Febrero 17, 2007

Decian que era una niña rara.

Recuerdo que cuando era pequeña me gustaba quedarme dormida con la puerta de la habitación abierta. No me gustaba tenerla cerrada. Me gustaba quedarme dormida escuchando el ruido que mi madre hacía antes de irse a la cama.
También me gustaba escuchar a mi padre llegar de trabajar a las 2 de la mañana.
Pensaba: "ya ha llegado, ya estamos a salvo".
Yo tenía 16 años, no era ya ninguna cría. Pero creo, que por alguna razón, me faltó crecer y madurar un poquito más.
Con 16 años no tenía amigos. No salía los Viernes por la noche, ni los Sábados a las discotecas. Me sentía diferente. Porque mientras yo me quedaba en casa escribiendo en mi diario, las chicas de mi edad salían en busca de un novio.
Yo no quería novio. Yo quería novia, pero aún no estaba preparada. Y tampoco pensaba que fuese fácil encontrar eso: una chica como yo.
Era muy tímida. Una niña muy callada. Pero fuera de casa.
Dentro no paraba. Mi familia me llamaba pesada, me decían que no me callaba ni debajo de agua.

Me sentía diferente. Muy diferente a esas chicas que vestían con falda y medias o leotardos de colores. Yo casi siempre iba con ropa de deporte, o en vaqueros.
Nunca me faltó nada. Mis padres siempre me lo dieron todo.
Era la mayor. La mayor de cuatro hermanos. Y la verdad es que nunca me sentí desplazada, aislada. Nunca tuve celos de ellos. Cuidaba de mis hermanos como si fuesen mis hijos. Prefería quedarme en casa a jugar con ellos antes que irme a la calle a hacer cualquier cosa.

En el instituto me llamaban "rara". Lo escuché una vez.
Tenía pocos amigos. No es que yo fuese poco sociable. Es que no encajaba con la gente que me rodeaba.
Hasta el segundo año de instituto no encontré amigos de verdad.
Mientras, en las horas libres, o en el recreo, me iba a la calle y me sentaba en un banco a escribir o dibujar.
Siempre me veía sola. Pero nunca eso me hizo ningún mal.
Al revés, me hacía más fuerte para afrontar algunas cosas.
Para conocerme más a mi misma.
Será por eso, que ahora, cuando siento que la soledad me acecha me entra miedo. Pánico. Y es que ya he estado bastante tiempo demasiado sola como para volver a estarlo.

Hay solamente dos cosas que echo de menos y que se me han olvidado como eran:

1- El olor de las croquetas y los potajes de mi madre.
2- Ver a mis hermanos crecer.

Lo que tengo claro es que el pasado no vuelve.
Ni aunque cierres los ojos fuerte. Así, solamente terminas haciéndote daño en los músculos de la cara.
Y otra cosa: si tuviese que cambiar mi presente para tener esas dos cosas, no lo cambio.
La vida es un continuo cambio: Al que hay que ir adaptándose.


Y gracias a esos cambios que se van produciendo crecemos como personas, aprendemos, maduramos, crecemos y amamos.


Aunque de igual te lo dijo eigual a las 04:09 AM
A otros no les dio igual ..
¿Te da igual?









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