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Abril 18, 2003

Neuroticaína.

Me pasan últimamente cosas que tras una reflexión concienzuda y racional creo que sólo dan a entender una verdad clara como la mañana de Alhaurín de la Torre:me estoy volviendo más neurótica. No, mi atracción por el judaísmo se queda en su música tradicional y no, tampoco me he comprado unas gafas de pasta, y como no tengo hijastras chinas pues no hay peliro de salir deshonrada; pero es peor. Tengo manías nuevas y comportamientos obsesivos que trastornan mi juicio y nublan mi ya de por sí londinense razón.

La conclusión a la que he llegado tiene sus fundamentos en una serie de hechos que acontecido me han en estos días. Después de estar pensando un rato en ellos , haciendo descansos para cantar con voz de falsete y echarme mi incipiente flequillo popero a un lado, he llegado a la conclusión e que debo enfrentarme a mis miedos y temores más profundos para así poder poner fin a la paranoia que poco a poco se va apoderano de mí, y convertirme finalmente en una persona normal, equilibrada y con los pies en la tierra. (Bueno, lo de enfrentarme a mis miedos es broma; por ahora sólo voy a enumerar algunas de las cosas que me tienen con el moscón tras la oreja.

Hecho número 1. Se trata del búho extraño que tengo encima de la mesilla del salón. La otra noche me senté un rato a ver la tele y descubrí que el búho me mira. Todo el rato. Nunca antes me había fijado, supongo que porque no veía tantos programas aburridos como ahora. El búho es raro y tiene un toque misterioso. Además se le puede desenroscar la cabeza. Pensé desenroscársela y guardarla en un sitio desde donde no pudiera mirarme, pero tal vez se lo tome como una afrenta personal y cuando lo vuelva a enroscar caiga sobre mí una terrible maldición uruguaya o me castiguen los dioses. Podría desenroscarlo para siempre, pero mi tía lo usó una vez para meter dentro esmalte de uñas y da mala impresión sin cabeza y con ese tono sangriento que cubre todo su interior. Lo cambié de sitio varias veces y seguía mirándome. Lo puse de espaldas pero era peor, lo veía reflejado en la tele y no apartaba los ojos de mí. Ya no sé qué treta usar. Me da miedo la cara que pone, como si le hubiera dado un aire. Además me recuerda a un muñeco que tenía de pequeña que también me miraba. A aquel le hice cosas horribles, desde maquillarlo como a una cualquiera (estilo Barbie) hasta convertirlo en un skinhead en una de mis sesiones de peluquería drástica. No sé dónde estará, y me pregunto si no será el mismo , ahora reencarnado en objeto de decoración, que vuelve para saldar una cuenta pendiente. No puedo romperlo ni atacarle, porque seguro que se seguiría reencarnando en objetos hasta tal vez llegar al punto de poseer a Alfred. Por lo visto tendré que seguir viviendo con esta carga, siempre observada, siempre bajo la vigilancia del ojo atento del búho. Nunca más podré comer en el sofá ni andar por la casa en paños menores. Intento pensar que todo es obra de mi imaginación hammeriana pero es inútil. Cada vez que intento sentarme en el sofá me dan escalofríos.

Hecho 2. Desde que escribí el post de los heterogays y me reencontré con Jarvis Cocker me he obsesionado. Todo empezó como un juego, como un cockerteo sin importancia con lo popero. Como hacía mil años que no lo escuchaba me puse dos o tres cedeses de golpe. Y al rato empecé a sentir toda clase de cosas siniestras de las que, aunque bien es cierto que alguna vez había notado leves síntomas, nunca me había preocupado. Pero fue más fuerte esta vez.Súbitamente, en menos de cinco minutos, me hallé peinada con la raya al lado y me subí (más) las solapas de la camisa. Me puse mis gafas ésas heredadas de mi abuelo (era un tecno-fashion muy moderno él, le echo de menos) y empecé a hacer un montón de gestos sumamente impúdicos como señalar a mi invisible público o enarcar las cejas mientras hacía los coros con singular energía y afilaba mis uh-uh-uh-uh-uhhs hasta la cuerda vocal más alta. Qué espectáculo. Y no podía parar. De todo esto además no me acuerdo en absoluto, me lo ha contado el voyeur de enfrente. De lo único que tengo una vaga impresión es de haber empezado a cantar lo de mis-shapes y luego todo se volvió borroso.

Hecho 3. Un miedo irracional al espacio de debajo de mi cama. Antes no me pasaba, pero ahora no me acuesto, hago salto de longitud. No me atrevo a acercarme demasiado a la sombra de debajo de la cama porque quién sabe si no es una puerta a otra dimensión, o a la peluquería de la otra dimensión, a juzgar por los restos que encuentro cuando barro. Me he formado incluso un retrato guiándome por esas pistas que dejan, un perfil básico de las criaturas sobrenaturales que habitan al otro lado. Todas son canosas, no se peinan y comen la misma marca de galletas que yo. Aunque muchas veces intento tranquilizarme pensando que no hay nada debajo de mi cama, yo en el fondo sé que sí, que hay algo, pero no quiero saber qué es y me da pereza averiguarlo porque no alcanzo.

Estos y otros hechos creo que certifican mi creencia. Estoy a punto de cruzar una nueva puerta rumbo a la crisis mental, o mi abuela conseguirá finalmente llevarme al Diario de Patricia, y no al día del tema "Soy raro", sino al del tema "Uno de nosoros es raro". En fin, patata, camisa de fuerza y calabacín.


Abril 18, 2003 08:48 PM