14 de Septiembre del 2004

El silencio

Acosado por las sirenas . . .Para protegerse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bién quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con alegría inocente.

Sin embargo, las sirenas poseen un arma más letal aún que su canto: su silencio. Es posible que alguien haya podido escapar de su canto, pero de su silencio, jamás.

Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.
En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas les hizo olvidar toda canción.
Ulises, (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él se hallaba a salvo. Fugazmente, vió primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo mas acerca de ellas.
Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.
Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.
La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.

Franz Kafka
El silencio de las sirenas
Obras Completas

Escrito por Asterion a las 5:39 AM | Comentarios (16)

1 de Septiembre del 2004

La escritura

Escribiendo . . .Creo que si pudiera escribir cinco cuentos perfectos mi vida estaría justificada. ¿Qué es un cuento perfecto? Un cuento que permanece. Sobrepasa el entendimiento y la lucidez; toca el corazón de la gente. Es decir, le puede gustar tanto a Barthes como a los muchachos de San Juan y Boedo. De ese entendimiento, de esa melancolía (para el caso es lo mismo), nació este libro. Pero sólo el tiempo con sus mudanzas dirá si permanece. De cualquier forma quien abra este libro se encontrará con que está dedicado a mi analista. Quizás, como el loco aquel, yo también podría escribir: no me cure la locura, doctor, es lo único que tengo.

A lo mejor escribir no sea más que una de las formas de organizar la locura.

Isidoro Blaistein
Cerrado por melancolía


El presente forma parte del proyecto de post colectivo propuesto por JEL sobre la pregunta: ¿la escritura es un medio de comunicación?.

Escrito por Asterion a las 6:16 AM | Comentarios (6)

5 de Agosto del 2004

Antoine de Saint-Exupéry

Antoine de Saint-Exupéry en la carlinga de un P-38(1944)El 31 de Julio de 1944, despegaba de la isla de Córcega un solitario avión de reconocimiento. Similar a tantos otros, era diferente. Sería el último vuelo de Antoine de Saint-Exupéry. Pilotaba un monoplaza de reconocimiento P-38 Lightning, con la misión de fotografiar la región de Grenoble. Y a bordo de él encontró su destino.

Nació en 1900 en Lyon. En un hecho que marcaría su vida, a los 12 años de edad fue invitado a volar por el famoso piloto Jules Védrines. A los 21 años hizo el servicio militar y obtuvo su título de piloto militar. A los 26 años ingresó en la aviación civil con la empresa Latécoère. En 1929 fue designado director de la Aeropostale Argentina, lo cual lo trajo a nuestras pampas. Pilotando aviones recorrió gran parte del sur de nuestro país, donde su paso es bien recordado por las crónicas de la época. Contrajo matrimonio en Buenos Aires en 1931.

A fines de 1929 un problema técnico lo obligó a aterrizar en Concordia, Entre Ríos. Fue alojado en la mansión de San Carlos, cuyos jardines sirvieron de inspiración para el cuento Oasis, de su libro "Tierra de hombres".
Posteriormente fue piloto de pruebas y trabajó para Air France. Cubrió la guerra civil española para un diario francés.
A fines de 1935, durante un vuelo de récord, se vio obligado a aterrizar en el desierto libio. Junto con su mecánico, sobrevivió cuatro días en el desierto. Una noche tuvo un curioso encuentro con un fennec. Esta experiencia serviría de inspiración para su libro más conocido, "El Principito".
Primer vuelo de Aeroposta a la Patagonia. El piloto es Saint-Exupéry.

En 1940, tras la caída de Francia, se radicó en Nueva York. Allí era bien conocido por su libro "Piloto de guerra", de reciente aparición. Sin embargo su estancia lejos de su país no fue fácil; los aliados estaban perdiendo la guerra y además no sabía hablar en inglés. Su editora le sugirió escribir un libro infantil cuyo protagonista fuese el pequeño personaje con el que Saint-Exupéry adornaba sus cuadernos. Así nació "El principito".

En 1943 viajó al Norte de Africa para unirse a las fuerzas de la Francia Libre. Su amplia experiencia como piloto civil lo hacían un candidato ideal para los vuelos de reconocimiento fotográfico. Un año después no regresó de un vuelo. Hace pocos años encontraron los restos de su avión en el Mediterráneo.

El Principito
Es un clásico de la literatura universal. Es la tercer obra más vendida en el mundo, detrás de la Biblia y "El capital". En un principio fue recibida con cierta frialdad, ya que su público estaba acostumbrado a otro tipo de obras y no esperaba un cuento para niños. Fue traducida a 115 idiomas.
En sus páginas podemos encontrar referencias a la bondad, el amor, la amistad, la tenacidad, la búsqueda del conocimiento, en definitiva aquellos valores que nos dan la plenitud.
El viaje del Principito es una parábola acerca de la búsqueda permanente del hombre. Según el filósofo Martin Heidegger, una de las grandes obras del existencialismo.

