Mayo 06, 2004

Viernes, 30 de abril de 2004.
Esta mañana no he trabajado. Normalmente, los viernes tengo 3 horas de clase, pero hoy no, porque son las fiestas del colegio y en lugar de clases hay actividades para los alumnos; bailes tontos, partidos de fútbol que al final se saldan a hostias y cosas así. Lo de los golpes es sólo alguna vez; ayer por la tarde, por ejemplo. Las fiestas empezaron ayer a eso de las 4 y a las 6 y pico ya había habido una pelea por el fútbol del demonio.

En lugar de clases, los profes tenemos que ir a hacer de vigilantes, una cosa totalmente desquiciante y que además no es nuestro cometido. Hay que dar unas órdenes que no salen de ti, hacer cumplir unas directrices en las que no crees. Antes de ir a cumplir nuestro turno policiaco hemos quedado para comer unos cuantos profes más o menos de mi edad (la hermosa S, la simpatiquísima R, la cardiaca y adorable A, la mejor Mo y el canalla G, que ya no trabaja en el cole pero sigue vinculado a él a través de su nuevo puesto en el sindicato; y yo, claro). Hemos comido en un restaurante de superlux como si dijéramos, situado en pleno centro de la ciudad, con cuidado servicio y agradable ambiente. Es la segunda vez que vamos. La primera vez me encantó el lugar, pero hoy me ha parecido un poco hortera la decoración. Creo que me estoy haciendo un pejiguero, o es que me ha entrado de repente el buen gusto, algo de lo que he carecido siempre, o tal vez no y ahora se me ha revelado tan de golpe.
El caso es que hemos comido muy bien y por un precio muy razonable, unos 13 o 14 euros; un menú de lo más ajustado. Yo, pochas y roast beef o como se escriba; natillas de postre, muy suaves. Me he reído mucho en el café; hemos hablado livianamente de sexo, y me ha sorprendido descubrir que era el único de la mesa que no había mantenido relaciones sexuales en un coche, el único que no ha. Me han dejado intrigado y han contado algunas historias graciosas, pero yo tenía el ánimo muy sombrío y apenas he mantenido el tipo; he logrado incluso contarle un chiste a G y me lo ha reído, me ha parecido que sinceramente. No hay que dudar de las risas ajenas sólo porque las tuyas sean un poco impostadas; le he puesto voluntad, pero la perspectiva de pasar dos horas de vigilancia absurda podía conmigo y no me he equivocado ni defraudado.
Mo y yo teníamos que vigilar el polideportivo, que sirve para jugar al fútbol o practicar boxeo amateur y sin reglas. Nos hemos pasado dos horas muertos de asco diciendo cada dos minutos: «no podéis bajar; los vestuarios están cerrados salvo para los jugadores». Un padre indignado ha murmurado y con razón que dónde está el cerebro que falta. No tiene sentido cerrar los lavabos y retretes de un pabellón por el que van a pasar docenas y docenas de padres, madres, niños, niñas, embarazadas, abuelas, etcétera; pero nosotros hemos hecho lo que hemos podido y con toda la amabilidad. Ayer por lo visto fue mucho más duro, porque llovió y hubo mucho más tránsito, más gente meándose y no pudiendo, más de todo.
Un profe me ha dado una paliza que me ha dejado hecho un cristo. ¿Los pesados se dan cuenta de que no hay quien les aguante? Es una pregunta que me hago. He cometido la imprudencia de saludarle, y, al parecer, por eso se ha creído con derecho a contarme su vida y la de su hija catedrática, las becas de ésta, sus putos estudios y qué sé yo. Mo se ha tragado una parte, pero se ha escaqueado con mucha habilidad y ha hecho muy bien; yo carezco de esas artes. He tratado de ser educado, pero al cabo de media hora de cháchara insoportable ya tenía una cara de horror que no podía disimular. El tío hasta nos ha contado la única vez que fumó y cuánto le desagradó; se hizo un cigarro con hojas de floras secas y un papel y, claro, no le gustó nada; pero es que eso no era tabaco: era un canuto de papel de periódico lleno de flores. No es lo mismo.
Lo más llamativo de este tío no es su calva, ni lo canso que resulta, sino cuánto pasa todo el mundo de él. Muchos alumnos le saludaban al pasar (lleva dando clase mil años, conoce a todo el mundo) y todos lo hacían con malicia, ironía o simple mofa, pero él no se daba cuenta. Una cosa delirante. Su vida es así, sonriendo todo el día a gente que se ríe de él, qué cosa más patética y más penosa; sí, penosa, me ha dado pena el hombre, con su pesadez y todo. Qué cosa.
Después de las dos horas infumables me he vuelto para casa dando un paseo y aquí estaba mi compi Na, a quien le alquilo una habitación. Me cobra poco dinero y así le pago una parte de la hipoteca. Lo mismo hace la otra compi, Ma, a la que adoro sinceramente. Está triste la pobre, y no se lo merece.
Aún no sé si ir a las fiestas de ese pueblo. Sé que mis amigos cuentan conmigo, sobre todo I y Ai, con quienes me lo paso muy bien siempre que salgo, pero no sé, otra vez. Sé que ella va a estar, y yo sí sé que no quiero más recuerdos, no más decepciones, no más noes. Es cuestión de tiempo hablar con ella, pero no sé si mañana es el día; en algún momento ha de saber que el libro ya está acabado, quiero ver su reacción. Na me ha dicho que puedo ir con ella en el coche, que seguramente M vaya con ella; es enfermera y antes de la fiesta de la noche va a trabajar en las fiestas de otro pueblo, en un encierro vespertino.
El caso es que M va a estar como siempre, a lo suyo, y no se lo reprocho, pero yo espero otra cosa, algo de atención, algo del cariño (pero no amor) que sé que me tiene, pero eso no llega nunca y yo me decepciono, y si estoy algo sombrío como llevo estos días, lo más probable es que me ponga triste, que me emborrache como un poeta que ha cobrado (Marge Simpson dixit) y vuelva a hacer el ridículo en ese pueblo, una segunda vez; ya sería intolerable. No tengo ganas de eso. Pero es que si me quedo aquí solo posiblemente haré lo mismo, y tampoco me apetece deprimirme aquí yo solo, no. Mañana decidiré y que sea lo que Dios quiera.
Por la mañana, a eso de las 12 he hablado con mi superamiga N, con mi querida N, con N sólo. Está triste y enfadada, por un hombre, claro. Vive ahora en el extranjero, y está muy sola allá, y yo muy preocupado por ella, naturalmente; el cabrón de él la ha tratado muy mal, sin moral alguna, de mala manera, y ella no se merece ni la décima ni ninguna proporción mínima del dolor y las mentiras que le ha entregado ese bastardo. Yo la amo, en un sentido puro, no estoy enamorado de ella ni lo he estado nunca, pero le tengo tanto cariño y la quiero tanto… Hoy estaba más de bajón que ayer, ojalá que mañana esté mejor y me pueda animar un poco, necesito su risa para saber lo que ya sé: que el mundo sigue girando, que no se para porque yo tenga un mal día; lo que me pasa es que necesito la prueba.
A lo mejor luego viene por aquí M, no sé cómo voy a reaccionar. A ver.

Escrito por Desubicado a las Mayo 6, 2004 11:25 PM
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