Noviembre 06, 2004

Despedida

Este blog llega hoy a su fin. Cada vez me apetece menos escribir en él, y cuando lo hago no me proporciona satisfacción alguna. Supongo que hubo un tiempo en el que esto era divertido, ahora es sólo rutina; es llegar a casa por la noche y mirar si alguien ha dejado un mensaje, es entrar en los blogs que me gustan para ver qué han escrito, es pasarme una hora frente al Word para escribir diez líneas. Y no vale la pena. Las cosas que necesito expresar no puedo expresarlas aquí, ya que nunca se sabe quién lo puede leer. Este blog no es ni nunca ha sido un desahogo; es un entretenimiento, una forma de pasar unas cuantas horas muertas a la semana, y yo prefiero cambiarlo por otro entretenimiento.

Mi compañera de blog Annie Hall hace ya meses que no tiene internet y por lo tanto me despido de parte de los dos, ya que ella no tuvo oportunidad. He de reconocer que es mucho más divertido compartir un blog que ser el único autor. La he echado de menos todo este tiempo y es otro factor determinante en el cierre del blog. Me gustaría que el blog no fuera borrado por los administradores de Zonalibre porque ir revisando posts antiguos siempre me trae recuerdos, pero que hagan lo que crean que deben hacer.

Pues esto es el fin. Hasta otra.

“We'll meet again, don't know where, don't know when
But I know we'll meet again some sunny day.”

PD: Dejo, a modo de regalo de despedida, un relato que escribí hace tiempo y que dio nombre al blog. No sé porque no lo he colgado antes, supongo porque soy demasiado inseguro y las críticas negativas son perjudiciales para mi constancia como escritor. Es bastante largo, si queréis lo leéis y si no pues nada. Rock ‘n Roll.

Luces y sombras

1.
Había ido pateando todos los retrovisores de los coches aparcados con los que me encontraba. Estaba lleno de ira y tuve suerte de no encontrarme con nadie que me encarara porque podría haber hecho una barbaridad. Cuando paré para reflexionar, cuando me dije basta y me calmé, no sabía dónde estaba. Probablemente cerca de casa porque sólo había caminado unos veinte minutos, pero no reconocía el lugar. Era un parque pequeño, silencioso y oscuro, con columpios, fuentes, y las típicas cosas que tiene un parque. Había una vieja cabina telefónica cerca del banco en el que me había sentado, pero no tenía a quien llamar. A nadie, en aquella tardía madrugada de un martes. Si alguien hubiera podido evitar que pasara la noche en la calle, le habría llamado. Pero a la una y media de la noche la gente tiene mejores cosas que hacer que salvarte el culo.

No pegué ojo aquella noche. Me dediqué a pensar y a fumar. Me moría de frío, porque aunque acababa de comenzar una calurosa primavera, las noches eran aún frías. Imaginé cómo encontraban mi cadáver apuñalado entre unos matorrales, y a mi madre llorando desconsolada y a mi padre sereno y serio. “Le gustaba pintar”, dirían a la prensa, enseñándole alguno de los estúpidos dibujos que hacía años atrás. Me sentía abatido, como un boxeador que ha perdido un combate, y como éste, había encajado tantos golpes que ya ni sabía por donde me entraban. Lo que veía al final de mi túnel podía ser una luz, pero ese final me parecía aún demasiado lejano. Moví la cabeza negativamente y me fundí en negro, como en las películas.

2.
Era el primer amanecer que veía en años probablemente, y sentí ganas de pintarlo como hubieran hecho Monet o Turner. La luz poco a poco lo iba inundado todo, hasta que comenzó a ser cegadora hacia eso de las ocho de la mañana. Tenía la boca pastosa y la garganta irritada. Me dolía la cabeza y no me sentía la nariz ni las orejas por el frío. Había pasado casi siete horas allí en aquel parque sin dormir. Me encendí el último cigarro que me quedaba para celebrar que aún estaba vivo, y al arrojar el maltrecho paquete de Lucky Strike al suelo, vi que había algo junto a mis pies. Un libro yacía allí. Extrañado, lo cogí y lo examiné. Era de Alfredo Bryce Echenique y se titulaba Guía triste de París. Entonces recordé algo que había visto en televisión. Algo sobre gente que dejaba libros abandonados en lugares estratégicos para que otras personas los leyeran, lo llamaban book crossing. Me sentí tan solo aquella mañana que asumí la responsabilidad de leer el libro y de abandonarlo después nuevamente.

