Una compañía impredecible
Novela escrita por: Newton
La Plaza Venezuela hacia mucho tiempo se había convertido en el “nuevo y moderno” centro de Caracas. A esa hora de la tarde, el tumulto de buhoneros, perro-calenteros, vendedores rodantes de estuches para celulares, revendedores de entradas para los juegos de béisbol, indigentes, rateros, huele-pegas, rematadores de cd*s en plena autopista y cuanto perolito pudiese ser vendido por estas personas, conformaban una masa casi impenetrable bajo el calor del implacable sol tropical sobre el fondo de una perenne neblina de dióxido de carbono. Todo esto ante la mirada complaciente de las autoridades incompetentes que ejercían el control de la seguridad en la otrora llamada “Gran Caracas”
El seguimiento se había hecho algo infructuoso a través de los estacionamientos subterráneos del Estadium Universitario y además sumamente peligroso en la parte del elevado que cruzaba la autopista, cada vez mas saturada de grandes masas de un humo negro-amarillento y bajo el influjo aterrador de las emisiones sulfurosas del río Guaire. Empecé a notar que el comisario Rausseo sudaba copiosamente y su respiración era claramente estertórea, lo cual me llevo a pensar que lo más probable era que se convirtiera en un estorbo, me voltee y le dije:
- Jefe, deje que continúe solo. Váyase a la estación y trate de averiguar si lo implantes de silicones fueron succionados con un aparato o si fueron extraídos estando la chica con vida. Yo lo llamo cuando averigüe mas de estas “locas”
Se despidió feliz con la certeza de que estaba haciendo algo importante y logro entrar en una de las inexpugnables estaciones del Metro, a esa hora abarrotadas de vendedores de cigarrillos detallados y de hombres-teléfonos-móviles que alquilaban sus servicios.
Logre continuar con el seguimiento de los sujetos amanerados hasta que penetraron por una de las rejas que delimitaban la Zona Rental. Esta vasta extensión de terreno en una época fue el centro de disputas territoriales entre la Universidad Central y la Alcaldía Mayor de Caracas para su explotación comercial, la cual habían dejado en un total abandono. Sin embargo esto no había evitado que se hicieran desarrollos urbanísticos a lo largo y ancho de sus terrenos, entre los cuales se encontraba el inconcluso Centro de Convenciones de Caracas y la 7ª linea del Metro, en una clara y descarada manipulación de las leyes donde el circo de concesiones fraudulentas y apresuradas negociaciones eran el pan de cada día en la Asamblea Legislativa.
En la entrada, otra serie de guardias armados saludaron a Santiago Luciferal con una reverencia y el extraño personaje penetro en el terreno con una solemne actitud esquivamente altiva. Ante tanta seguridad desplegada, no se me ocurrió otra idea sino tratar de introducirme por una de las tantas brechas que hacían los delincuentes y violadores que pululaban en la zona, en las rejas que daban hacia el río Guaire. Después de una exhaustiva búsqueda, y luego de ocultarme en los matorrales de varias patrullas de la policía, logre abrirme paso hacia los terrenos llenos de escombros y edificaciones a medio construir.
Rápidamente inicie la búsqueda de una escalera que me llevara a los sótanos del complejo arquitectónico cuando entre la gran cantidad de tablones y equipos de construcción, me pareció escuchar un murmullo como si se hubiesen percatado de mi presencia y además quisieran llamar mi atención. Mire por todos lados buscando el sonido hasta que determine que procedía de la fosa de los ascensores. Me asome y vi con asombro que una mujer yacía amarrada en el fondo. Sin pensar en lo extraño de la situación, di un gran salto y caí a su lado, arrancándole con un zarpazo felino el tirro plateado que cubría su boca:
- Pero, ¿Qué coño hace usted aquí?
- Haciendo la cola para entrar en el cine, ¡GUEVON!
