupación la hace lucir aún más atractiva, y de hecho ha generado sorpresa en los pocos hombres con los que salió en su vida por no ofrecerles señuelos encendidos que terminan en desenlaces fraudulentos. Es simple. A pesar de todo.

Aquella misma pereza la llevó hace más de cinco años con Rafael Rufino Urbina, un guatemalteco con quien compartió una sola noche de lecho en el "Hotel Quinta Real" de la carretera a El Salvador.

De la hazaña nació Telmo, pelirrojo de pelo enrulado y de tez mate. Telmo tiene ahora seis años y vive con ella, a varios miles de kilómetros de aquella tierra de la eterna primavera hasta ésta que tiene las necesarias y en donde a Teresa no le pagan con quetzales.

El hombre de traje oscuro está parado en la fila mientras habla por teléfono. En su conversación no ha reparado que está mirando fijamente a Teresa: "Quédese tranquilo. Yo me ocupo. Lo mantendré al tanto" click. Jengibre, piensa, "olvidé el jengibre" y repasa la compra mientras comienza a descargar el carro. "¿Tiene tarjeta Max?", dice Teresa mientras levanta la vista para verlo a través de sus anteojitos. "No, pago en efectivo", responde Juan y le produce confusión a Teresa que solo estaba ofreciéndole el programa de puntaje del supermercado. Claro, ella no sabe que Juan usa tarjeta de crédito cuando no queda más remedio y aún así siempre hasta límites que no despierten sospechas.

En esa fila de clientes de esa fría mañana, y mientras pasaba por el scanner la etiqueta de las espinacas de Juan, nada la hubiera convencido a Teresa que él iría a morir un 5 de octubre del 2014 ni que su solitaria vida y la de Telmo estaban a punto de cambiar para siempre. Dentro de "el siempre" de Juan, por supuesto, que duraría unos diez años más.

Escrito por Timon a las 12:30 AM | Comentarios (10)

10 de Mayo 2004

Mercurio

Gueorgui Pinkhassov

Esa noche, Juan no podía dormir. Como tantas otras. Y otras (y otras).
El cigarrillo lo llevaba apoyado en la unión del índice con el mayor de su mano derecha y por eso al acercárselo a su boca tapaba casi toda la cara con sus dedos. Estaba más ansioso que hacía un rato.

La noche era fría. Demasiado fría como para salir. Para salir sin abrigo, pensó.
El día había iniciado como siempre. Como en los últimos cuatro años que para él eran “el desde siempre”. Juan había adquirido una notable habilidad para leer en pocos minutos todas las noticias de los periódicos y detectar aquéllas sobre las que debía saber la respuesta antes de la pregunta.

Sus ojos negros y achinados estaban impiadosamente encajados en una cara cuadrada y angulosa cuyo conjunto, con labios gruesos incluidos, le daban una fachada cándida y casi necia en la que ocultaba con frecuencia (y gran facilidad) sus intenciones descaradas.

Esos ojos tenían la pericia de detectar mediante un escaneo masivo en paralelo, el nombre de su jefe en cualquier medio gráfico.
Últimamente, los datos de su memoria se habían ido perdiendo de su cabeza por efecto de evaporación, en igual forma en que lo hacen los aportes de agua de un lago endorreico.
No había hablado con nadie de aquello y eso lo tranquilizaba.

Ahora, en la noche, apura su “Suntory”, abrasa el pecho con el humo del parisiennes fuerte y se planta en la garganta unas pastillas que le sellan el pasaporte hacia algún paraíso de sexo fácil y copas baratas.

Acomoda su desaliñada chaqueta negra y va hacia su auto. Enciende el motor y las calles empiezan a pasar cada vez más rápido. Agranda y frunce los ojos para poder ver (allí adentro todo son lucecitas y "Learn" gira frenético haciéndole juego de extraviado).

Llega y con la destreza mal ganada de clubber, pasa la puerta del “Antoni”. El estruendo le retumba en el cráneo y comienza a mezclarse con la gente intentando llegar a la barra. Le franquea el paso su decidida vocación por llegar y, mientras el cuadro se puebla con algunas víctimas de excesos, él la ve de espaldas sentada en la barra. Se acerca y se queda parado a su costado viendo como sus pechos pesan dentro de su vestido.

