Julio 26, 2003

EMPEZAR POR EL VERBO

Despertar. Dejar de besar las sabanas, como acto primero de presencia de tu conciencia recobrada. Abrir los ojos. Ver ahí sobre la mesita al culpable, en pasiva confabulación con un tú mucho más vivo de horas antes, de tu despertar. Hacer callar el despertador de un manotazo, medido siempre. Apartar las mantas, sábanas y demás ropas de cama que todavía pretenden atarte a ésta. Incorporar ágilmente el resto del cuerpo de vuelta al mundo real, labor difícil hasta poner los pies desnudos sobre el suelo frío, última razón convincente que necesita tu organismo para asegurarse de que el tibio útero onírico del lecho se acaba por hoy. Malestar en la espalda, será consecuencia del haber yacido en una mala postura durante la noche. Esperar tan solo que sea un malestar amable y no le importe quedarse en casa al salir para el trabajo. Abandonar la habitación, en penumbra tan solo rota por la lívida luz azul del amanecer cuando empieza a dejar de llamarse así, con la mente puesta en las labores de mantenimiento metabólico que subsiguen, sin apreciar todavía el dislate orgánico, que al parecer, se ha efectuado en tu cuerpo. Dejar, sin saberlo, un reguero de plumas blancas, largas y suaves, tan afilada su imagen como inocuas a la hora de ser usadas como arma, volátiles al empuje de los apenas resuellos de brisa que recorren la casa. Calentar agua para el café, cortar e introducir en el tostador dispares rebanadas de un pan que tiempo atrás fue de ayer, derramar leche sobre los restos de café soluble y de grasa que daban al mármol del poyo de la cocina esa textura pegajosa tan peculiar. Atinar a medias a untar de mantequilla las tostadas, antes de derramar lo que queda de leche sobre el mantel, este sí, limpio y recién devuelto a la mesa tras una reciente visita a la lavadora. Lamentar tan terrible accidente, precisamente con tu mantel favorito, pequeña licencia al lujo cotidiano en forma de tela estampada de algo que en su día, se asemejaba a La creación de Adán que tan hábil y horizontalmente pintara Miguel Ángel en el techo de la capilla de Sixto. Acceder al cuarto de baño, sin devolver el silente saludo al espejo. Abrir el grifo de agua caliente, tras éste el de la fría, para regular la temperatura del líquido hasta hacerla alcanzar una lo más aproximada posible a esa que, además de ser inalcanzable, es precisamente la que apetece a tu cuerpo en estas circunstancias. Dejar caer hasta los tobillos el pantalón del pijama, para arrojarlos de una certera patada hasta la pared, donde rebotan (en la medida de lo posible a un material como la tela) para marcar gol en la portería que improvisa el cesto de la ropa sucia. Desabrochar la camisa de éste mismo pijama, con la intención de hacerle correr la misma suerte que a sus compañeros. Forcejear con las mangas, hasta encontrar la camisa desgarrada en las manos, y solo entonces percatarte de que aquello que te impedía deshacerte de ella, aquellas molestias matinales en la espalda, no eran sino dos nuevos apéndices emplumados, dos alas de plumas blancas de una belleza insólita, dos alas que al fin y al cabo, no deberían estar ahí.


Volver subrepticiamente al estado de inconsciencia. Dejar caer el cuerpo hasta golpear el suelo del baño, sin más remedio, por otro lado, ya que tu presencia de ánimo te ha abandonado hace unos instantes. Abrir los ojos. Recordar lo que te ha llevado hasta el suelo del baño. Ponderar que no pudo ser un sueño porque si no estarías felizmente dormido en tu cama, y no en el suelo del baño. Poner en pie tu cuerpo. Mirar al espejo. Contemplar como tras tu silueta se recortan sendas alas magníficas. Dudar sobre su composición, ¿plumas de un blanco luminoso o plumas de luz blanca? Reconocer que es estúpido esto que te sucede. Agachar la cabeza. Sonreír. Volver a la cocina para tomarte otro café. Tomar dos más. Mantener la mente en blanco voluntariamente, pensar en algo es llegar a conclusiones que, ahora mismo, te parecen bastante fantasiosas. Llamar a la oficina para decir que no vas.