Había caminado hacia el sureste, me di cuenta de ello cuando dejé el parque y retomé las calles. Estaba en un barrio horrible cuyas calles se llenaban de gente que iban hacia el trabajo. Entré en un bar de lo más cutre a desayunar, y mientras devoraba unos bollos y Leonard Cohen sonaba de fondo en la radio, comencé a leer el libro. Trataba sobre un hombre que, en los años sesenta, lo deja todo para irse a París a ser escritor. Me enganchó desde el principio, e imaginé que era yo quien se iba a París, a ser pintor. ¿Por qué no? Me dije, y luego me bebí lo que quedaba de mi tercer café y me fui corriendo del bar sin pagar. Me supo realmente mal, pero no llevaba dinero encima.

Mis padres ya se habían marchado a trabajar cuando llegué a casa, tal y como esperaba. Me fui directo a mi habitación y saqué una maleta del armario. La llené rápido de ropa y metí también un cuaderno de dibujo, pero no supe que más añadirle. Descartaba los libros, películas y discos porque no sería capaz de elegir cuales llevar conmigo. Descartaba mis cuadros porque no era nada práctico llevarlos donde quiera que fuera. No había nada más que quisiera llevarme. Todo parecía prescindible, y pensé que quizás dejar mi casa no sería tan difícil. Arrastré la maleta hasta el cuarto de mis padres y allí rebuscando entre los cajones encontré una cartera de piel de mi madre, que yo le había regalado en nochebuena, que contenía dos mil euros en billetes de cincuenta y de cien. Me guardé la cartera en un bolsillo interior de la cazadora y bajé las escaleras. No eché una última ojeada a la casa como hubieran hecho muchos sentimentales. Me parecía un lugar frío e inhóspito. Más bien sentía ganas de destrozar algo, y las llaves del Audi nuevo de mi padre sobre la mesa de cristal del recibidor me dieron una idea.

El coche estaba aparcado en el garaje, y cuando lo arranqué, tras dejar la maleta en los asientos traseros, hizo un leve sonido de perfección mecánica. Rugió con ferocidad cuando de un acelerón dejé el garaje, y mientras recorría a sesenta por horas las tranquilas calles de mi barrio puse la radio y estaba sonando Get your hands off my woman de los Darkness y me sentí más vivo que nunca. Despreocupado, daba golpes en el volante al ritmo de la música mientras ignoraba todos los semáforos que encontraba a mi paso. Conduje hasta una zona desprovista de gente y estampé frontalmente el coche contra un árbol. El airbag saltó y salí ileso, con la maleta a cuestas, andando hacia una lejana parada de autobús.

3.
Aburrido y sin saber dónde ir, me paseé con la maleta por el centro de Barcelona. Entré en varias librerías y encargué libros que no pensaba comprar, despotricaba en voz alta sobre libros que no había leído, coqueteaba con las dependientas y les pedía que me escribieran su teléfono en un papel y si me lo daban lo rompía antes de salir del local para que pudieran verlo. Me aburría mucho.

Después de comer fui a una cafetería y me quedé allí casi dos horas leyendo Guía triste de París. Unas chicas sentadas frente a mí me miraban incesantemente y cuchicheaban. Las dos eran guapas, y seguramente aún eran estudiantes de instituto. My Sharona comenzó a sonar por el hilo musical y yo di golpes inconscientemente con los nudillos en la mesa al ritmo del bajo, y entonces ellas comenzaron a cantar tímidamente algunas partes de la letra. Intentaban que yo levantara la vista del libro y las mirara, pero no les hice caso. Era patético.

