Marzo 20, 2004

Control de daños

Hoy he ido con V. a uno de los conciertos gratuitos de música clásica de la Fundación Juan March. El otro día bromeaba con la idea de que cada vez que me pongo en contacto con ella para vernos, automáticamente me propone ir a un concierto. Es una forma de cumplir con el compromiso y tenerme de paso una hora y media sentado a su lado con la boca cerrada y las manos quietas. Y se lo he dicho hoy a ella, así mismo, entre bromas. También le he dicho que empezaba a creer que su casa en Madrid es una hostal, porque la mayoría de las veces que le he propuesto quedar desde que llegué en octubre me ha dicho que tenía ese fin de semana un invitado en casa.

No recuerdo si siempre he sido así tan bruto. Hay como un punto de no retorno en todo esto. Da igual todo. ¿Qué pasaría realmente si los pocos nexos en Madrid se desvanecieran? De las tres madrileñas con las que salí en la ocasión de la que hablé el 2 de marzo una ha empezado a ignorarme cada vez que coincidimos en el Messenger. Le hablo y la ventana queda abierta en la pantalla de mi ordenador, palabras en el vacío. No sé si notaría mucho la diferencia. Creo que esa es la principal diferencia de mi vida aquí en Madrid. Estoy desubicado de la red de contactos superficiales que componen la vida social. Durante la carrera era entrar en el edificio de la facultad e ir saludando gente por el camino, con la que al menos compartías unas palabras, por triviales que fueran. Supongo que eso es lo que nos mantiene alejados de la locura, aunque me hiciera sentir siempre vacío.

Aquí he elegido de forma extricta con quien relacionarme, tratando de ser lo más consecuente y así me va. El viernes caí en la cuenta de que no tenía en la agenda del móvil el número de teléfono de nadie de mi clase, y casi nadie de Madrid. Me llegó publicidad de Telefónica y su programa de números frecuentes, y caí en la cuenta de que no tenía cinco amigos a quienes llamo o mando mensajes frecuentemente.

Pero algo habrá que hacer. Chateaba anoche con L. y me contaba las mismas preocupaciones sobre las expectativas laborales tras el máster y los reparos éticos que me produce trabajar en según qué cosas, y mientras leía su soliloquio algo saltó en mi cabeza. Viéndola decir lo que yo podría subscribir solo pensaba "por favor, menos lloriqueo". Así de sencillo. Por orgullo o por lo que sea, anoche sentí que era hora de mover el culo.

Así de simple soy.

Escrito por Lobo a las Marzo 20, 2004 10:08 PM