Para mí, lo mejor son los diálogos con el zorro. Los dejo con el:
El principito y el zorro

Se dirigió el principito nuevamente a la rosas:
-En absoluto os parecéis a mi rosa. Nadie os ha domesticado y no habéis domesticado a nadie. Así era mi zorro antes, semejante a cien mil otros. Al hacerlo mi amigo, ahora es único en el mundo.
Las rosas se mostraron ciertamente molestas.
-Sois bellas, pero aún estáis vacías-agregó todavía- Nadie puede morir por vosotras. Es probable que una persona común crea que mi rosa se os parece. Ella siendo sólo una, es sin duda más importante que todas vosotras, pues es ella la rosa a quien he regado, a quien he puesto bajo un globo; es la rosa que abrigué con el biombo. Ella es la rosa cuyas orugas maté (excepto unas pocas que se hicieron mariposas). Ella es a quien escuché quejarse, alabarse y aún algunas veces, callarse. Ella es mi rosa...

Regresó hacia donde estaba el zorro:

-Adiós-dijo.

-Adiós-dijo el zorro- Mi secreto es muy simple: no se ve bien sino con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos.

Antoine de Saint-Exupéry.
El Principito.
Capítulo XXI (extracto)


Otras obras:
Correo del Sur (1929),
Vuelo de noche (1931),
Tierra de hombres (1939),
Piloto de guerra (1942)

Encuentran los restos del avión de Antoine de Saint-Exupéry.

Los aviones que piloteó.
El Principito en la web.

Escrito por Asterion a las 6:25 AM | Comentarios (22)

2 de Agosto del 2004

El Zahir

Moneda de veinte centavos (1921)
Tal vez algunos de ustedes se preguntaron, con cierta lógica, qué es el Zahir. Es un cuento de Borges, pero ¿qué representa?. . . Podría escribir un análisis, pero quién mejor que Jorge Luis Borges para contarnos cómo surgió su famoso relato.

"... Voy a tratar entonces de recordar un cuento mío. Estaba dudando mientras me traían y me acordé de un cuento que no sé si ustedes han leído: se llama El Zahir. Voy a recordar cómo llegué yo a concepción de ese cuento. Uso la palabra «cuento» entre comillas, que no sé si lo es o qué es, pero, en fin, el tema de los géneros es lo de menos. Croce creía que no hay géneros; yo creo que sí, que los hay en el sentido de que hay una expectativa en el lector. Si una persona lee un cuento, lo lee de un modo distinto de su modo de leer cuando busca un artículo en una enciclopedia o cuando lee una novela, o cuando lee un poema. Los textos pueden no ser distintos pero cambian según el lector, según la expectativa. Quien lee un cuento sabe o espera leer algo que lo distraiga de su vida cotidiana, que lo haga entrar en un mundo, no diré fantástico —muy ambiciosa es la palabra— pero sí ligeramente distinto del mundo de las experiencias comunes.

Ahora llego a El Zahir y, ya que estamos entre amigos, voy a contarles cómo se me ocurrió ese cuento. No recuerdo la fecha en la que escribí ese cuento, sé que yo era director de la Biblioteca Nacional, que está situada en el Sur de Buenos Aires, cerca de la iglesia de La Concepción; conozco bien ese barrio. Mi punto de partida fue una palabra, una palabra que usamos casi todos los días sin darnos cuenta de lo misterioso que hay en ella (salvo que todas las palabras son misteriosas): pensé en la palabra inolvidable, unforgettable en inglés. Me detuve, no sé por qué, ya que habla oído esa palabra miles de veces, casi no pasaba un día en que no la oía; pensé: qué raro sería si hubiera algo que realmente no pudiéramos olvidar. Qué raro sería si hubiera, en lo que llamamos realidad, una cosa, un objeto —¿por qué no?— que fuera realmente inolvidable.

Ese fue mi punto de partida, bastante abstracto y pobre; pensar en el posible sentido de esa palabra oída, leída, literalmente inolvidable, unforgettable, unvergesslich, inoubliable. Es una consideración bastante pobre, como ustedes han visto. En seguida pensé que si hay algo inolvidable, ese algo debe ser común, ya que si tuviéramos una quimera, por ejemplo, un monstruo con tres cabezas (una cabeza creo que de cabra, otra de serpiente, otra creo que de perro, no estoy seguro), lo recordaríamos ciertamente. De modo que no habría ninguna gracia en un cuento con un minotauro, con una quimera, con un unicornio inolvidables; no, tenía que ser algo muy común. Al pensar en ese algo común pensé, creo que inmediatamente, en una moneda, ya que se acuñan miles y miles de monedas todas exactamente iguales. Todas con la efigie de la libertad, o con un escudo o con ciertas palabras convencionales. Qué raro sería si hubiera una moneda, una moneda perdida entre esos millones de monedas, que fuera inolvidable. Y pensé en una moneda que ahora ha desaparecido, una moneda de veinte centavos, una moneda igual a las otras, igual a la moneda de cinco, o a la de diez, un poco más grande; qué raro si entre los millones, literalmente, de monedas acuñadas por el Estado, hubiera una que fuera inolvidable. De ahí surgió una idea; una inolvidable moneda de veinte centavos. No sé si existen aún, si los numismáticos las coleccionan, si tienen algún valor, pero, en fin, no pensé en eso en aquel tiempo. Pensé en una moneda que para los fines de mi cuento tenía que ser inolvidable; es decir: una persona que la viera no podría pensar en otra cosa.