Me volvía a aburrir y ya estaba algo cansado de leer. Mientras me encendía un Lucky comencé a andar en dirección al mar. Frente a la catedral había unas seis o siete personas pintándola en sus cuadros, todos allí con sus caballetes. Me paré a observarlos y vi que algunos eran muy buenos. Uno de ellos era especialmente bueno y me recordaba a la serie de cuadros de La catedral de Rouen de Monet, y fue entonces cuando la idea que llevaba desde aquella mañana sobre mi cabeza tomó verdadera consistencia. Irme a París, dejar una insatisfactoria vida aquí y pintar, no era un capricho. O puede que sí. En todo caso, no tenía dónde ir.

4.
Seguí caminando hasta dar con el barrio chino y pensé que podría ir a ver a Erika. Aún no eran ni las seis de la tarde así que supuse que estaría en casa. Pasé por callejones estrechos que apestaban hasta llegar a su casa. Nunca recordaba el nombre de la calle ni el número, pero sí recordaba cómo llegar. La portería estaba abierta como siempre y las miserables escaleras que llevaban al ático albergaban más porquería que de costumbre. Pude sentir como Erika me miraba a través de la mirilla tras llamar a su puerta y sonreí para que me viera contento pese a que no me apetecía demasiado.

- ¡Eres un cabrón! – me gritó tras abrirme la puerta, y volvió a cerrarla en mis narices con rabia.

Me quedé con cara de tonto y golpeé en la madera insistiendo. Volvió a abrirme en seguida.

- ¿Puedo pasar? – pregunté con fingido sentimiento de arrepentimiento. Fingido porque no sabía de qué arrepentirme.
- ¿Qué si puedes pasar? ¡Hace un mes que no das señales de vida! ¿Y ahora quieres pasar a echar un polvo? Siempre haces lo mismo escoria del infierno. ¿Te crees que puedes bajar de tu barrio de pijos a mi casa a echar un polvo gratis cuando te apetezca? No eres más que un engreído que se pasea por los barrios bajos con la polla sacada, esperando a que la tonta de turno se abra de patas...

Siguió soltando mierda durante casi un minuto. Entonces dejé de escucharla, no le presté atención alguna y entré en su casa mientras ella seguía hablando sin ni siquiera percatarse de la maleta que llevaba conmigo. Yo sabía que no estaba realmente enfadada, y cuando me cansé de oírla la besé. Ansiaba tanto que la besara que casi se derritió entre mis brazos. Manejé su pequeño cuerpo hasta su dormitorio y allí la desnudé mientras la tumbaba sobre la cama. Follamos como dos personas desesperadas, que obtienen el único cariño por parte de una persona de la que no se podrían enamorar. Me esforcé por darle satisfacción porque en aquél momento pensaba que mi vida carecía de sentido si era incapaz de hacer feliz a alguien.

Después del polvo, Erika puso un poco de música – Dionne Warwick o alguna cantante del sello Motown- y fumamos en la cama. Me serví un vodka y fui bebiendo lentamente. Me recreé mirando la hermosura de su cuerpo. Aunque tenía veinticuatro años parecía que tuviera diecisiete o dieciocho. Eso era debido a su escasa estatura, pero sus bien formados y redondos senos se contraponían a esa imagen casi infantil.

- Esta vez tendría que cobrarte yo – bromeé mientras la besaba en el vientre.
- Serás cabrón – replicó entre risas-, ¿alguna vez te he cobrado yo a ti? Me deberías una fortuna.
- El amor es malo para los negocios.

Me arrepentí al instante de haber pronunciado esa condenada palabra de cuatro letras. Para cambiar de tema, le conté a Erika todo lo sucedido en mi casa, el incidente con mi padre, el dinero robado, el coche estrellado y el viaje. Ella pensó en un principio que buscaba consuelo al contárselo, pero le dejé claro que no me iba a desmoronar, que yo no era de ésos.

- ¿Y qué piensas hacer? ¿Dibujar caricaturas en la terraza de un bar de turistas? – no parecía emocionada por la idea, más bien me tomaba por un soñador- ¿O buscarás en el periódico las vacantes de pintores impresionistas que hay?
- Si hace falta me prostituiré.
- No cariño, te he dicho mil veces que este mundo no es para ti. Eres demasiado guapo y algún marica te apuñalaría para que ningún otro te follara.
- Oye, ya sé que no es el plan del siglo, pero la verdad es que no tengo dónde ir. No puedo volver a mi casa y no tengo trabajo.

