Junio 12, 2005

Confesiones de una mente proletaria

La semana pasada me renovaron el contrato en mi trabajo. Nueve meses más, después de los tres que ya llevo. Después de este contrato, en teoría, me harían uno indefinido.

Trabajo en una fábrica y eso, claro, parece relegarte a una estatus social por debajo del de los universitarios o el de cualquier persona que trabaje en una oficina. Me he formado académicamente y aquí estoy, envasando tarjetas durante ocho horas al día, es la cruda realidad. Parece una mierda, pero...soy más feliz de lo que he sido nunca, mucho más que como estudiante o como cuando he trabajado en el mundo del diseño.

Gano más de lo que un chico de veintiún años que vive con sus padres, que no ha de pagar los gastos de un coche, y que no consume cocaína, puede gastar. No es que me paguen un pastón, pero ahorro y puedo permitirme algunos lujos que mis amigos no pueden. Tal vez dentro de unos años cambien las tornas y ellos ganen mucho más que yo, pero eso aún está por ver.

Voy a gusto a trabajar, principalmente, porque estoy rodeado de gente sencilla con quien me lo paso bien y tengo cosas en común. Gente, algo mayor que yo, que ha de pagar una hipoteca y hacer cálculos para poder cambiarse de coche. Aunque se pongan a hablar de La Granja y La casa de tu vida y yo no les siga la conversación me caen bien porque son sencillos. Me caen mucho mejor que los pijos con los que he trabajado que se cabrean porque no encuentran billetes disponibles en las fechas que quieren para volar a Canadá o Noruega, que se van a esquiar cada fin de semana, y que han estudiado carreras carísimas que sus padres han pagado. No encajo en el colectivo proletario ni mucho menos en el pijo, pero cada vez más siento que lo que soy y siempre voy a ser es un obrero. ¿Por qué? Porque mis padres lo son y así he sido marcado. Es cierto que vivimos en una época de grandes oportunidades que nuestros padres no tuvieron, y que si yo quisiera podría ser médico o abogado o trabajar en las oficinas de un banco, pero prácticamente todos los trabajos que he deseado desempeñar no precisaban pasar por la universidad. Tan sólo tener talento y perseverancia, combinado con algo de suerte. No creo que tenga las dos primeras; la suerte sí, suerte hasta ahora he tenido creo.

No siento orgullo obrero tampoco, no, releyendo lo escrito creo que puede dar esa impresión. Ojalá fuera yo el hijo de un adinerado banquero y pudiera estar viajando toda mi vida y sin dar palo al agua, pero eso ya sé que no va a pasar. He resignado de la mayoría de sueños que tenía cuando era adolescente y la verdad es que no los echo de menos.

Lo mejor de todo es que aún tengo veintiún años y si me canso de todo o me vuelvo loco siempre estoy a tiempo de reorientar mi vida.

Escrito por W. Holden a las Junio 12, 2005 06:31 PM
Comentarios

creo q tienes una filosofía de la vida y del trabajo bastante parecida a la mía, y aunque yo haya estudiado una carrera, seré más feliz seguro realizando cualquier otro trabajo, de hecho he sido más feliz poniendo copas que ejerciendo el derecho.

di que sí, que no te tiente el dinero, lo mejor es hacer siempre lo que uno desea y con lo q uno se siente bien.

BEXETS!

Escrito por PennyLane a las Junio 13, 2005 12:37 AM

Adelante con esa filosofia. La gente joven suele ser inconformista, soñando trabajos que no alcanzarán. Lo importante es estar agusto con lo que haces y con lo que eres, sin importar lo que piensn o lo que digan los demas

Escrito por j4m3s a las Junio 14, 2005 12:49 AM
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