Luego me encontré ante la segunda o tercera dificultad... he perdido la cuenta. ¿Por qué esa moneda iba a ser inolvidable? El lector no acepta la idea, yo tenía que preparar la inolvidabilidad de mi moneda y para eso convenía suponer un estado emocional en quien la ve, había que insinuar la locura, ya que el tema de mi cuento es un tema que se parece a la locura o a la obsesión. Entonces pensé, como pensó Edgar Allan Poe cuando escribió su justamente famoso poema El Cuervo, en la muerte de una mujer hermosa. Poe se preguntó a quién podía impresionar la muerte de esa mujer, y dedujo que tenía que impresionarle a alguien que estuviese enamorado de ella. De ahí llegué a la idea de una mujer, de quien yo estoy enamorado, que muere, y yo estoy desesperado.

En ese punto hubiera sido fácil, quizás demasiado fácil, que esa mujer fuera como la perdida Leonor de Poe. Pero no decidí mostrar a esa mujer de un modo satírico, mostrar el amor de quien no olvidará la moneda de veinte centavos como un poco ridículo; todos los amores lo son para quien los ve desde afuera.

Entonces, en lugar de hablar de la belleza del low splendor, la convertí en una mujer bastante trivial, un poco ridícula, venida a menos, tampoco demasiado linda. Imaginé esa situación que se da muchas veces: un hombre enamorado de una mujer, que sabe, por un lado, que no puede vivir sin ella y, al mismo tiempo, sabe que esa mujer no es especialmente memorable, digamos, para su madre, para sus primas, para la mucama, para la costurera, para las amigas; sin embargo, para él, esa persona es única.

Eso me lleva a otra idea, la idea de que quizás toda persona sea única, y que nosotros no veamos lo único de esa persona que habla en favor de ella. Yo he pensado alguna vez que esto se da en todo, si no fijémonos que en la Naturaleza, o en Dios (Deus sive Natura, decía Spinoza) lo importante es la cantidad y no la calidad. Por qué no suponer, entonces, que hay algo, no sólo en cada ser humano, sino en cada hoja, en cada hormiga, único, que por eso Dios, o la Naturaleza, crea millones de hormigas; es falso, no hay millones de hormigas, hay millones de seres muy diferentes, pero la diferencia es tan sutil que nosotros los vemos como iguales.

Entonces, ¿qué es estar enamorado? Estar enamorado es percibir lo único que hay en cada persona, eso único que no puede comunicarse salvo por medio de hipérboles o de metáforas. Entonces, por qué no suponer que esa mujer, un poco ridícula para todos, poco ridícula para quien está enamorado de ella, esa mujer muere. Y luego tenemos el velorio. Yo elegí el lugar del velorio, elegí la esquina, pensé en la iglesia de La Concepción, una iglesia no demasiado famosa ni demasiado patética, y luego al hombre que después del velorio va a tomar un guindado a un almacén. Paga; en el cambio le dan una moneda y él distingue en seguida que hay algo en ella —hice que fuera rayada para distinguirla de las otras. Él ve la moneda, está muy emocionado por la muerte de la mujer, pero al verla ya empieza a olvidarse de ello, empieza a pensar en la moneda. Ya tenemos el objeto mágico para el cuento. Luego vienen los subterfugios del narrador para librarse de esa que él sabe que es una obsesión. Hay diversos subterfugios: uno de ellos es perder la moneda. La lleva, entonces, a otro almacén que queda un poco lejos. La entrega en el cambio, trata de no fijarse en qué esquina está ese almacén, pero eso no sirve para nada porque él sigue pensando en la moneda.

Luego llega a extremos un poco absurdos. Por ejemplo, compra una libra esterlina con San Jorge y el dragón, la examina con una lupa, trata de pensar en ella y olvidarse de la moneda de veinte centavos ya perdida para siempre, pero no logra hacerlo. Hacia el final del cuento el hombre va enloqueciendo pero piensa que esa misma obsesión puede salvarlo. Es decir, habrá un momento en el cual ya el universo habrá desaparecido, el universo será una moneda de veinte centavos. Entonces él —aquí produje un pequeño efecto literario— él, Borges, estará loco, no sabrá que es Borges. Ya no será otra cosa que el espectador de esa perdida moneda inolvidable. Y concluí con esta frase debidamente literaria, es decir, falsa: «Quizás detrás de la moneda está Dios». Es decir, si uno ve una sola cosa, esa cosa única es absoluta. Hay otros episodios que he olvidado, quizás alguno de ustedes los recuerde. Al final, él no puede dormir, sueña con la moneda, no puede leer, la moneda se interpone entre el texto y él, casi no puede hablar sino de un modo mecánico, porque realmente está pensando en la moneda, así concluye el cuento.