Los ojos me Erika me miraron diciéndome que me quedara allí con ella a vivir una temporada, y luego su boca me lo confirmó.

- Sabes que no funcionaría. – le dije.

Me levanté y me senté en los pies de la cama, mirándome frente a un gran espejo. Erika hizo lo mismo y me abrazó por detrás y me besó en el cuello. Mientras nos veía a los dos reflejados en el espejo, desnudos de cuerpo y alma, pensé que hacíamos una buena pareja. Ella una prostituta y yo un joven confuso.

- No me dejes sola. – me susurró al oído.

De todas las personas de mi vida ella era la que más me necesitaba. Mi padre tenía su trabajo y sus socios de empresa con los que jugaba al golf, mi madre tenía a sus alumnos de Antropología, y mis amigos tenían sus clases en la facultad y a otros amigos menos desquiciados que yo... Pero Erika no tenía nada; pensaba en ella sin mí y la veía triste. Erika, a diferencia de los demás, estaba perdida. Los dos lo estábamos, y cuando estábamos juntos parecía que encontrábamos nuestro camino. En su mundo de solitarios cuarentones, casados hombres de negocios con sus perversiones, y turistas borrachos, yo era algo maravilloso, una luz salvadora. Y ella, no sé exactamente qué representaba en mi vida, pero me gustaba que estuviera en ella. Mientras duraba su cálido abrazo, yo pensaba en cómo la había conocido, en lo necesarios que éramos el uno para el otro. Por eso me costó tanto decirle adiós que decidí no hacerlo, prometiéndola no irme y llamarla pronto. Disculparme en una postal con una foto de la torre Eiffel, pensé que eso quedaría bien.

5.
En el autobús encontré a una chica preciosa. Tenía una melena castaña perfecta para anunciar un champú y un cuerpo delgado de lustrosa piel morena. Pero su mirada era triste, y supe por qué cuando giró la cabeza y la melena dejó de cubrirle una parte del rostro. En su mejilla izquierda tenia una cicatriz enorme. Me dio una rabia tremenda, porque era una chica asombrosamente guapa, y sólo podía pensar en quién era el cabrón que le había echo eso. Era injusto. Se le notaba que era una buena chica. Vestía elegante pero no parecía una engreída ni nada de eso. Parecía el tipo de persona que nunca ha hecho nada malo a nadie, ni se ha deprimido ni se han reído de ella y que vive una de esas vidas felices y reposadas que la mayoría sólo conocemos gracias a viejas teleseries. La chica notó que todo el mundo la miraba y se puso nerviosa, lo cual me hizo sentir miserable. Sentí ganas de decirle que posara para mí, que yo pintaría su rostro tan hermoso como debería ser. Pero por supuesto no lo hice, sino que seguí con la lectura de Guía triste de París.

Hubiera marchado hacia París aquella misma noche, pero no había ninguna plaza hasta el día siguiente. Cuando el taquillero me preguntó si quería billete de ida y vuelta, le contesté que sólo de ida, y sentí una satisfacción enorme al pronunciar esas palabras. “Sólo de ida”. Eran unas palabras que me llenaban la boca.

Alquilé una habitación con vistas al mar. Era una pensión pequeña y sin grandes lujos. Se acercaba más bien a la inmundicia, pero me gustaba la mala iluminación de mi habitación. Hacia que pareciera un buen lugar para encerrarse durante diez años por odio a la humanidad. Me duché con agua fría porque no tuve más remedio y luego me puse a dibujar en mi cuaderno. Veía reflejado el rostro de mi padre en todo lo que dibujaba, y sistemáticamente arrancaba la hoja y la arrugaba lanzándola contra la pared.

Hubiera deseado tener a alguien allí conmigo. Haber podido hablar con alguien a quien apreciara y sentir que no me estaba volviendo loco. Cogí el móvil en un acto de desesperación y llamé a mi mejor amigo, Carlos, aunque no era lo que tenía en mente como un buen plan para aquella noche. Afortunadamente Carlos me dijo que aquella noche estaba ocupado, pero que nos viéramos mañana. Después llamé a mi casa pero colgué justo cuando cogieron el teléfono. Me sentía mal por lo que había hecho y quería pedir perdón, pero aún recordaba que mi padre me hubiera matado si no hubiera salido de casa a toda prisa.

