Febrero 28, 2004

MI MADRE ERA UNA ESTRELLA QUE NO PODÍA VER SU LUZ

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Tenía seis años cuando un día su padre no volvió a casa. Y el dolor por este abandono se pegó a ella igual que su don natural para el "glamour". El 21 de enero de 1993 moría la sonrisa más bella de Hollywood, y su hijo Sean comenzaa una terapia: escribir la biografía materna. El libro, que ahora se edita, desvela la cara más íntima de la actriz. "No sólo era un bello envoltorio, sino un genuino ser humano".

Éste es mi particular homenaje a AUDREY HEPBURN, una persona que fue fiel reflejo de bondad, sencillez y ternura, amén de una de las mejores actrices de todos los tiempos.

Si yo tuviese que escribir mi biografía – me dijo un día mi madre –, empezaría así: “Nací en Bruselas, Bélgica, el 4 de mayo de 1929… y me morí seis semanas después.” Sean Hepburn Ferrer, hijo de Audrey Hepburn y el actor y director de cine Mel Ferrer, inicia así el emotivo recuerdo de su madre, con una anécdota que a ella le gustaba contar y que permite atisbar su dura infancia. Una grave complicación respiratoria la colocó, siendo bebé, al borde de la muerte, pero tuvo que soportar también la invasión alemana, la Segunda Guerra Mundial, el hambre y, lo peor de todo, el abandono de su padre. Se fue cuando ella tenía seis años. Ese hecho marcó toda su vida, reconoce su hijo Sean, y sus relaciones con los hombres. “Nunca confió en que el amor estuviese allí para quedarse”:
Audrey se casó dos veces, con Mel Ferrer en 1954 y luego con el doctor Andrea Dotti, el padre de su segundo hijo, Lucca, en 1969. Su primer marido era consciente de la asignatura pendiente que para Audrey era su padre y fue quien organizó el reencuentro. Lo localizó en Irlanda. “Se citaron en un hotel de Dublín – recuerda Sean –. Él estaba inmóvil, era en realidad un inválido emocional. Ella lo abrazó, lo perdonó instintivamente, al instante”. A pesar de ello, la relación entre ambos nunca fue fluida, la actriz lo apoyó económicamente y lo cuidó en sus últimos días, pero no asistió al funeral. “Para ella, su padre había muerto hacía muchos años”.
“El sueño de mi madre siempre fue ser una primera bailarina”. La guerra lo impidió, pero los escenarios parecían estar creados para ella. Había hecho pequeños papeles en películas menores y algunos musicales cuando coincidió con Colette en un hotel del sur de Francia. Cuando la escritora francesa vio a Audrey Hepburn, gritó: “¡He encontrado a Gigi!”. Buscaba a la protagonista de su nueva obra y así nació Gigi y el mito de Audrey. Luego vinieron las otras películas, Desayuno con Diamantes, Charada, My fair lady…, pero Audrey nuca vivió en Hollywood, no sólo físicamente, “ni siquiera en ese estado mental”, recuerda su hijo. La familia se estableció en Suiza y Roma, alejada del mundo de la farándula. Y sin embargo, Audrey era cada vez más una estrella, “una que no podía ver su propia luz” cuenta su hijo. “Se veía demasiado delgada, con un bulto en el arco de su nariz y con pies excesivamente grades para su tamaño. Me preguntan muchas veces: ¿Estaba realmente delgada? ¿Cómo lo hacía? Bueno, había un secreto: pasó hambre durante la guerra y continuó estudiando ballet todo el tiempo. Sus hábitos alimenticios eran simples. Le encantaba la pasta, la comía una vez al día, pero no la combinada con proteínas. En esos días no se sabía nada sobre dietas disociadas, así que lo hacía naturalmente. A medida que pasaban los años, comía menos carne, pero no era vegetariana .Cocinaba muy bien y creía que la combinación de colores en el plato era importante. También caminaba o todos los días”.
Lo cierto es que su cuerpo menudo y bien proporcionado la convirtió pronto en la modelo ideal de los grandes diseñadores. “Recuerdo sus preciosos vestidos de noche: Givenchy siempre, y Valentino en Roma… chaquetones en invierno, pantalones de algodón y lacostes en verano, bailarinas y una larga túnica en casa por la mañana… Rememoro todo aquello, sensaciones y emociones. Ése era el mundo de mi madre”:
A la hora de vestir, hay un nombre clave en la vida de la actriz. Hubert de Givenchy, que hizo de ella “la mujer más elegante del mundo”, aunque él aseguraba que ella estaría brillante en un saco de patatas. “No iba con las tendencias, no se reinventaba cada temporada. Le gustaba la moda, pero la mantenía como un instrumento para complementar su look.”. “Cuida de tu vestuario, decía, porque es la primera impresión de ti. Así que cuando ella aparecía, sus ropas no gritaban mírame, sino así soy yo, ni mejor, ni peor que tú. Realmente creía en eso”.
La vida de Audrey cambió sustancialmente en 1981 cuando conoció a Robert Wolders, con quien pasaría 12 años de su vida. Él la introdujo en Unicef y la convirtió en la embajadora que más intensamente haya trabajado sobre el terreno. Los siguientes cinco años viajó con Robby dando conferencias y visitando los lugares más necesitados. “Cada Navidad, cuando la familia se reunía, hablaba de sus viajes y de los niños”. Somalia, adonde llegó en 1992, fue lo que más la marcó. La situación era desesperada. “Al regresar dijo: He estado en el infierno y he vuelto” – recuerda su hijo –. Fue su último viaje.”
Audrey empezó a quejarse de dolor de estómago al poco de llegar de Somalia. Varias pruebas médicas concluyeron en noviembre de 1992 con una intervención en Los Ángeles: tenía cáncer abdominal. Las siguientes semanas la situación empeoraría. “El 1 de diciembre fu el día mas duro de mi vida – cuenta Sean –. Estábamos preparando todo para llevarla de nuevo al hospital. La estaba ayudando a vestirse cuando se dio la vuelta y, con lágrimas en los ojos, me abrazó y sollozó. Mientras me apretaba fuerte, susurró: “Estoy tan asustada”. Ese día les confirmaron que el cáncer estaba tan extendido que no había nada que hacer. Sean entró en la habitación. “Ella parecía en paz. Nunca tuvo miedo a morir, simplemente no quería sufrir innecesariamente. Habíamos hecho un pacto antes. Me senté en la cama. Le expliqué que no se podía operar. Miró a otro lado y con calma me dijo: “Qué decepcionante”. Eso fue todo. Cogí su mano y me sentí tan impotente como no me he sentido en mi vida. Los dos meses siguientes fueron duros, pero bonitos. No esperábamos nada. Estábamos libres de dudas, de angustias. Todo lo que hicimos fue amarnos, viviendo realmente como si mañana fuese el último día.

"EL SEMANAL"

Escrito por Javi a las 03:53 PM | Comentarios (0)