Por: Newton
Semanas sin rechazarme y se te ocurre hacerlo precisamente hoy. Besos paranoicos, con descaro pero lógico…
Acariciaste su mejilla, sabiendo que yo estaba ebrio e intoxicado. Recuerdo nuestro ultimo sábado, todavía dormíamos en la misma cama…
El teatro del absurdo siempre evolucionando en círculos. ¡Adelante!… de un lado a otro. Amoríos bajo el manto de la traición…
Tu quisiste estar con 2 y lo hiciste… el pendejo y los entendidos; un instrumento, algo efímero, como si nada hubiera pasado…
Nunca dijiste como era la música, no me diste señales. Tu rostro en el infinito aunque no llegues a sentirlo… ni siquiera soy estético
Detalles, en los que nunca fui algo para ti, falsas llamadas. Esperaré…
Extraño tus piernas…
Por: Newton
Azotado por el miedo, recogí una de las ametralladoras, abandonadas por los terroristas, y me coloque debajo de la mesa. Revise el artefacto que parecía mas un lanzallamas que un soldador, y repentinamente, una voz me indico:
- “abajo a la derecha”
Justo al frente del Café, en un edificio elegante… ella, de cabellos rizados castaños y ojos verdes, me transmitió un mensaje de texto telepático:
- “Vaya a por la letra de esa canción y me la trae de vuelta…”
Ella es mi demonio personal, así que debo alimentarla…
Por: Newton
Ayer decidi hacerme unos implantes de esos perfectos y manipuladores, como el control de un juego de consola. Empujo a la derecha, torniquete a la izquierda…
Sexualmente huyo de una canción con un estribillo pegajoso porque esos viejos amig@s míos, lo único que les da es por ponerse a planificar un encuentro nostálgico, teniendo como telón de fondo un concierto de una agrupación de rock nacional…
Repentinamente un niño, alrededor de 10 años… nos interpela:
- “¿No saben quien es El Barón Rojo?”
Nos miramos un@s a otr@s y nos dimos cuenta… que era mejor estar en una neblina púrpura…
Srinivasa Ramanujan (1887-1920), matemático hindú.
Por: Newton
Ayer, nuestro insigne matemático, tuvo un sueño…
Esa diosa se esta conectando nuevamente conmigo bajo formas misteriosas… entre personajes enigmáticos llenos de intuición y carisma.
¿Qué clase de vínculo habrá establecido el espejo con Namakkal?
¿Cuándo estará listo para partir?
Es una lastima que no hallas conocido nadie, ni siquiera un numero primo…
Por: Newton
He recibido una carta procedente de Paris… sin remitente pero yo estoy seguro que es ella.
Su nombre es Marlene Palmareja…
He abierto el sobre electrónico... me he descargado unos dibujos adjuntos en crayón y varios formularios virulentos. Debo llenar la forma para mi estadía y revisar mi trabajo publicado. Me tomo un Vodka-Ice, decido salir…
Paseo por CCS en mi bicicleta ultra delgada, al ras del pavimento mojado por la lluvia acida…
A mi lado, el transporte de un canal-TV me sigue… espero que mis compañeros no estén grabando…
Por: Newton
Estoy preocupado por un símbolo que halle grabado en una piedra, tras sumergirme en lo profundo de mis cavilaciones, mientras me bañaba desnudo en aquel mar verde-plancton.
Probablemente, este hecho de pensamientos metálicos… cobre tal vez…
por: Newton
Aburrido estoy, en esta casa de campo abandonada, entre el disfrute de varias parejas que no paran de follar…
Me asomo superfluamente por la ventana y diviso un parque atravesado por un riachuelo, donde 2 ellas y un él, mantienen sus paraguas abiertos sobre sus cabezas flameadas…
Ahora si, todo parece que me abandona…
Por: Newton
Llueve mientras converso febrilmente con ella. El local del que les hablo queda en una calle intermedia, en donde el baño siempre es una manera de irse fuera de la localidad. Varios colegas me interceptan y me exigen que los escuche hablar, al son de muchas birras. En ese instante ella me mira del otro lado de la barra y me hace un guiño; camino hacia el pasillo y observo un yesquero verde luminiscente que me atrapa:
- siempre lo encuentras todo- ella me dice al oído
Salgo disparado hacia el baño, tomo un bolso de la mesa y lo lanzo dentro de la barra…otra de ellas voltea y me mira con sadismo: tiene un gran afro pintado de color naranja… Bailo en el aire con ella mientras estalla la bomba. Solo alcanzo a dar vueltas y más vueltas…
Por: Newton
La montaña de donde vengo sostiene una batalla legal con la alcaldía del pueblo porque quieren convertirla en una ciudad. Ese… si, ese señor gordo que viene bajando por la ladera, de barba y bastón, es el Sr. Vasco.