Bien, ese cuento pertenece a una serie de cuentos, en la que hay objetos mágicos que parecen preciosos al principio y luego son maldiciones, sucede que están cargadas de horror. Recuerdo otro cuento que esencialmente es el mismo y que está en mi mejor libro, si es que yo puedo hablar de mejores libros: El libro de arena. Ya el título es mejor que El Zahir, creo que zahir quiere decir algo así como maravilloso, excepcional. En este caso, pensé antes que nada en el titulo: El libro de arena, un libro imposible, ya que no puede haber libros de arena, se disgregarían. Lo llamé libro de arena porque consta de un número infinito de páginas. El libro tiene el número de la arena, o más que el presumible número infinito de páginas, no puede abrirse dos veces en la misma.

Este libro podría haber sido un gran libro, de aspecto ilustre; pero la misma idea que me llevó a una moneda de veinte centavos en el primer cuento, me condujo a un libro mal impreso, con torpes ilustraciones y escrito en un idioma desconocido. Necesitaba eso para el prestigio del libro, y lo llamé Holy Writ —escritura sagrada—, la escritura sagrada de una religión desconocida. El hombre lo adquiere, piensa que tiene un libro único, pero luego advierte lo terrible de un libro sin primera página (ya que si hubiera una primera página habría una última). En cualquier parte en la que él abra el libro, habrá siempre algunas páginas entre aquella en la que él abre y la tapa. El libro no tiene nada de particular, pero acaba por infundirle horror y él opta por perderlo y lo hace en la Biblioteca Nacional. Elegí ese lugar en especial porque conozco bien la biblioteca.

Así, tenemos el mismo argumento: un objeto mágico que realmente encierra horror.

Pero antes yo había escrito otro cuento titulado Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Tlön, no se sabe a qué idioma corresponde. Posiblemente a una lengua germánica. Uqbar sugiere algo arábigo, algo asiático. Y luego dos palabras claramente latinas: Orbis Tertius, mundo tercero. La idea era distinta, la idea es la de un libro que modifique el mundo.

Yo he sido siempre lector de enciclopedias, creo que es uno de los géneros literarios que prefiero porque de algún modo ofrece todo de manera sorprendente. Recuerdo que solía concurrir a la Biblioteca Nacional con mi padre; yo era demasiado tímido para pedir un libro, entonces sacaba un volumen de los anaqueles, lo abría y leía. Encontré una vieja edición de la Enciclopedia Británica, una edición muy superior a las actuales ya que estaba concebida como libro de lectura y no de consulta; era una serie de largas monografías. Recuerdo que una noche especialmente afortunada en la que busqué el volumen que corresponde a D-L y leí un artículo sobre los druidas, antiguos sacerdotes de los celtas, que creían —según César— en la transmigración (puede haber un error de parte de César). Leí otro artículo sobre los drusos del Asia Menor, que también creen en la transmigración. Luego pensé en un rasgo no indigno de Kafka: Dios sabe que esos drusos son muy pocos, que los asedian sus vecinos, pero al mismo tiempo creen que hay una vasta población de drusos en la China y creen, como los druidas, en la transmigración. Eso lo encontré en aquella edición, creo que del año 1910, y luego en la de 1911 no encontré ese párrafo, que posiblemente soñé; aunque creo recordar aún la frase Chinese druses —drusos chinos— y un artículo sobre Dryden, que habla de toda la triste variedad del infierno, sobre el cual ha escrito un excelente libro el poeta Eliot; eso me fue dado en una noche.

Y como siempre he sido un lector de enciclopedias, reflexioné —esa reflexión es trivial también, pero no importa, para mí fue inspiradora— que las enciclopedias que yo había leído se refieren a nuestro planeta, a los otros, a los diversos idiomas, a sus diversas literaturas, a las diversas filosofías, a los diversos hechos que configuran lo que se llama el mundo físico. ¿Por qué no suponer una enciclopedia de un mundo imaginario)