Inventar una extraña enfermedad, cuyos síntomas habrían hecho palidecer e incluso enfermar de verdad a cualquier médico que hubiera podido llegar a oírte. Volver a la ducha. Sentir como el agua resbala por tus alas es algo nuevo para ti. “¡Joder , y tan nuevo!” Derramar agua fuera de la bañera no te importa, ya lo fregarás. Estar absorto, bajo la lluvia cálida sin pensar en otra cosa que no sea el olor de las plumas mojadas. Relajar los músculos. Cerrar los ojos mientras empiezas a comprender la magnitud de lo que te ha sucedido. Meditar, ¿qué harás? ¿Llamar a un médico? ¿Llamar a un teólogo? ¿Llamar al gobierno para quejarte por las mutaciones sufridas a causa de vaya-usted-a-saber-qué radiaciones emitidas por vaya-usted-a-saber-qué vertidos radiactivos en vaya-usted-a-saber-qué cementerio nuclear? ¿Llamar a tu madre, decirle que la quieres mucho y después pegarte un tiro (contando con que puedas morir)?¿Morir es posible para alguien con alas? Volver a dejar de pensar. Girar la llave del agua. Secar tu cuerpo y, en la medida de lo posible, sus nuevos órganos anejos. Pasar toda la mañana pensando en ello, dando vueltas alrededor de la casa. Jugar con tus alas en los escasos momentos en los que te sientes despreocupado. Planear por el salón con unas alas de cuatro metros de envergadura suele resultar un poco complicado al principio, pero después te acostumbras. Tirar al suelo un portarretratos quebrando en mil reflejos la sonrisa de aquella persona a la que quieres tanto y que tanto te quiso. Mirar por la ventana. Contemplar la ciudad. Pensar en lo a gusto que se debería de estar ahí fuera, volando sobre los tejados. Matar de envidia a Ícaro, si no hubiera muerto de ingenuidad. Planear para esta noche, la escapada del laberinto de cuatro paredes. Asumir (o algo parecido) tu nuevo estatus. Preguntarte una vez más cuál es ese nuevo estatus. Alejar mitologías funestas de la mente, o intentarlo. Sonreír, derrotada de nuevo tu razón por los hechos. Dudar de tu identidad futura. Recordar haber leído alguna vez, algo parecido, solo parecido, pero recordar también que en aquella ocasión el tipo se convertía en un escarabajo. Pensar en la belleza de tus alas. Ir volando a la luna del armario, buscando tu reflejo una vez más. Emular, incluso, en este nuevo momento de relajo, a un difunto Freddy Mercury tarareando un vivo “Spread your wings” tan hábilmente seleccionado para este momento por tu subconsciente. Entrar de nuevo en una fase de pensamiento oscuro. Dolor en las sienes de tanto pensar. Pesar. Necesitar una segunda opinión. Confiar, ¿en quién? Buscar la agenda. Encontrar a alguien que esté desocupado y que medianamente pueda entender lo que te ocurre. Conectar al fin con alguien. Citar a un oído amigo para esta misma tarde. Cantar de nuevo. Jugar de nuevo. Esperar, al fin y al cabo. Desesperar. Caer agotado en el sofá. Recoger las piernas. Envolverte con tus alas. Llorar. Intentar sofocar el llanto, distrayendo su atención con cualquier cosa sin plumas. Llorar. Desesperar tu propia mente intentando explicar lo inexplicable. Creer…no, aún no. Renegar una vez más de la realidad. Argumentar falta de cordura, imposible, no podría haber nadie más cuerdo y lúcido que tú en estos momentos, siempre según tú, claro. Tener alas no es un impedimento para considerarse en buen estado de salud mental, ¿verdad? Explicar, con tesis vagas la existencia de tus alas. Ceder. Creer no en Dios, sino en dioses. ¿Ser uno de ellos? Pulular por tu mente extrañas ideas como ésta. Creer tu divinidad recién alcanzada, en vida. Volver a plantear la posibilidad de la demencia se te hace imposible. Anhelar una vez más que llegue alguien, con quién hablar. Creer en alcanzar, de ser posible, el cielo. Comprobar que la cama está vacía y que, efectivamente, no estás aún durmiendo. Admitir una vez más el revés. Sentir desazón. Acusar el cansancio, principalmente psicológico. Intentar dormir de nuevo. Soñar con los angelitos, una nueva jugarreta de ese grandísimo cabrón que es tu cerebro. Gritar al salir del duermevela. Sollozar. Mirar hacia arriba, no al techo, sino tras la ventana. Rendirte aceptándolo. Ser un ángel.

fin

Posted by germanmj at Julio 26, 2003 02:35 AM
Comments

Un reciclaje com prometido.
23401

Posted by: Germán on Julio 29, 2003 02:38 AM

La primera vez que leí este texto fue también la primera vez que Germán llamó mi atención. Ahora me lo sé de memoria.

Posted by: Irenita on Julio 29, 2003 03:52 PM

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