Ese caballero se hace acompañar de lindas promotoras con vestidos rojos y blancos, tipo colegialas, para que yo crea en sus sueños. Me hago el loco y entro en la primera casa que veo, la cual es mi destino inicial.
Subo las escaleras metálicas, y cuando camino por el pasillo, empiezo a ver que este alcalde tiene razón:
- una jirafa que se convierte en gigante y me quita mi almuerzo
- un gato que se roba mi patineta, para después convertirse en un apuesto joven igual que yo pero con una motocicleta
- una secretaria que se transforma en un cardenalito
Cuando logro reaccionar, me doy cuenta que estoy ante una pared llena de buzones de correo al final del pasillo, hablando con Don José Quántico. Este insigne personaje me da una escoba y me invita a barrer una habitación-calle donde se desarrolla el linchamiento, bien merecido, de un arbitro de fútbol. Repentinamente, lo gritos quejumbrosos de varias doñas, me hacen correr hasta la ventana para darme cuenta que han arrollado a un joven con una guitarra…
Salto sin pensarlo y observo como se acerca ella: una medico, hermosa y sencilla. Sinceramente, había dejado de preocuparme por la salud de mi amigo Camilo, puesto que solo se había desmayado por que su guitarra ya no le hablaba. Yo seguía embelesado, desviando el transito para poder verla mejor, lo cual me provoco serios insultos por parte de los conductores vociferantes, mi perro (que no podía cruzar la calle para conocerla) y un bebe de 4 años, que resulto ser el fiscal de turno para dirigir el transito en esa esquina…
Las personas agolpadas sobre la escena han empezado a empujarme y se ríen de mi, siento que mi cuerpo etéreo empieza a despegar y, a medida que lo hace, me siento muy triste… era ella, estoy seguro que era ella…
Por: Newton
Hoy, al cruzar de una torre a otra, vi a dos niñas (quizás eran hermanas) caminar con problemas sobre la cornisa. Saque mi manual de emergencias y leí lo siguiente: “cruce a la izquierda y siga por el pasillo abovedado”. Instantáneamente, el camino sobre el puente se convirtió en una especie de curvatura difícil de explicar donde, casi con sorpresa, se atravesó una mujer de cabello muy negro, no muy hermosa, no tan dulce, que me acompaño hasta el otro lado del camino.
Al llegar, descendí por una escalera de caracol y me encontré con un gran vitral que iluminaba la amplísima estancia. Al fondo, una puerta decorada por mosaicos, me indico algo que yo empezaba a sospechar: ¡no estoy en mi colegio!
Camine hasta el fondo, gire la manija y lo único que hice fue enmudecer ante el paisaje…
Verde fosforescente, rocas altas…
Creo que no estoy equivocado al pensarlo…
Por: Newton
En la tienda de un centro comercial, distraído por un video juego, unos panas me proponen hacer una cola desconocida, con fines absurdos…
Sin que se den cuenta, me escabullo por las escaleras mecánicas y, repentinamente, cuando me dispongo a salir del viejo edificio, una multitud de personas corretean a un carterista. De momento, no veo más que la estela de una figura elegantemente trajeada, saltando como un lemur sobre los techos de los automóviles…
Una patrulla de la policía pasa zumbando como un meteorito, chirriando sus neumáticos, combinado con un cruce de volante. Violentamente baja una escopeta manipulada por un funcionario y, del otro lado, un menudo ayudante de supermercado desenfunda un curioso revolver. Casi de improvisto, aquella delgada figura, salto tan alto que logro colgarse de un tendedero donde una desprevenida ama de casa colgaba una larga sabana. ¡Por Dios, es una mujer!
Comienza el tiroteo, yo me lanzo al piso y puedo ver como a mi derecha cae herido en el hombro nuestro furioso policía con escopeta… veo la multitud y me pregunto: ¿Cómo carajos vine yo a dar de este lado de la contienda? Hipnotizado como estaba por la acción, seguramente salí corriendo directo hacia la refriega. La mujer asiática - ¡si, coño parece china! – se balancea con la sabana y cae, con sus pesadas botas hasta las rodillas, sobre un pequeño coche, se desliza por el techo hacia la ventanilla y como si no le faltara agilidad, enciende un fósforo y lo tira hacia la multitud…
Todos nos quedamos atónitos, fue como ver un niño robarse un dulce…
Por: Newton
Me encontré este demonio, con forma de mujer, en una fiesta de beneficencia muy elegante. Madura, blanca y soez, le propuse tener sexo en contra de su voluntad. Ella, algo triste, me rechazo en contra de mis intenciones…
He decido no hacer mas novelas para la TV…
Muchas de estas situaciones y absurdos nos recordaran lo "divertido" que es ser arquitecto....