Esa enciclopedia tendría el rigor que no tiene lo que llamamos realidad. Dijo Chesterton que es natural que lo real sea más extraño que lo imaginado, ya que lo imaginado procede de nosotros, mientras que lo real procede de una imaginación infinita, la de Dios. Bueno, vamos a suponer la enciclopedia de un mundo imaginario. Ese mundo imaginario, su historia, sus matemáticas, sus religiones, las herejías de esas religiones, sus lenguas, las gramáticas y filosofías de esas lenguas, todo eso va a ser más ordenado, es decir, más aceptable para la imaginación que el mundo real en el que estamos perdidos, del que podemos pensar que es un laberinto, un caos. Podemos imaginar, entonces, la enciclopedia de ese mundo, o esos tres mundos que se llaman, en tres etapas sucesivas, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. No sé cuántos ejemplares eran, digamos treinta ejemplares de ese volumen que leído y releído, acaba de suplantar la realidad—, ya que la historia real que narra es más aceptable que la historia real que no entendemos, su filosofía corresponde a la filosofía que podemos admitir fácilmente y comprender el idealismo de Hume, de los hindúes, de Schopenhauer, de Berkeley, de Spinoza. Supongamos que esa enciclopedia funde el mundo cotidiano y lo reemplaza. Entonces, una vez escrito el cuento, aquella misma idea de un objeto mágico que modifica la realidad lleva a una especie de locura; una vez escrito el cuento pensé: «¿qué es lo que realmente ha ocurrido?». Ya que, ¿qué seria del mundo actual sin los diversos libros sagrados, sin los diversos libros de filosofía?

Ese fue uno de los primeros cuentos que escribí. Ustedes observarán que esos tres cuentos de apariencia distinta, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, El Zahir y El libro de arena son esencialmente el mismo: un objeto mágico intercalado en lo que se llama mundo real.

Jorge Luis Borges
Acerca de mis cuentos

Para leer
Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.
El Zahir.
El libro de arena.

Escrito por Asterion a las 6:50 PM | Comentarios (44)

15 de Julio del 2004

Contrapunto

Vía lácteaUstedes, los científicos, son muy tímidos. Al leer el título de sus artículos, uno nunca se entera del contenido. El primer trabajo de Einstein sobre la teoría de la relatividad se llamaba "La Electrodinámica de los Cuerpos en Movimiento". No: E = mc2. No, señor. "La Electrodinámica de los Cuerpos en Movimiento." Yo supongo que si Dios se apareciera ante un grupo de científicos, quizás en uno de esos multitudinarios congresos profesionales, publicarían una nota titulada "Sobre la Combustión Dendriforme Espontánea en el Aire". Seguramente aportarían gran cantidad de ecuaciones; hablarían sobre la "economía de hipótesis", pero jamás mencionarían ni una palabra acerca de Dios.

Porque ustedes, los científicos, son demasiado escépticos. Dudan de todo, o al menos lo intentan. Siempre quieren verificar si las cosas son lo que denominan "verdades". Pero por verdadero entienden sólo lo empírico, lo que se puede ver y tocar. En su mundo, no queda lugar para la inspiración ni la revelación. Desde el comienzo, descartan todo lo que pueda tener que ver con la religión. Yo desconfío de los científicos porque ellos a su vez desconfían de todo.

Ustedes creen, como Occam, que el fundamento del saber se halla en la ciencia. Si se les presentan dos explicaciones igualmente buenas, pero totalmente distintas, de una misma experiencia, escogen la más sencilla. Diría incluso que la historia de la ciencia avala su proceder. Ahora bien, si tienen serias dudas acerca de la existencia de Dios -lo suficiente como para no querer comprometerse con la fe-, entonces traten de imaginar un mundo sin Dios, un mundo que se creó sin intervención de Dios, un mundo en el que transcurre la vida cotidiana sin Dios, un mundo donde la gente muere sin Dios. Donde no hay castigo ni recompensa. No le quedaría más remedio que creer que todos los santos y profetas, todos los hombres de fe que alguna vez vivieron, fueron unos tontos, que se engañaron. No habría ninguna buena razón, ningún sentido trascendente que justificara nuestro paso por la Tierra. Todo sería apenas una compleja colisión de átomos. Hasta los átomos que se hallan dentro de los seres humanos.

Carl Sagan
Contacto

Escrito por Asterion a las 5:00 AM | Comentarios (8)

12 de Julio del 2004

Modus ponens

La Creación - Miguel AngelCierro los ojos y veo una bandada de pájaros. La vision dura un segundo o acaso menos; no se cuántos pájaros vi. Era definido o indefinido su número? El problema involucra al de la existencia de Dios. Si Dios existe, el número es definido, porque Dios sabe cuántos pájaros vi. Si Dios no existe, el número es indefinido, porque nadie pudo llevar la cuenta. En tal caso, vi menos de diez pájaros (digamos) y mas de uno, pero no vi nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres o dos. Vi un número entre diez y uno, que no es nueve, ocho, siete, seis, cinco, etcétera. Ese número entero es inconcebible; ergo, Dios existe.

Jorge Luis Borges
Argumentum Ornithologicum
El Hacedor.

Escrito por Asterion a las 10:08 PM | Comentarios (7)

30 de Junio del 2004

El tiempo

El tiempo es un río que me arrebata...El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho.
El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río;
es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre;
es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego.
El mundo, desgraciadamente es real; yo desgraciadamente soy Borges.