Seguí leyendo Guía triste de París, que para entonces ya era mi libro. Mío. Y estaba convencido de no abandonarlo sino enclaustrarlo bajo mi tutela. No era el azar sino el destino el que me había hecho dar con mi libro, y con él entre mis manos me quedé dormido aquella noche.

6.
Por la mañana, mientras hacía tiempo antes de ir a ver a Carlos, alguien me llamó al móvil. Era una teleoperadora de una compañía telefónica que me insistía en que me abonara a la compañía para la que trabajaba. Me dijo que se llamaba Elena. Debía tener la misma edad que yo, y su voz era muy dulce. Tan dulce que no le colgué, como acostumbraba a hacer en esos casos. Dejé que me explicara todas las ventajas que comportaba adscribirme a su compañía telefónica, lo baratas que eran las llamadas y la gran cobertura que tenía en toda España. Lo hice para sentirme menos solo y para que su voz me alegrara los oídos. Cuando acabó su monólogo le dije que me iba a París y que tenía intención de lanzar al Sienna el móvil. Entonces me dio las gracias por atenderla y colgó.

Carlos me abrió la puerta de su casa en calzoncillos. Eran las doce del mediodía, su hora de levantarse. Me invitó a pasar con una especie de gruñido ininteligible y se metió en el lavabo. Yo me senté en su sofá de cuatro mil euros del salón y haciendo zapping por el canal satélite encontré Perdición. Al cabo de un cuarto de hora Carlos apareció vestido sólo con unos tejanos y con una bolsa de cruasanes en una mano y un paquete de Camel en la otra. Se sentó en el otro extremo del sofá y descansó los pies sobre la mesita de cristal que había en frente.

- Me encanta esta película – dijo como si yo no estuviera allí y hablara para sí mismo.

Mi idea era derivar la conversación rápidamente hacia lo que me había sucedido y mi intención de irme a París aquella noche, pero sentado allí en casa de Carlos, me sentí a gusto y no quise estropearlo. Así que vimos Perdición, y después un canal alemán de videos musicales. Encargamos comida china y después Carlos me invitó a coca. Yo llevaba dos meses sin probarla, y primeramente pensé en rechazar su oferta, pero caí en la cuenta que en los dos últimos meses nada había mejorado; ni era mejor persona, ni las cosas me iban mejor, ni me sentía más feliz. Así que esnifé un par de rayas y Carlos puso una canción de un americano que decía “Cuando eres joven, estás triste y te colocas” y hablamos sobre las cosas dos años atrás cuando íbamos al instituto y nos sentíamos reyes y tarareábamos Livin’ on a prayer en la parada del bus, y cuando ya parecía que todo iba a decaer si no nos hacíamos unas rayas más, lo dije:

- Mi padre me ha echado de casa.
- ¿Otra vez? – preguntó Carlos sin gran interés sabiendo que aquella no era la primera vez, hundido entre enromes cojines en su sofá individual.
- Otra vez.
- ¿Por qué?
- Me han echado del trabajo que me consiguió en su oficina porque me pelee con un tío que me llamó enchufado mi primer día.
- Vaya – se pasó la mano por el pelo -. No creo que sea para tanto. Quiero decir, ¿por eso te ha echado de casa?
- Empujé a mi padre escaleras abajo cuando discutimos en casa.

De repente pude ver a Carlos como realmente era. Estaba allí sentado frente a mi, incapaz de asimilar lo que oía, impotente y desinteresado en ofrecerme unas palabras de consuelo. Le vi tan vacío como era, tan lejano a mí caótico mundo que lo único que podía hacer era esconder su mirada tras una mano que le acariciaba las cejas. Era un niño rico cuyos problemas no pasaban más allá de que la mujer de la limpieza le escondía el cenicero de su cuarto para que no fumara. Era inútil explicarle mis problemas y hasta entonces no me había dado cuenta. Vi a Carlos como una persona incapaz de comprenderme y sentí lástima por los dos. Comprender aquello me hacía sentirme un poco más sólo, y veía mi vida como un cuadro en el que las tinieblas acababan con cualquier rastro de luz.