LEY DEL LOTE ESTRECHO: A todos los lotes les falta un metro de ancho.
LEY DEL Topógrafo: Dos levantamientos topográficos de un lote nunca son iguales.
Corolario: si existe un solo levantamiento esté es confiable. Si existen dos...
ninguno es confiable.
LEY DEL BI-CLIENTE: Todo cliente necesita dos proyectos: una ampliación del garaje y un gran edificio. La ampliación del garaje si se
hace.
LEY DEL CARTOON: Si un cliente llama "dibujito" al anteproyecto, es que no lo va a pagar.
PRIMERA LEY DE LA CERAMICA: Ninguna cerámica de 20 x 20 mide 20 x 20.
LEY DEL CAMION: Siempre que llame a averiguar por una entrega de materiales, le dirán que "el camión ya salió para allá".
LEY DEL "NADIE SABE":El cliente nunca sabe lo que quiere. El arquitecto tampoco sabe lo que quiere el cliente. El cliente nunca entiende lo que quiere el arquitecto.
Corolario: el diseño nunca refleja ni lo que quiere el arquitecto ni lo que
quiere el cliente.
LEY DEL BLOQUEO DE BUSQUEDA: No importa que su proyecto quede en un sitio escondido; si es malo, todo el mundo lo encontrará.
LEY DEL VECINO: Si en el lote vecino existe un edificio de "N" pisos, a usted le permiten "N menos 2". Si usted construyo un edificio de "N" pisos, a su
vecino le permitirán "N más 2".
LEY DEL "POR LO PRONTO”: Si un cliente le pide un cambio, dígale que no se puede; después estúdielo.
LEY DEL TIEMPO A FAVOR: Demórese en hacer los planos de detalle y no tendrá que hacerlos.
LEY DEL EGO: Si busca un buen proyecto, utilice el material adecuado. Si busca que lo publiquen, utilice cristal y acero inoxidable
SEGUNDA LEY DE LA CERAMICA: Si quiere utilizar nuevamente una
cerámica, estará discontinuada.
LEY DEL GOLPE (También llamada Primera Ley del Electrodoméstico): La nevera tiende inexorablemente a quedar detrás de la puerta de la cocina.
LEY DEL TRIS (Conocida también como Segunda Ley del
Electrodoméstico): A todas las máquinas de lavaplatos les sobran 5 cm. de alto.
LEY DE MAX: La temporada de lluvias comienza el día en que se inician las excavaciones.
LEY DEL MALO: No importa la causa, si algo sale mal en el proyecto, el responsable será el arquitecto.
LEY DE LA DUDA (También conocida como Tercera Ley de la
Cerámica): Si todo el mundo supiera lo que quiere, no existirían las
cerámicas jaspeadas.
PRIMERA LEY DEL CALENTADOR: Para acomodar el calentador toca
fatalmente sacrificar un closet.
LEY DE LA APARENTE SATISFACCION: Si un cliente queda satisfecho...
a) No ha entendido el proyecto
b) No lo ha pagado
c) El arquitecto se equivoca.
LEY DE LA TOLERANCIA: "Modulación" es un sistema milimétrico para
que los elementos queden bastante parecidos.
LEY DE LA EMPLEADA DOMESTICA: Si la habitación de servicio esta
diseñada para que quepa la muchacha, el apartamento es viejo. Si la muchacha
esta diseñada para que quepa en la habitación de servicio, el apartamento es
nuevo.
LEY DEL CLIENTE-ARQUITECTO: El cliente es un arquitecto que no
sabe dibujar. A mayor costo del proyecto, más arquitecto el cliente y más dibujante el arquitecto.
LEY DEL MAESTRO DE OBRA: Los ángulos rectos no existen.
LEY DEL OJOMETRO: Un presupuesto nunca se cumple. Corolario: si un presupuesto se cumple, alguien cometió un error.
LEY DE LA MEMBRANA ASFALTICA: Si una cubierta no tiene goteras,
tenga paciencia. Corolario astronáutico: si los cohetes debieran ser
impermeabilizados, el hombre no habría llegado a la luna.