Jorge Luis Borges
Nueva refutación del tiempo
Otras inquisiciones

Imagen: Claude Monet, Impresión(1872)
Oleo sobre lienzo(48 x 63cm). Museo Marmottan, París

Escrito por Asterion a las 4:57 AM | Comentarios (19)

22 de Junio del 2004

Personalidades

Oliverio GirondoYo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades. En mi, la personalidad es una especie de forunculosis animica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad. Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C. ¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera! Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan. ¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo - me pregunto - todas estas personalidades inconfesabIes, que harían ruborizar a un carnicero?

¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora? El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues mís profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto... Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas. Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.

Oliverio Girondo
Espantapájaros (al alcance de todos)
Capítulo 8

Escrito por Asterion a las 4:43 AM | Comentarios (16)

10 de Junio del 2004

Dar

Mahatma Gandhi
¿Qué le da una persona a otra?. Da de sí misma, de lo más precioso que tiene, de su propia vida. Ello no significa necesariamente que sacrifica su vida por la otra, sino que da de lo que está vivo en el (da de su alegría, de su interés, de su comprensión, de su conocimiento, de su humor, de su tristeza), de todas las manifestaciones de lo que está vivo en el. Al dar así de su vida, enriquece a la otra persona, realza el sentimiento de vida de la otra al exaltar el suyo. No da con el fin de recibir; dar es de por sí una dicha exquisita.

Pero, al dar, no puede dejar de llevar a la vida algo en la otra persona, y eso que nace a la vida se refleja a su vez sobre ella; cuando da verdaderamente, no puede dejar de recibir lo que se da en cambio. Dar implica hacer de la otra persona un dador, y ambas comparten la alegría de lo que han creado.

Erich Fromm
El arte de amar

Escrito por Asterion a las 5:07 AM | Comentarios (0)

28 de Mayo del 2004

Tras el dolor siempre hay un alma

International Monetary Fund (el fondo donde hemos caído)Tessa creía que la búsqueda irresponsable del beneficio empresarial está destruyendo al planeta, y en particular a los países emergentes. Bajo la falsa apariencia de inversión, el capital occidental deteriora el medio ambiente autóctono y fomenta el ascenso de las cleptocracias. A eso se reducía su razonamiento. Hoy en día apenas puede considerarse radical. De hecho es una opinión muy difundida en los pasillos de la comunidad internacional.

Por el mismo razonamiento, las ayudas al tercer mundo son una forma de explotación bajo otro nombre. Los beneficiarios son los países que prestan dinero con intereses, los políticos y funcionarios africanos que se embolsan sustanciosos sobornos y los contratistas y proveedores de armas que se llevan pingües ganancias. Las víctimas son el hombre de la calle, el desarraigado, el pobre y el más pobre. Y los niños sin futuro.
John Le Carré
El jardinero fiel

Me impresionó. Aunque a veces la realidad supera a la ficción.
El año que viene podremos ver la versión en cine dirigida por Fernando Mireilles (La ciudad de Dios), protagonizada por Ralph Fiennes y Rachel Weisz.

Y en la vida real, el hombre habla... ¡y cómo!.

Escrito por Asterion a las 5:18 AM | Comentarios (5)

16 de Mayo del 2004

La espera

Y así te espero...Matilde, ¿dónde estás? Noté, hacia abajo,
entre corbata y corazón, arriba,
cierta melancolía intercostal:
era que tú de pronto eras ausente.

Me hizo falta la luz de tu energía
y miré devorando la esperanza,
miré el vacío que es sin ti una casa,
no quedan sino trágicas ventanas.

De puro taciturno el techo escucha
caer antiguas lluvias deshojadas,
plumas, lo que la noche aprisionó:

y así te espero como casa sola
y volverás a verme y habitarme.
De otro modo me duelen las ventanas.

Pablo Neruda
Cien sonetos de amor (LXV)

Imagen: E. Munch, Melancolia, 1894-1895, óleo sobre tela, 81x1005, colección Rasmus Meyer, Bergen.

Escrito por Asterion a las 5:52 AM | Comentarios (4)

14 de Mayo del 2004

Farenheit 451

Farenheit 451Era un placer especial ver las cosas consumidas, ver los objetos ennegrecidos y cambiados. Empuñando la manguera de bronce, esgrimiendo aquella gigantesca serpiente que escupía un petróleo venenoso sobre el mundo, sintió que la sangre le golpeaba las sienes y sus manos eran como las de un fantástico director ejecutando todas las sinfonías del fuego y las llamas para destruír los harapos y ruinas de la Historia. Con el simbólico casco numerado -451- sobre su estólida cabeza y los ojos encendidos en una llamarada anaranjada ante el pensamiento de lo que vendría después, abrió la llave, y la casa dio un salto envuelta en un fuego devorador que encendió el cielo del atardecer con colores rojos, negros y amarillos.
Así comienza Farenheit 451(1953), la fantástica novela de Ray Bradbury.
Este imaginó una sociedad totalmente dominada por los medios masivos de difusión, los tranquilizantes y el conformismo. No existe lo individual y absolutamente todas las actividades son colectivas (deportes, trabajo, ocio). Todo es aquí, ya, ahora y los tiempos propios de la reflexión no existen.
...

