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31 de Octubre de 2007

Fragmentos (XXXIII)

Últimamente escribo poco, casi por cumplir, para que no desaparezca del todo la beneficiosa terapia que supone teclear sin saber a quién coño puede interesar esta sarta de pamplinas. Gente como yo, supongo, que se amarran a un dietario que cada vez tiene menos de diario y más de juguete ocasional, intentando que sobreviva para que no decaiga el fino hilillo que nos mantiene en el alambre egoísta, que no otra cosa es la escritura anónima. Me van vds. a perdonar, pero después de cuatro o cinco años manteniendo un blog, esto es lo que queda de la falta de ilusión por las cosas.

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Me alargo a la feria del libro antiguo y de ocasión de Córdoba, veinte casetas donde uno se puede encontrar algunos libros antiguos (ediciones bellas, impagables y muuuy caras), unos pocos más usados (donde están los descubrimientos, las sorpresas, pertenencias de alguien que decidió desprenderse de sus cosas por alguna razón), y sobre todo saldos y restos de edición, lo que nadie quiso a precio de mercado, ahora a precio medio barato.

Entre estos últimos compro algo que llevaba buscando hace tiempo: el resumen de la genial enciclopedia antropológica sobre los indios norteamericanos que Edward S. Curtis publicó en veinte tomazos entre 1907 y 1930. Por diez € me apaño esa joya resumida en un solo libro de 600 páginas, todo fotografías con prólogo del presidente Roosevelt y en formato pequeño y tapas blandas. Una puta joya de la editorial Taschen.

Los indios de Norteamérica, de Edward Curtis

Qué sería de uno, señor, sin encontrarse estos chollos que le alegran el espíritu. Mirar las fotografías reales de los últimos supervivientes de unas tribus sistemáticamente masacradas y confinadas en reservas, documentos gráficos que nos muestran un mundo extinto por última vez. Nadie podrá pagar nunca el trabajo del sr. Curtis, ese trabajo al que dedicó su vida y que no sabemos si calificar de antropológico, etnográfico o directamente artístico, aunque todo ello suene a pedante en un mundo de occidentales chulescos y con síntomas de decadencia galopante. Ahora, después de ver y leer estos restos culturales, el hecho de que se le haga tanto caso entre los ricos del mundo a Gore y sus avisos sobre el cambio climático sólo puede parecer hijoputismo, así mismo dicho.

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Qué mala leche se le pone a la gente, no sé si miedo, cuando se le acerca alguien desconocido por la calle para preguntarle la hora. Creo que no es tanto por la inseguridad sino por la mentira que supone no saber si lo que responden (no llevo reloj, etc) es fruto más de no saber para qué cojones sirve llevar siempre controlada una cosa incontrolable como es el tiempo, así en bruto... Esto último me lo dijo una vez mi abuela, y es mucho más cierto que cualquier otra cosa, como por ejemplo que la leche del desayuno es de verdad leche de vaca. Anda que no.

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