Febrero 07, 2006

El día que perdí la cabeza

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Por: Gilberto Brito

Siempre he tenido viva curiosidad por saber qué sienten aquellos seres que a diario exclaman: "¡He perdido la cabeza!" Me he preguntado mil veces, sin encontrar respuesta: ¿Cómo hará esa pobre gente para encontrar la cabeza perdida, tirada allí, sin poder moverse...? Posiblemente la parte superior de nuestro cuerpo, albergue del espíritu, de la imaginación, de la mente, del intelecto, del talento; esa que muchos llaman testa, testuz, chola o chaveta, empezará como loca a dar gritos: ¡Aquí estoy! ¡Junto a tus pies! ¡Más a la izquierda! ¡Sobre la grama! y nuestras manos ansiosas, convulsas, tanteando por todas partes, tratando de localizar inutilmente la cabeza que con destemplados gritos nos llama. Pero nosotros, como si no la oyéramos, tropezando con todo, derribando cuanto hay cerca, trastabillando por todas partes, como tontos o locos, yendo siempre en dirección opuesta; alejándonos cada vez más de nuestra pobre cabeza que, sin movimiento, exhausta, hace cmiles de esfuerzos con la vista sin lograr que regresemos... Pero, ¿cómo vamos a percatarnos de su llamado? ¿Cómo atender a sus gritos?... Si los oídos están allí, tirados también, colocados en ambos lados de la cabeza que yace en el suelo. Por más que grite, por más que llame, no puede nuestro cuerpo oír... ¿Qué digo? ¿No puede oír? Pero... No dicen que hay personas que "oyen por la tapa de la barriga" o por ejemplo eso cree mi tía... Yo recuerdo que un día me llamó con mucho misterio y me dijo al oído: "Gilberto, ve a la bodega y me compras dos bolívares de queso rallado. Ve rápido que son para los espaguettis que tengo servidos ya y me da pena con el señor Don Visquel y sus amigos, pues es la primera vez que vienen y los invito a comer! ¡Ve volando!" —me repitió dos o tres veces consecutivas. Con el misterio utilizado por mi tía para hablarme, salí de casa. Mis alpargatas se hundieron en el polvo tibio de la calle donde vivía; miré con desgano las casas tantas veces vistas: verdirojas, de ladrillos, rosadas, marrones, blancas, mustias por el tiempo y garabateadas por quienes como yo protestábamos la carencia de pizarrón en la casa, escribiendo en las paredes ajenas o dejando constancia con infantil adevertencia, de que "nos gustaba la última niña que se mudó para la casa azul..." o que "pluma e´gallina me tiene miedo..." No había recorrido gran trecho cuando ahí, en medio de la calle, mis compañeros de peleas y juegos; de travesuras y estudios se divertían con metras relucientes, teñidas de arco iris, dibujadas de colorines nuevos, vistosos, que describían, con magistral armonía, fabulosos caminos sobre la menuda tierra. Era como si, adelantándose al futuro, abrieran mil caminos que, sin ir a ninguna parte, nos alejaba con el crecimiento... "Pepa y palmo, pago dos..." —decía uno—... y quién que tuviese mi edad iba a perderse una jugada del negrito "Kiko" apodado "el martillo" por su forma de pegar a distancias? ¿cómo resistir la tentación de pararse a ver o a jugar dos, tres o cuatro veces? Nadie. Sencillamente nadie. Y allí estaba yo para retar con valentía a "el martillo", romper su record y bajarle los humos... Jugué hasta perder mi "juga" o metra ganadora de mil combates polvorientos, sudorosos y de reverberante sol... pero, no sólo perdí mi metra sino la noción del tiempo transcurrido y la idea de lo que debía comprar.
Con la creencia de poder recordarlo en la bodega, seguí triste mi camino, sintiéndome ingrato con mi metra compañera, hoy en manos de "Kiko". Llegué a la bodega. Después de varios segundos de vacilación dije: "Don José, deme por favor una panela de jabón azul bien envuelta". Recibí mi pedido y como gacela —que huye del ruidoso cazador—, emprendí veloz carrera. En el dintel de la puerta mi tía hacía extrañas contorsiones tratando de detectarme con la vista. Al hacerme ligeramente visible exclamó con voz de soprano: "¡Apúrate muchacho!..." Llegué, entregué el mandado a mi tía quien con temblorosas manos y cara de angustia y rabia lo recibió diciendo... "Lo trajiste sin rallar..." Seguí hasta el cuarto. Creo que trataba de esconderme del pensamiento de mi metra cuando la puerta se abrió con fuerza chocando con estrepitoso ruido en la pared. Nunca olvidaré la cara de mi tía porque jamás he visto otra igual... "¡Mira, muchacho del zipote, te mandé a buscar queso rallado!..." Y acto seguido me tiró el jabón que por poco me lo pega en el centro mismo del cogote... Se acercó de un salto, me tomó por el brazo, me zarandeó gritando histéricamente: "¿Tú oyes por la tapa de la barriga... tú oyes por la tapa de la barriga... dí pues, dí?" Y si entonces hay gente capaz de "oír por la tapa de la barriga", les es fácil encontrar la cabeza cuando la pierden, pues esta los llama, el cuerpo oye, se orienta hacia la voz, toma la pensante, se la coloca y asunto resuelto. Pero... ¿no será eso pura invención de mi tía? A lo mejor nadie oye por otra parte sino por los oídos, y... Si estos están en la testa... ¿cómo diablos entonces el cuerpo va a encontrar la cabeza perdida? Tiene que existir una forma, pues todos los que dicen haber perdido la cabeza la tienen puesta y... bien puesta... Será acaso que aquellos que la han perdido colocan un aviso en los diarios... así por ejemplo: "AYER, EN EL AUTOBÚS QUE CUBRE LA RUTA CARACAS—VALENCIA, EL SEÑOR A. Z. X. CÁRDENAS EXTRAVIÓ SU CABEZA. SE RUEGA A QUIEN LA HAYA ENCONTRADO LA DEVUELVA A LA SIGUIENTE DIRECCIÓN: EDIFICIO TAL, APARTAMENTO CUAL. LAS CARACTERÍSTICAS DE LA MISMA SON: OJOS CASTAÑOS, NARIZ CHATA, LABIOS GRUESOS, FRENTE ANCHA, PELO LISO. SERÁ BIEN GRATIFICADO" ... pero... y si aquel que la encuentra decide no entregarla? y si la deja para conversar con ella cuando va de viaje? o la usa un día sí y otro no?, o la guarda para mostrarla a su novia? y, en el peor de los casos, la deja para cuando alguien que no quiere ver lo visita y entonces la asoma por la ventana y esta dice: "El señor Fulano se mudó"?, o para pedir fiao con ella?, o para buscar camorra y que no le estropeen la suya...? Debe ser horrible perder la cabeza y no encontrarla enseguida... Pero... existirá gente tan distraida que constantemente esté perdiendo la cabeza? Parece que sí. Yo he conocido a miles y felizmente la han encontrado... sin embargo, yo quiero averiguar por motus propio, cómo es eso de perderla. Me he trazado un complicado plan para definitivamente perder la cabeza y encontrarla en pocos momentos, como muchos lo han hecho. Yo no puedo ser menos que los demás... Temía que si perdía mi parte superior del cuerpo en el momento de asomarme a la orilla de un puente, donde pase un río, esta sería arrastrada facilmente y se ahogaría, ya que no tendría cuerpo que la ayudara a llegar a la orilla; y el resto de mí se quedaría allí, inmóvil, sin poder gritarle a nadie que me la regresara. Entonces sí la iba a poner de oro! Por eso... decidí dejarme crecer el pelo; me hice una cola de caballo; amarré un nylon, le di vueltas por todo mi cuerpo, hice un gran nudo y así estaba más tranquilo... Desde ese día no me he soltado el pelo ni para bañarme. Me calleron piojos que vivieron y procrearon liendras y otros piojos y mi cola seguía ahí, sin deshacerse. Prefería esos animalitos que soltarme mi cola y por ende mi cabeza... Surgió otro problema: ¿cómo facilitar la entrega a quien la encontrara, en caso de perder cabeza y pelo al mismo tiempo? Se me ocurrió la idea más maravillosa del mundo: retraté mi cabeza. Escribí en ella lo siguiente:


