Enero 26, 2005

Consciencia y responsabilidad

Siguiendo el hilo “chungo” de filosofía hacendada, hoy tocamos el tema de las responsabilidades. ¡Ea!
La verdad es que el tema es algo más que peliagudo, pero vale la pena tratarlo, más que nada para dejar testigo de mi propia y, tal vez, errónea percepción del tema en cuestión.
En definitiva, y yendo al grano directamente, la responsabilidad va unida en la mayoría de los casos a la consciencia. Esto es, y siempre según las apreciaciones de un servidor, que al ser conscientes de los hechos o acciones a los que nos vemos avocados surge la responsabilidad. Auque no siempre es así. Si bien parece lógica y natural la ecuación “percepción de los hechos --> responsabilidad --> acción consecuente”, los seres humanos tenemos cientos de métodos para evitar que esta ecuación funcione. El primero, y el más sencillo, es desde luego alterar su progresión, esto es, sin percepción de los hechos no hay responsabilidad que tomar, por lo tanto estamos libres de esa acción consecuente. Inhibir la percepción de los hechos puede ir (descartando el hecho que hay veces en las que realmente que no se ve) desde la negación subconsciente (algo raro pasa pero no vamos más allá) o consciente (vemos que ocurre algo pero no queremos creer que está sucediendo realmente). Normalmente nuestra mente se sirve de los propios problemas que nos aprietan para librase de las responsabilidades, cosa que en parte puede ser considerada una especie de autodefensa.
Pero bueno, parece que este echando una bronca a la humanidad y lo único a lo que quería llegar yo es a la parte práctica. Vamos, para no hacer esto muy largo (que va a ser que si).
Ahora llega cuando en determinadas ocasiones nos vemos abocados a acciones o hechos en los que no vemos que haya influido ninguna decisión nuestra y que, por lo tanto, no consideramos como un hecho del que seamos directamente responsables pero aun así nos vemos arrastrados por los eventos. El hecho de aplicar la ecuación de arriba, examinar la situación y coger las riendas nos puede ayudar a mitigar el estrés y la frustración que se siente en tan determinados momentos.
Pero, ¿qué ocurre cuando somos nosotros los que hemos tomado la decisión y no reconocemos las responsabilidades que ello conllevan? Por ejemplo, este sábado pasado, por la madrugada me fui a cuidar a la abuela, la pobre ya se va de la olla que ni el Tarzán de viejo. Estar despierto a esas horas para un servido no es ninguna proeza, vivo de noche, además teniendo la tercera extendida del Señor de los Neozelandeses la cosa se mitiga. Años atrás por hacer algo que hice voluntariamente me hubiera quejado… y ahora también, me quejo formalmente. Que no, es broma. A pesar de no ser algo a lo que estuviera obligado, voy e intento no quejarme porque en el momento en que he decidido ir la responsabilidad de mis acciones es mía.
Veamos, no es agradable ni fácil, pero es sencillamente una de las reglas básicas de la ética, se o hacerse responsable de las propias acciones, aun cuando nos vemos de algún modo obligados a tomarlas, y ser consciente de las acciones que vamos tomando en la vida y el área de influencia que tienen sobre todos los demás seres con los que convivimos.

Ahora si que parezco un cura, cosa paradójica, porque la iglesia no es ni consecuente con sus orígenes ni se hace responsable de sus acciones pasadas (aunque sean de dos días), y rara vez hace justicia a sus propios miembros.
Y lo mismo se puede afirmar de los políticos o cualquiera que ostente algún poder sin ser consciente de que sirve al pueblo (o por lo menos debería servirlo).

En resumen, oimados, ya veis que no solo me voy de la olla, si no que además lo promulgo a los cuatro vientos.


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Amen.

Escrito por Garuda a las 09:04 AM | Comentarios (5)

Enero 22, 2005

Destino

Una de las cosas que más “mal rollo” da a la gente es eso de pensar que su vida está ya planificada de antemano. Si bien el hecho de creer que hay un plan divino en el que todo al final, pase lo que pase (meteoritos o películas porno papales incluidas), va a salir bien, por otro lado no veas lo jodido que es verte atascado “por los siglos de los siglos amén”.
Conozco a gente que me sorprende con la importancia que le da al destino o, en segunda instancia, a una de sus filiales, el tarot. Desde luego la progresión de las cosas tal y como suceden lo podremos llamar destino una vez han sucedido, pero es difícil decir que un futuro determinado es el destino que te aguarda.
¿Por qué? Pues porque sencillamente con el hecho de creer que estamos, por ejemplo, predestinados a perder la vida en un accidente, nuestro subconsciente empieza a trabajar interiormente y al final no sabes si se trata del destino o de “la comida de coco (chanel)” que nos estamos pegando.
Avisando que no es que sea un experto en el tema y que son más bien pocas las disertaciones kantianas (mejor digamos oraciones) que he logrado leer, y menos aún retener en mi memoria, me atrevo a definir lo que en definitiva sería el destino para alguien tan cateto como un servidor hipotenuso. Yo diría que es más bien el carácter de una persona junto con el ambiente en el que ha crecido y se relaciona y las experiencias que va reuniendo a lo largo de su vida lo que crean esa maraña (en algunos casos telaraña) de resultados que es el destino. No es por extenderme, pero en el juego de rol (y ya estamos de vueltas con el rol) “Changeling: El Ensueño” venían a explicar una tradición celta que ponía a la vida como un tapiz (el tapiz del “dan”) que con nuestras acciones íbamos tejiendo con el paso del tiempo, y al final, dependiendo de lo que hubiéramos tejido, llegábamos a una conclusión o algún evento que determinaba nuestras vidas.
Si lo pensamos bien puede que esta visión del destino quede como algo así como “cada uno que se lo merece”, pero ya se sabe que los celtas finos no eran, y si no estáis de acuerdo de muestra un botón: “halloween”. Esa agradable fiesta de los difuntos en la que se estacaban las calaveras de los enemigos vencidos a las puertas de los poblados y se sacaba la calavera del abuelo y el tío “Hortensio” para pintarlas de colorines, poner velas en su interior y en definitiva brindar en su nombre, a ver si con la cogorza se podían ver sus espíritus. Vamos, como un pueblo civilizado pasan, pero para el estándar nórdico de la época.

Pero volviendo al tema del destino, y repitiendo lo mismo otra vez, “algo de eso hay, julai”. “En verdad” que podemos estar seguros que las decisiones que un buen día tomamos casi a la ligera en el día de mañana se pueden convertir en una autentica pesadilla o en la mayor de las alegrías. A todo esto de ayudar al subconsciente a recolocarse y participar de un modo más activo y positivo en nuestras vidas también puede ayudar el tarot ese. Si bien hay mucha gente que lo usa para estafar a personas que en su mayor parte se encuentran en una situación desesperada y admitiendo que el “juego” del tarot carece que capacidades agoreras, si se le puede reconocer una gran influencia sobre la mente de aquellos que se muestren predispuestos a “jugar”.
Y es que, en esta sociedad (y casi en todas las que han poblado la faz de la Tierra) tan necesitada de psicoanalistas, psiquiatras y psicólogos cualquier cosa puede ser utilizada de modo influya en nuestra mente ya sea para bien o para mal…
Y este tema tiene mucha chicha, pero lo dejo aquí por ahora, en otro momento os hablo de la psicomágia de Jodoroski y de su visión del tarot como modo para reconducir el “destino”.

Y por cierto, ¿vosotros creéis en el destino?


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Escrito por Garuda a las 10:30 AM | Comentarios (7)