Septiembre 07, 2003

El hombre visible

Consiguió la fórmula, preparó el bebedizo y lo ingirió. Se despojó a toda prisa de la bata blanca y se arrojó a pasear por la calle ansioso por comprobar el resultado. Funcionaba. Las señoras se echaban las manos a los ojos, dejándo indiscretas rendijas para permitirse miradas licenciosas. Los hombres carraspeaban y simulaban un excesivo interés por los insulsos escaparates de otoño. Todos intentaban disimular lo evidente: podían verle. Una chica, desenvuelta, supo finalmente dirigirle una sonrisa. A ella le siguieron otros dos jóvenes, que se pararon a charlar con él sobre la situación geopolítica global o, quizá, para preguntarle por una calle. Dos niños querían que jugara con ellos a la peonza y tuvo que arrastrarlos agarrados a las perneras de sus pantalones por media manzana hasta que, entre vergonzosas y asustadas, las madres corrieron a recuperar a sus hijos, escapándoseles sendas miradas de admiración. Apenas pasado el parque, la muchedumbre de ociosos y jubilados que se agolpaba para espiar sus pasos con asombro era tal que alguien debió llamar a la policía. Los agentes le ofrecieron escolta, pero el rehusó. Buscaba llevar su experimento a cabo hasta el final, despreocupado de las consecuencias. En las redacciones ya se hablaba de él, una emisora de radio había destinado a su mejor reportero a cubrir todos los movimientos que hiciese y, decían, de la televisión nacional venía en camino una unidad móvil. Se corría la voz deprisa y, familias completas, le venían a pedir que posara con ellos para inmortalizarle fotográficamente en sus salitas. Las envidias y los celos iban lamiendo también, por oleadas, algunas partes de la masa. Quienes no acababan de distinguirle demasiado bien, pisoteaban estatuas y convecinos por igual, buscando mejor otero. Quienes querían ser vistos también, despotricaban de sus malas artes e intenciones a unos públicos que, en el mejor de los casos, le prestaban la mínima atención para chistarle un silencio. Surgió, de entre los cuerpos, una mano enguantada que sostenía un revólver. Le disparó justo a la frente, acertada, y desapareció. Fue cuando debieron empezar a desvanecerse los efectos de su pócima, porque rápidamente la gente se desbandó para volver a sus nohaceres, olvidando veloz aquél fugaz entretenimiento de la mañana. Quedaba sobre la acera cuando llegaron los sanitarios, tan solo el cuerpo muerto de un hombre más.

Posted by germanmj at Septiembre 7, 2003 11:03 PM
Comments

Creo que pillo la metáfora entre la ropa y la hipocresía de la gente...

Aunque es más fácil pillarla viendo "Blancanieves y los Siete Chochitos".

Posted by: Adrián on Septiembre 7, 2003 11:59 PM

Muy interesante xD

Posted by: Cosette on Septiembre 8, 2003 04:23 PM

Adrián, nunca dije que el hombre fuese desnudo ;)

Posted by: Germán on Septiembre 8, 2003 10:53 PM

Yo no he entendido que fuese desnudo.

De todas formas, lo que uno tiene en mente cuando lee el cuento es El Hombre Invisible y El Traje Nuevo del Emperador. Supongo que por la pócima y porque lo primero que pensamos es que no funciona, ya que la gente LO VE.

Pues me ha gustado mucho, hay que joderse.

Posted by: efe on Septiembre 9, 2003 12:29 PM

¿Como presentarse a OT y no pasar de la primera semana? ...supongo que no, porque el tipo me caía bien de veras.

Posted by: Haditjé on Septiembre 9, 2003 07:52 PM

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Posted by: paxil on Octubre 12, 2004 10:11 AM
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