Logro hacerme sonreír con su actitud de humor harboiled. Era una mujer extremadamente hermosa, de ojos azules y un cabello pelirrojo que le caía como una suave cascada sobre sus anchos y redondos hombros. A pesar de que parecía tener varios días en ese sitio, su piel blanca estaba suave y tersa al tacto. Su cuerpo lucia unas proporciones vitruvianas increíblemente eróticas a través del vestido hecho jirones quizás por la caída desde una altura considerable.
- Relájese. – le dije adoptando mi clásica postura de hombre duro. Continué - ¿Cómo llego hasta aquí?
- Es una historia un poco larga y difícil de explicar. – dijo, al tiempo que mis ojos y mis manos no dejaban de admirar sus largas y rosadas piernas mientras le arrancaba los pedazos de tirro plomo de sus pantorrillas
- ¿Cuál es su nombre? – pregunte
- Rita Oropeza, ¿y tú?
Le di uno de mis nombres falsos, mientras observaba lo que parecía un anillo de compromiso.
- Me tiraron aquí hace 3 días porque descubrí un negocio fraudulento en el ministerio donde trabajo. Soy la asistente legal del ministro y por “azar” tuve acceso a unos papeles que comprometen a altos funcionarios relacionados con la compra de comida enlatada piche de Australia para ser distribuidas en los comedores populares del gobierno
- ¿Y por que no la mataron?
- Hice copia de todos los documentos y los guarde en una caja de seguridad. Al ver que no podían joderme me ofrecieron una participación pero no acepte.
- Que honesto de tu parte. – dije en tono risueño
- ¡Que carajo de honesto!, yo quería mas de lo convenido. Por eso decidieron tirarme en esta fosa para ver si me mataba del impacto, con la suerte que caí en este colchón.
Observe con asombro que la mujer estaba sobre la mullida superficie, testigo quizás de muchas violaciones ante la falta de vigilancia del abandonado edificio.
- ¿Y su novio no la ha buscado? – dije con cierta suspicacia.
- ¡Ese pendejo es un cabron!, de lo único que esta pendiente es de su camioneta de 100 millones y de bajar a La Guaira a broncearse.
Ante tanta sinceridad, no había notado que mis manos estaban aferradas a sus tiernos muslos, hasta que ella con un gesto de ceja y meñique levantado, me retiro las manos.
- Creo que esta un poco estresado. – dijo con evidente desprecio. – Me va a cortar la circulación.
Retire mis manos con mi habitual velocidad felina, pensando en los 2 últimos años en que no había saciado mis bajos instintos. Ella prosiguió como una ametralladora:
- ¿Y que haces tu aquí?, ¿Qué andabas buscando?
Su rostro angelical me impulso a contarle la verdad ineludible:
- Todo este encuentro fue producto de la “causalidad”. Soy un detective independiente adscrito a la policía y estaba persiguiendo al sospechoso de un caso hasta aquí.
Por un instante recordé que el motivo de estar allí era Santiago Luciferal, con lo cual le hice un ademán a la preciosa asistente para que se levantara:
- Sígame y no haga ruido, yo la sacare de este basurero. Hay que andar con cuidado pues estos tipos son muy peligrosos…
- Si y bastante escandalosos. Durante todas las noches que pase en este “hotel” parecía como si hubiese una orgía gigantesca, como una gran celebración…
Logramos salir a uno de los pasillos principales y con la agilidad de un chimpancé bajo los efectos del MDMA, localice las escaleras que iban al sótano. Repentinamente, a medida que avanzábamos por el amplio pasillo, empezamos a escuchar un murmullo que rápidamente se convirtió en un escándalo proveniente de los pisos superiores, justo del sitio donde se encontraba el salón de convenciones principal. Sin pensarlo, me desvié hacia las escaleras que subían hacia la oscuridad.
- Coño, no aguanto la curiosidad. Tengo que ver que provoca ese ruido…- Murmure.
En el próximo capitulo: El poder de la economía informal (Cap. #7)