INTERVENIR LA INTERVENCIÓN
Alber Vázquez - Escritor
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Enzarzarse, a estas alturas, en una discusión sobre qué es arte y qué no lo es, puede estar de más, y sin embargo, es más necesario que nunca. El miedo a quedar como un tonto ante los demás, lleva a casi todos a optar por el encogimiento de hombros. «¿Es arte todo esto que luce Manifesta? Quién sabe...» Conviene, sin embargo, explicar algo muy importante: la ocurrencia no es arte, la sorpresa no es arte, el estupor no es arte. En realidad nunca lo han sido. Sin ir más lejos y ciñéndonos a lo fácilmente constatable, ni James Rosenquist, ni Mark Rothko, que cuelgan ahora mismo en el Guggenheim bilbaíno, jugaron a ese juego simplón y pueril. No, el arte es otra cosa: conocimiento, introspección, inteligencia, lucidez, belleza, sensibilidad. Pero como nadie quiere que le tomen por lo que no es, cuando se le pregunta calla, claro, qué va a hacer. Es duro pasar por inculto, ¿no? O por pardillo, que es peor. ¿Quién se atreve a decir, en voz alta, que tal o cual elucubración artística no hay por dónde agarrarla? Ahora a Huseyin Alptekin le han apedreado la obra que, en el marco de Manifesta, había instalado en el pasadizo que une Herrera con Trintxerpe. Vamos, que no gustó demasiado y el público «intervino». Se trataba de unos cuantos carteles luminosos que hacían referencia a los hoteles. Para ser precisos, a la dualidad que ofrece la palabra «hotel». «Se puede entender como hospitalidad y hostilidad. Por un lado estos hogares de alquiler te invitan a venir, pero por otro no te hacen sentir como en tu hogar, se puede llegar a sentir rechazo hacia ellos», dice Alptekin. Y ante semejante premisa estética, nos quedamos tan anchos. Uno puede ir y agredir inteligencias con una simpleza tal y a eso se le considera arte. Pero si a la intervención se la interviene nocturnamente, es vandalismo. Creo que va siendo hora de que una crítica sólida aborde lo que estamos haciendo, que dirija la inteligencia y el pensamiento hacia esto que nos empeñamos en llamar arte. No se trata de negar el arte moderno y, menos aún, el contemporáneo. Se trata, más bien, de desenmascarar la estupidez, de afirmar que determinadas expresiones nada tienen de artísticas, que no existe en muchas de ellas sustrato estético ni filosófico, que no hacen la mínima gracia a nadie, que nadie las comprende porque no hay nada que comprender, que todo esto, sí señor, es una magnífica falacia. Ahora se podrá argüir que estamos ante procesos de investigación, ante propuestas, ante posibilidades, ante caminos a explorar, etcétera. Jerga artística que no engaña: ni a los que saben, ni a los que ignoran. Si los grandes entre los nuestros (Mendiburu, Oteiza, Chillida) levantaran la cabeza, se volvían a morir del disgusto.