- Me voy a París. Esta noche. – Carlos seguía sin hablar mirándome con una mirada de absoluto desentendimiento, así que yo seguí- Venga, dime que soy un gilipollas, que estoy loco, o que voy a desperdiciar mi vida...
- Lo haré cuando vuelvas. – su voz sí parecía ahora de total implicación con la conversación- Disfrutaré echándotelo en cara. Pero qué digo, si seguramente ni siquiera llegarás a irte. Te rajaras como haces siempre, eres un cobarde.

Tras esas palabras, se calló y me miró con ojos de megalómano creyendo que estaba en posesión de la verdad y que yo era un niño atemorizado por el sermón de un adulto.

- Nunca entenderé a las personas que se malogran como tú – siguió-. Todo el mundo me ha dicho siempre que te acabarías suicidando, que eras el típico niño rico incomplaciente, y yo no lo creía antes, pero comienzo a creerlo. Joder, pegate un tiro si es lo que realmente quieres hacer y no te vayas a París a mendigar.

- ¡QUE TE DEN POR CULO! – grité rabioso, enseñando los dientes como un animal herido en su último intento por no ser comido - ¡CABRÓN HIJODEPUTA!

Cogí mi maleta y me marché, pateando con rabia de camino a la puerta todo lo que encontré a mi alcance. “¡Mi casa no tiene la culpa de que no te guste oír la verdad imbécil!” oí que gritaba Carlos antes de dar un portazo.

7.
Me sobraba tiempo aún para coger el tren así que me acerqué a un centro comercial cercano a la estación. Entré en la tienda de discos Sargento Pepper donde trabajaba Denissse. Ella y yo habíamos sido novios hace mucho, cuando ni siquiera nos atrevíamos a decírselo a nadie, entre los catorce y los quince años. Su madre le había puesto de nombre Denisse por una canción de Blondie, y aunque frecuentábamos mundos distintos –ella vivía por Sants y yo en Pedralbes- coincidimos en el mismo instituto. Todos los chicos de clase estaban locos por ella, pero fui yo, con mi mirada de ojos verdes perdida en cómics de El Increíble Hulk quien la consiguió. No hacíamos una gran pareja, y ni siquiera llegamos a acostarnos – ella alegaba que éramos muy jóvenes-, pero yo siempre guardé un recuerdo estupendo de la vez que posó desnuda para uno de mis primeros cuadros.

La sorprendí reordenando los discos que empezaban por b mientras cantaba en voz baja “Hurricane” de Bob Dylan.

- ¿Qué me recomiendas para un caso de extrema melancolía?

Se giró y tras abrazarse a mi cuello me dijo:

- Eso depende, ¿Quieres escapar de la melancolía o hundirte en ella?
- La verdad es que no lo sé muy bien.
- Para salir de ella, Fleetwood Mac. Para hundirte, también Fleetwood Mac.

Jugaba con los rizos de su rubia melena mientras me hablaba de las mejores canciones de Fleetwoc Mac. Yo pensaba en lo guapa que estaba y en si saldría con alguien, y las ganas que tendría de que volviera a posar desnuda para mí.

- ¿Cómo te van las cosas? – preguntó.

“Dejé la facultad hace un mes y me han despedido de la oficina de mi padre, además me he ido de casa porque casi mato a mi padre en una pelea y con el dinero que he robado a mi madre me voy a París porque quiero ser un pintor impresionista aunque tenga que malvivir y morirme de hambre.” Esa era la realidad. Pero no se la podía decir a ella. No era nada frívola y se tomaba esas cosas muy en serio y le afectaban mucho. No era como el resto de mis amigos. No iba a clubs en los que entrar cuesta treinta euros, ni esnifaba coca, ni se iba a esquiar los fines de semana, ni sus padres le pagaban una carrera en una universidad privada. Trabajaba en una tienda de discos por las tardes y los sábados daba clases de inglés a niños para pagarse los estudios de maquilladora. Para la mayoría de mis amigos –exceptuando al traidor de Carlos-, que me escapase a París sería algo como muy guay. Para Denisse, que me escapase a París sería un claro reflejo de mi carácter de niño rico con pretensiones de notoriedad. “Arregla las cosas en tu casa”, me diría. Pero las cosas no estaban en situación de poder arreglarse.