En una sociedad así, los libros son un peligro para el Estado y deben ser eliminados. Así, los bomberos ya no apagan incendios. Ahora los causan. Incendian las casas donde los disidentes conservan y leen libros, pues ellos son los guardianes del orden social.

Para el bombero Guy Montag la vida transcurre placidamente. "El lunes quema a Millay, el miércoles a Whitman, el viernes a Faulkner, conviértelos en ceniza y luego quema las cenizas". Hasta que conoce a Clarisse y su mundo cambia para siempre.

En esta profética visión del mundo, las pantallas de TV ocupan paredes enteras de las casas y son interactivas, auriculares transmiten a toda hora música y una sarta de noticias insípidas y los coches corren por las avenidas a 150 km/h persiguiendo a los incautos que se atrevan a cruzarlas.
El libro fue un éxito, e incluso llegó al cine de la mano, nada más ni nada menos que de Francoise Truffaut.

Si yo tuviese que elegir un libro para memorizarlo y preservarlo de las llamas, evidentemente me quedo con "Ficciones", de Jorge Luis Borges.

Escrito por Asterion a las 5:43 AM | Comentarios (51)

5 de Mayo del 2004

Spleen

Spleen e idealCuando el cielo bajo y grávido pesa como una losa
sobre el gimiente espíritu presa de largos tedios,
y el horizonte abarcando todo el círculo
nos depara un día negro más triste que las noches;

cuando la tierra se ha convertido en un húmedo calabozo,
donde la Esperanza, como un murciélago,
va dando golpes contra las paredes con sus tímidas alas
y chocando la cabeza con los techos podridos;

cuando la lluvia esparciendo sus inmensos regueros
imita los barrotes de una vasta prisión
y un pueblo silencioso de infames arañas
viene a tender sus trampas en el fondo de nuestros cerebros,

Saltan repentinamente furiosas campanas
y lanzan al cielo un aullido espantoso,
como los espíritus errantes y sin patria
que se ponen a gemir con porfía.

Y grandes coches fúnebres, sin tambores ni música,
desfilan lentamente en mi alma; la Esperanza,
vencida, llora, y la Angustia atroz, despótica,
sobre mi cráneo inclinado enarbola su negro estandarte.

Charles Baudelaire
Spleen (LXXVIII)
Las flores del mal

Ilustración: "Spleen e ideal", de Carlos Schwabe

Escrito por Asterion a las 6:11 AM | Comentarios (10)

1 de Mayo del 2004

Mi credo

Melancólica espera...Les dedico este post a
Sor Juana y a Maga.

No todos nuestros días se viven igual. Hay días intensos, días de lucha, días de inmensas alegrías... y hay otros días. Días abúlicos, días rutinarios. O esos días en los que sucede lo que tan maravillosamente describía Baudelaire:


Cuando el cielo bajo y grávido pesa como una losa
sobre el gimiente espíritu presa de largos tedios,
y el horizonte abrazando todo el círculo
nos vierte un día negro más triste que las noches.

En esos días yo tengo un credo que recito siempre, pese a todo. Me recuerda que lo bueno existe, aunque a veces nos sea esquivo.

Ebrio de trementina y largos besos,
estival, el velero de las rosas dirijo,
torcido hacia la muerte del delgado día,
cimentado en el sólido frenesí marino.

Pálido y amarrado a mi agua devorante
cruzo en el agrio olor del clima descubierto,
aún vestido de gris y sonidos amargos,
y una cimera triste de abandonada espuma.

Voy, duro de pasiones, montado en mi ola única,
lunar, solar, ardiente y frío, repentino,

dormido en la garganta de las afortunadas
islas blancas y dulces como caderas frescas.

Tiembla en la noche húmeda mi vestido de besos
locamente cargado de eléctricas gestiones,
de modo heroico dividido en sueños
y embriagadoras rosas practicándose en mí.

Aguas arriba, en medio de las olas externas,
tu paralelo cuerpo se sujeta en mis brazos
como un pez infinitamente pegado a mi alma
rápido y lento en la energía subceleste.

Pablo Neruda
Veinte poemas de amor y una canción desesperada
Poema nueve.

¿No escuchan?. Los dejo con Pablo para que se los lea.

