Cuentos de LLuna

arí los ojos VII

Allí estaba ella ...

Cuando la ví entrar por la puerta con Alberto, pensé que ya no era yo la que estaba con él, que era ella la que acababa de ocupar mi puesto. Me sentí como en un segundo plano, como que las cosas habían dejado de ser, para convertirse en un mundo de horrores para mí. Julia me sonrió al verme y me dio dos besos. Tenía un cuerpo envidiable: era esbelta de piel morena, con grandes y duros pechos naturales, una cintura que se podía agarrar con las dos manos, unas piernas largas y un culo duro y pequeño. Su rostro no hacía sombra a su cuerpo, se mantenían acordes en la absoluta belleza de esa mujer. Con el pelo largo hasta mitad de la espalda, liso y negro, un ligero flequillo que la tapaba un poco esos ojos, no sé si por timidez o por darse un aire de “lolita” pero así era. Además tenía los ojos azules y grandes y los labios un poco gruesos. Era una mujer que a pesar de no querer destacar lo hacía, ya fuera para ir al súper o al trabajo, todos lo ojos se quedaban mirándola perplejos en su pura perfección. Me sentía poca cosa. Cómo Alberto podía haberse enamorado de mí con esa preciosidad que tenía al lado derecho.
Al rato de presentarnos, yo ofrecí algo de beber ella me respondió que un café estaría bien, por favor. Todas sus frases acababan con un “por favor” o un “gracias”. Al sentarnos a tomar lo cafés en el sillón, me fijé como sus piernas se cruzaban con total delicadeza, como su cuerpo formaba la postura adecuada para tomar el café sentada con una minifalda y tacones, sujetando la taza y el plato y sin derramársele ni una gota. Mantuvimos una pequeña conversación de cómo se habían conocido ellos dos. Al preguntarles pequeñas carcajadas sonaron en el ambiente que a mí me produjeron escalofríos y miedo. Parecían sonrisas entre cómplices. Cómplices de algo que no puede ser contado, de algo que se guarda en un cofre para ser protegido de todo. Tenía miedo y la tarde tan sólo acabada de empezar.