- No me quejo. – le contesté sonriendo.

Me quedé mirándole el culo mientras un cliente le preguntaba a Denisse donde estaba el último disco de Serrat.

- No te dejas ver mucho por aquí. – continuó.
- Últimamente dedico casi todo el tiempo a pintar.
- ¿Sigue dándote clases aquél borrachín?
- ¿Iñaki? No, pero aun le veo.
- Aún tengo en la pared aquel cuadro en el que me pintaste desnuda. – me dijo ligeramente ruborizada.
- A veces pienso que debería habérmelo quedado yo.

Ella sonrió y se ruborizó un poco más. Estaba incómoda, y yo también lo estaba. En realidad no teníamos gran cosa de que hablar. Me hubiera gustado poder hablar de todo con ella pero la distancia había forzado esa situación.

- ¿Has escuchado a los Pixies? – me preguntó enseñándome un disco.
- Alguna canción.
- Están muy bien. Este año se vuelven a reunir y tocan en Barcelona.
- Si, no están mal – le dije. Había varios clientes merodeando a nuestro lado y Denisse me dejó ver con una mirada que tenía que estar por ellos -. La verdad es que tengo un poco de prisa. Sólo venía para saludarte. He de ir a un par de sitios.

Nos despedimos sin gran efusión y prometiendo llamarnos pronto. Me encaminé hacia la salida, pero me detuve justo en la puerta. Me giré y le pregunté:

- Imagina que, por cualquier motivo, en cuanto salga de aquí no volvemos a vernos nunca más. ¿Qué canción me recomiendas que escuche para recordarte?

Me miró pensando que estaba loco, pero en el fondo este tipo de preguntas le gustaban.

- The first cut is the deepest, de Cat Stevens.

Yo no podría haber dado una respuesta mejor.

8.
No incurriré en el pecado de describir con pretensiones poéticas la estación en la que cogí el tren. Era sencillamente una estación, como tantas otras. Ni siquiera me paré a observarla con los ojos melancólicos de quien escapa de su querida tierra para no ser ajusticiado. Odiaba esa estación de tren, odiaba la ciudad en la que había vivido. Quizás lo que hizo la estación tan poco interesante fue que nadie vino a despedirme, ni hubo una llamada telefónica fugaz y demoledora desde una cabina. No era como en una película, era tan triste como en la vida real.

Subí al tren decidido y sereno, y no fue hasta que me acomodé en mi asiento cuando me invadió esa sensación que nadie quiere describir. Estaba leyendo las últimas páginas de mi libro y cuando acabé sentí el verdadero temor en mi piel. En mi acomodada vida las había pasado de todos los colores y había llorado y había gritado desesperado; pero nunca, nunca que yo recordara, había tenido miedo. Recordé la letra de una canción de Fleetwood Mac: “He tenido miedo de cambiar, porque construí mi vida alrededor de ti, pero el tiempo te hace más valiente, incluso los niños se hacen mayores, y yo me hago mayor también”.

Sabía que de algún modo, aquella canción hablaba de mí, y eso me ponía enfermo. En la última página de mi libro, alguien había escrito con tinta de color azul cielo “De luces y sombras soy, y quiero entregarme a las dos”. “Yo también”, dije en voz alta sin darme cuenta, e imaginé mi vida como un cuadro renacentista lleno de luz celestial.

FIN

Escrito por W. Holden a las Noviembre 6, 2004 08:56 PM
Comentarios

me da mucha penita, la verdad, es de los blogs que mas me gustan leer, pero espero que algun dia te decidas a volver por aqui.
a los que nos gusta leerte te estaremos esperando.
un beoste.