Escrito por Asterion a las 7:04 AM | Comentarios (17)

26 de Abril del 2004

Entonces

María Elena Walsh
María Elena Walsh nació en Ramos Mejía, provincia de Buenos Aires, el ° de febrero de 1930.
Creció en un ambiente con muchas libertades, lejos del estereotipo de "la réplica de Shirley Temple, a quien las niñas debíamos imitar en risitas con hoyuelos y sacudidas de adorables rizos tirabuzones".
La conocí a través de sus cuentos infantiles, como Dailan Kifki, La Sirena y el capitán, o de sus canciones infantiles y no tanto. Gracias a ella y sus composiciones, conocí un mundo lleno de dulzura, ingenio y fantasía.
De adulto, me fue dado conocer otra faceta de su obra, más adulta, más femenina o más contestataria.

Su primer trabajo fue un libro de poemas, Otoño imperdonable publicado en 1947. Pese a su juventud, en este escrito la autora nos presenta una poesía madura técnica y emocionalmente, y a la vez a una mujer dueña de una gran sensibilidad romántica.
En 1948 Juan Ramón Giménez, quien visitaba la Argentina, maravillado con su libro invitó a María Elena a viajar a Estados Unidos.
De este libro comparto con ustedes el siguiente poema:

Entonces
Cuando yo no te amaba todavía
-oh verdad del amor, quien lo creyera-
para mi sed no había
ninguna preferencia verdadera.

Ya no recuerdo el tiempo de la espera
con esa niebla en la memoria mía:
¿El mundo cómo era
cuando yo no te amaba todavía?

Total belleza que el amor inventa
ahora que es tan pura
su navidad, para que yo la sienta.

Y sé que no era cierta la dulzura,
que nunca amanecía
cuando yo no te amaba todavía.

María Elena Walsh
Otoño imperdonable

Escrito por Asterion a las 6:29 AM | Comentarios (10)

22 de Abril del 2004

Savilia

Los hermanos corsos
Dos hermanos siameses, separados de cuerpo al nacer pero unidos espiritualmente. Un amor, un asesinato y un viaje en busca de venganza son los elementos que nos ofrece Alejandro Dumas en su novela "Los hermanos corsos".
Los relatos de venganza son particularmente sangrientos. Comparto con ustedes el siguiente extracto del capítulo VII.
...
-No, señor; pero antes de nacer Vicentello, era la morada de nuestra antecesora, la famosa Savilia, viuda de Luciano de Franchi.
-¿No refiere Filippini una historia terrible referente a esa mujer?
-Si, señor. Como ahora fuese de día, desde aquí podría usted ver aún las ruinas del castillo del Valle, en el que habitaba el señor de Giudice, tan odiado cuanto ella era amada, tan feo cuanto ella hermosa. Giudice se enamoró de mi antecesora, y como ella no se apresurara a corresponder a tal amor conforme a sus deseos, le envió un propio diciéndole que si no se decidía a aceptarlo por esposo dentro de un plazo determinado, se la haría suya a la fuerza. Savilia hizo que accedía, y convidó a comer con ella a Giudice. El cual, en el colmo de la alegría y olvidando que sólo llegara a tan lisonjero resultado con ayuda de la amenaza, compareció al convite acompañado unicamente de algunos servidores, tras los cuales cerraron la puerta. Cinco minutos después, Giudice estaba encerrado en un calabozo.

Pasé por un camino que Luciano me indicara, y me hallé en una especie de patio cuadrado.
Al través de los huecos abiertos por el tiempo, la luna extendía grandes manchas de luz por el suelo, lleno de escombros. En cuanto a las demás porciones de terreno, estaban envueltas en la sombra proyectada por los muros que se conservaban en pie.
-¡Ah! - dijo Franchi consultando su reloj-, hemos llegado con veinte minutos de anticipación. Sentémonos; debe de estar usted fatigado.
Nos sentamos, o más bien dicho nos tendimos en una especie de pendiente alfombrada de césped, frontera de una gran brecha.
-Paréceme que no me ha contado usted por entero la historia de su antepasada -dije a mi compañero.
-No -contestóme Luciano-, no se la he contado a usted hasta el fin. Pues bien, todas las mañanas y todas las tardes, Savilia bajaba al calabozo contiguo al en que estaba encerrado Giudice, y allí, separada de el tan sólo por una reja, se desnudaba y, mostrándose al cautivo le decía: "´¿Cómo es posible que un hombre tan feo como tú pueda haberse dado a entender que poseería este cuerpo?". Este suplicio duró tres meses, renovándose dos veces por día; pero al cabo de los tres meses y gracias a una doncella de Sabilia a quien sobornó, Giudice logró fugarse, y volviendo con todos sus vasallos, mucho más numerosos que los de Savilia, tomaron por asalto el castillo, se hizo a su vez dueño de Savilia, y la expuso desnuda en una gran jaula de hierro, en una encrucijada del bosque llamada Boca de Cilaccia, ofreciendo el mismo la llave de la jaula aquella a cuantos viandantes tentaba la hermosura de mi antepasada, que sólo sobrevivió tres días a aquella pública prostitución.

Alejandro Dumas
Los hermanos Corsos
Capítulo VII

Escrito por Asterion a las 6:00 AM | Comentarios (12)