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Marzo 12, 2003

Ritmo de la noche.

No puedo dormir. He dado trescientas vueltas a quinientas revoluciones/segundo en la cama hasta que las sábanas se han confabulado contra mí y se han transformado en una especie de masa monstruosa que intentaba inmovilizarme; he practicado kickboxing con la almohada en amago de acomodarme y pillar por fin la postura ideal para viajar al país de los sueños, que tratándose de mí es más bien la anarquía freudiana de los batiburrillos en bruto.

Luego, por hacer algo, he comido pan propiedad de la entidad fraterna aprovechando que no está (me murmuró no sé qué de un cumpleaños y de que no hay autobuses de vuelta y esto y lo otro, pero yo sé que a lo que va es a hacer guarrerías con una de sus ramerillas adolescentes, y él sabe que lo sé, y yo sé que él sabe que lo sé, y él sabe que yo sé que/Bueno, en fin, que gracias a su ausencia he llenado de migas mi lecho no-nupcial). Casualmente, y sin saber cómo, mientras rebuscaba cintas de video en el salón he descubierto una botella casi entera de licorcete del que hace mi madre por navidad y me he echado unos lingotazos con la vana ilusión de caer muerta presa de un delirium tremenssobre los cuadros de mi sofá, o al menos de que me entrase morriña o me diera un ciego deprimente de los de llorar (con la llorera da un motón de sueño, y viendo las pelis aquellas de la Hammer pienso que las borracheras de Peter Lorre seguro que eran de las de a gimoteo y kleenex).
Como ni con el licorcete me duermo he tomado medidas desesperadas: he empezado a leerme el listín telefónico. Reconozco que las primeras cien páginas tienen su interés, con esa cantidad de Álvarez y Ayalas, pero después se ponen pesadas. Admitámoslo de una vez: la guía no da sueño, sólo aburre y hace que una se haga un sinfín de preguntas poco interesantes o directamente idiotas, como los libros de economía. He acabado por ejemplo murmurando entre dientes: "Hum, ¿será este Álvarez, R. el que yo conozco? A ver dónde vive...Si es él, ya tengo su teléfono, y ya sé dónde vive. Si alguna vez me hace un desplante puedo mandarle una carta quejándome de su comportamiento. O mejor, puedo gastarle una broma telefónica. Pero ¿y si no es?Puedo llamar por teléfono a ver si es. Aunque si se trata de él puede reconocer mi voz y sospechará. Lo mejor es ir a la calle que pone aquí e intentar averiguar si esta dirección es la suya. Aunque aquí no pone el número del piso. Pero puedo entrar en el bloque y mirarlo en los buzones. Una vez que sepa qué piso es lo difícil será encontrarme con él y que parezca casual. Puedo hacer como que reparto publicidad, o ponerme una gorra , comprar una pizza y llevársela, y que parezca que me he confundido de dirección. Lo malo es que no tengo manera de saber cuándo va a estar en casa. Además tiene que estar solo, o no podré ejecutar mi maquiavélico plan.
Un momento ¿de qué maquiavélico plan estoy hablando?
¿Por qué pienso como una psicópata?
Es más, ¿de dónde he sacado la idea de que conozco a un Álvarez, R.?"
Supongo que en el estado en el que me encuentro me costaría trabajo diferenciar a un Ávarez, R. de una empanada de carne. Estoy mayor para este trasnochar. Recuerdo los viejos tiempos, meses ha, cuando las cuatro de la mañana eran para mí media tarde. Qué horas tan agradables pasaba, fumando, bebiendo café, fumando, bebiendo café, fumando, bebiendo café, yendo al baño, bajando canciones polacas de aquel audiogalaxy que mi memoria se niega a desterrar, y entrando en grupos de jevis mexicanos a hablar de grupos de música inexistentes. Ahora sin embargo sólo fumo, bebo café y entro en grupos soulseekeros de poperos españoles a hablar de grupos inexistentes. Casi no voy al baño.
Todavía no es temporada, pero si estuviéramos en una época del año más avanzada ahora pasaría una mosca volando.


Marzo 12, 2003 03:29 AM