Escrito por pauli a las Noviembre 7, 2004 07:47 PM

Siento haber "eclipsado?" tu fuga con la mía, pero ya sabes churri pichurri que tu blog tenía más gracia que el mío si te sirve de consuelo

Escrito por Azid a las Noviembre 7, 2004 09:06 PM

te voy a echar mucho de menos, aunqe no te lo creas ;)

por cierto, el otro día una chica me pidió un four roses con red bull y me acordé de ti..... no serías tú su acompañante verdad??

BEXETS!

Escrito por PennyLane a las Noviembre 8, 2004 06:54 PM

*la chica del gorro pataleando* no es justo que ahora que me habia enganchado a esto, a ti, etc...esto termine....no es justo, no es justo, no es justo!!!

Escrito por thais a las Noviembre 8, 2004 10:40 PM

Tranquilas niñas! El rey del chop suey volverá en un momento u otro! Que lo conozco y es un adicto a ligar online con sus súbditas

Escrito por Azid a las Noviembre 9, 2004 12:03 AM

Tu página es genial, deverías subastarla en internet para que una ancianita de 80 continuara escribiendo haciendose pasar por tí y dando rienda suelta a sus deseos lesbicos frustrados, y así tus fans no te echariamos de menos.

Escrito por dafne a las Noviembre 10, 2004 12:53 PM

Ik ga totaal akkoord. Ware Thats, mijn oom altijd vertelde me dat. Ik houd van uw adviezen en ik zal vaker uw plaats voortaan bezoeken. Dank voor grote inhoud, houdt het goede werk. Ongelooflijk er zijn geen dergelijke goede plaatsen zoals van u. Als mijn bovengenoemde grootvader: het goede werk zal altijd appriciated zijn. Ten slotte zou ik willen toevoegen dat vele mensen niet aith akkoord zouden gaan dat het soort adviezen maar dont, harder houdt opgeeft!

Escrito por Grizzlie a las Diciembre 3, 2004 12:37 AM

multajn gvidistojn -- malsago kaj idiotaj demandoj. Ci tiuj kreitajoj nenion suspektas -- ili tute ne komprenas la sarkasmon. Neniam dum mia vivo mi estis tiel kontenta, tiel trankvila, tiel plena de bena paco, kiel hierau, kiam mi eksciis, ke Mikel-Angelo ne vivas plu. Ni eltiris ci tiun sciigon el nia gvidisto. Li kondukis nin tra mejloj da pentrajoj kaj skulptajoj en la vastaj koridoroj de Vatikano, tra mejloj da pentrajoj kaj skulptajoj en dudek aliaj palacoj; li montris al ni la grandan pentrajon de la Siksta Kapelo kaj freskojn, kiuj suficus por freskigi la tutan cielon, -- preskau cio estis farita de Mikel-Angelo. Ni decidis uzi kontrau li rimedon, per kiu ni venkis jam multajn gvidistojn -- malsago kaj idiotaj demandoj. Ci tiuj kreitajoj nenion suspektas -- ili tute ne komprenas la sarkasmon.

Escrito por julia a las Enero 21, 2005 05:18 AM

decidis uzi kontrau li rimedon, per kiu ni venkis jam multajn gvidistojn -- malsago kaj idiotaj demandoj. Ci tiuj kreitajoj nenion suspektas -- ili tute ne komprenas la sarkasmon. Neniam dum mia vivo mi estis tiel kontenta, tiel trankvila, tiel plena de bena paco, kiel hierau, kiam mi eksciis, ke Mikel-Angelo ne vivas plu. Ni eltiris ci tiun sciigon el nia gvidisto. Li kondukis nin tra mejloj da pentrajoj kaj skulptajoj en la vastaj koridoroj de Vatikano, tra mejloj da pentrajoj kaj skulptajoj en dudek aliaj palacoj; li montris al ni la grandan pentrajon de la Siksta Kapelo kaj freskojn, kiuj suficus por freskigi la tutan cielon, -- preskau cio estis farita de Mikel-Angelo. Ni decidis uzi kontrau li rimedon, per kiu ni venkis jam multajn gvidistojn -- malsago kaj idiotaj demandoj. Ci tiuj kreitajoj nenion suspektas -- ili tute ne komprenas la sarkasmon.

Escrito por luca a las Enero 23, 2005 12:35 AM
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