En el rojo del ambiente y la confusión de las conversaciones cercanas, ella lo mira con las pupilas dilatadas por la agitación del lugar, y la correspondiente dosis de éxtasis, y le dice: “Hola, soy Eva. ¿y tú…te llamas de alguna manera?”. Él, lleva su mano a la frente de ella y bajándola de a poco hacia su boca gira hacia el frente mira adelante y pide una Smirnoff. “Juan o Ju es lo mismo” y lo ingiere de un trago. Siguen muchas más y el diálogo sin sentido comenzará a aberrarle la vista. El barman vuela el cóctel y en el aquelarre, el estruendo y el enredo hace caer una botella sobre la barra que impacta el vidrio contra el dedo índice de la mano izquierda de Juan. Sacude el dedo ensangrentado y lo introduce en el vodka. Le ofrece el trago a Eva y, como una iniciada, da comienzo al código de rito: optimized.

Escrito por Timon a las 7:03 AM | Comentarios (13)

5 de Mayo 2004

No mires hacia abajo. Mirá al costado: está Axel.

werner bischof switzerland 1941 zurich butterfly

Aquí a la derecha, debajito del cromo, está la foto de un joven apuesto. Hijo único. Buen estudiante, mejor deportista. Hijo al fin de cuentas. Como vos o como yo.
Este año fue secuestrado en Buenos Aires. La misma ciudad por la que transitó Borges, aunque en la que no quizo morir (por algo habrá sido). La de Osvaldo Soriano. La ciudad a la que ensoñó Piazzola. Esa europita de Latinoamérica con sus edificios franceses e italianos.
Axel, ese es el nombre del chico, tenía una veintena de años que llevaba a cuestas bastante bien. Y aquí empiezo a usar el tiempo pasado. A Axel lo secuestraron. Lo torturaron, y lo mataron.
Aquí en Buenos Aires; que, recurriendo al Medallo por Medellín, aquí los aires ya no son tan buenos.
En símbolo de homenaje y preocupación, diseñé el cromito al que hago referencia que lleva hasta un sitio que intenta mantener viva la memoria colectiva.
Su papá, inició una cruzada y, en tiempos en que el gobierno no consigue reunir a más de veinte mil personas en una plaza a pesar de manejar sindicatos y todo tipo de benefactorismos, el Ingeniero Blumberg, el papá de Axel, consiguió reunir en una movilización popular exigiendo seguridad y justicia a más de doscientas cincuenta mil.
¿Porqué la mariposa de la foto?
Ocurre que leí un post de un blog argentino en el que su autor tomó en broma la cruzada del señor Blumberg diciendo que a éste le hacían caso porque tenía "tela". El papá de Axel es Ingeniero Textil (de allí lo de la "tela", que en lunfardo quiere decir "dinero").
A partir de allí todo un grupo de inadaptados (verdaderos hijos de puta, huérfanos de padre, y que nunca sabrán lo que es serlo, por eunucos que son) se han mofado del dolor de éste hombre y del de su esposa.
Pero, ante tanta oscuridad, y contrariando la teoría del caos, una mariposa en pekín, llamada pini, dejó allí un comentario que ha tranquilizado mi ánimo devolviéndome el alma al cuerpo (cosa que yo pensé que ya no tenía).
Disfruten del viaje a la tribu. Esto es Buenos Aires. Esta es su querídisima gente.

Escrito por Timon a las 10:16 PM | Comentarios (5)

La vida late (sin foto. Sólo para sentir).

Te levantas de la cama.
Vas al baño para mirarte en el espejo. Tienes los pelos parados y la cara hinchada. Te apoyas en el lavatorio y piensas en eso que te ha despertado en la mitad de la noche. Debes poner fin a ese dolor (aunque aún no lo hayas decidido). Terminar con ese trabajo en el que tenías depositada la esperanza de hacer algo por la sociedad (la misma que te rodea de cerca y que la cruzas a cada rato).
Que en el sueño de que todo esta vez sí cambiaría, tal como Truman Burbank al abrir el ascensor, te das cuenta que la ideología proclamada es funcional al negocio. Que ésta fue sólo una batalla más en la guerra del rencor.
Esta vez te hastiaron hasta la ilusión (Pepe, dixit).
Estás en el promedio de tu vida. Eres un profesional y la vida está allí afuera.
Habrá que mandarlos al carajo y empezar de nuevo.

Escrito por Timon a las 12:28 PM | Comentarios (5)