"ESTA CHAVETA PERTENECE A GILBERTO, QUIEN ACTUALMENTE VIVE EN LA CELDA 23 DEL MANICOMIO. SI ALGUIEN LA ENCUENTRA PUEDE DEVOLVERLA A ESA DIRECCIÓN. SERÁ BIEN GRATIFICADO."


De estas fotos distribuí noventa mil entre amigos, conocidos y desconocidos en todo el país... Ah!... La última cosa que hice fue mejor todavía! Como existe una ley que señala que toda propiedad tiene que ser registrada, me fui al Ministerio de Fomento, piso siete. Solicité las planillas correspondientes para registrar el derecho de propiedad y anexé todos los recaudos exigidos: partida de nacimiento, solvencia del impuesto sobre la renta, estampilla fiscal de cincuenta bolívares y dos referencias y, aunque esto causó muchas risas de los empleados y se me otorgó un tiempo de cinco mil años para retirar mi solicitud, ya nadie podrá quedarse con mi cabeza porque está registrada y cometería un delito, lo cual está penado por la ley. Yo lo demandaría ante los tribunales de justicia, ante la Corte si eso llega a suceder y entonces tendría que pagar las costas procesales... porque eso sería un rapto, un secuestro, una apropiación indebida, un vulgar robo... Esto digo a cada persona que pasa por aquí, por esta plaza donde estoy encerrado, con candado, que casi no puedo moverme para entregar las fotos que imprimí y mandé a reproducir cien millones de ellas, para que todos los sepan... Los que reciben la foto la leen con atención, me miran y se despiden diciéndome: "¡Pobrecito! Perdió la cabeza!".


Escrito por Parafrenia a las Febrero 7, 2006 10:13 PM | TrackBack
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