LEY DE LA FALSA DICHA: Si el carpintero llego a tiempo con los muebles, se equivocó de obra.
LEY DE LA GANGA: Si una alfombra esta en oferta:
a) Es rosada con verde
b) Mide 10 m2 menos de lo que usted necesita
c) Ya se vendió.
LEY DEL "NADIE FUE": En las obras, las cosas no se hacen: quedan. Ejemplo: "Quedo torcido", "Quedo corto"...
LEY DEL PROYECTO MALO: Trate de hacer un mal proyecto. Si lo vende rápido... fue que lo logró.
LEY DEL CLIENTE FIJO: Si usted construye apartamentos en un sitio determinado, de un tamaño determinado y a un precio determinado:
a) Al comprador que le gustan el sitio y el tamaño, no le alcanza la plata
b) Al comprador que le gustan el sitio y el precio, le parece pequeño
c) Al comprador que le gusta el tamaño y le sirve el precio, no le gusta el sitio
d) El comprador al cual le gustan el sitio, el tamaño y el precio...es usted
LEY DEL 101: Si vendió el apartamento del primer piso:
a) El edificio lleva dos años de construido
b) Por fin convenció a la tía
LEY SOCIAL: Si existiera la "Arquitectura pre-pagada" todas las
viviendas serían igualmente malas.
LEY DEL BRAZO CORTO: Siempre habrá una ventana que no se puede limpiar.
LEY DEL AHIJUE: El tamaño de la mancha de tinta será directamente proporcional a la importancia del plano y a la urgencia de terminarlo.
LEY DE AUTOCAD: Si el cliente descubre que el computador facilita
hacer cambios al proyecto, los pedirá aunque no los necesite.
Por: Newton
Tú, yo y ese personaje estamos escuchando notas y bailando ruidosamente, en una casa abandonada enclavada en una ciudad apestosa…
Llueve mucho… tanto que toda la ciudad, con sus edificios abandonados, esta inundada hasta las rodillas.
Ella se ha mudado a nuestro edificio, lo cual me ha motivado a invitarle un trago en el bar, bastante desolado. Luego hemos cenado en un transporte publico desvencijado, donde hemos discutido sin razón. Tomo una moneda de mi bolsillo y dejo la propina, firmo un documento y me levanto con suprema arrogancia hacia nuestros inoportunos interlocutores.
Ellos me ofrecieron un extraño pastel con la intención de aniquilarnos. Parece que continuara el diluvio…
Por: Newton
Hay un trío de mujeres maduras: pelirroja, morena y rubia, armadas con arpones y con rumbo desconocido, esperando la hora de partir hacia una cacería… sentadas en un café, afilando sus cuchillos, tecleando en sus móviles información de sus enemigos. No se hablaran sino hasta después que hayan tomado su desayuno…
Homenaje a Fernando Pessoa.
Óleo s/ tela - 1997
116 x 81 cm
Por:Fernando Pessoa (1888-1935). Escritor portugués. Libro del desasosiego
"El alma humana es un manicomio de caricaturas. Si un alma pudiera revelarse con verdad, no hubiese un pudor más profundo que todas las verguenzas conocidas y definidas, sería, como dicen de la verdad, un pozo, pero un pozo siniestro lleno de ecos vagos, habitado por vidas innobles, viscosidades sin vida, babosas sin ser mucosidades de la subjetividad."
“Puede resultar extraño para un hombre, que no ha sopesado bien estas cosas, que la naturaleza disocie así a los hombres y les haga capaces de invadirse y destruirse mutuamente; y es posible que, por tanto, quiera —no confiando en esta inferencia, derivada de las pasiones— confirmar la misma por la experiencia. Reflexione entonces que va armado y procura ir bien acompañado cuando viaja, que cierra sus puertas cuando se va a dormir y que, incluso dentro de su casa, cierra con llave sus arcones, aun a sabiendas de que hay leyes y funcionarios públicos armados para resarcirle de cuantos daños le hagan, qué opinión tiene de sus conciudadanos cuando cabalga armado y atranca sus puertas, y de sus hijos y sirvientes cuando echa el cerrojo a sus arcones. ¿No acusa así a la humanidad con sus acciones como yo lo hago con mis palabras?”
Thomas Hobbes (1588-1679). Filósofo inglés, Leviatán, I, xiii
Por: Newton
Hace un tiempo el sexo fue la última conversación que tuve contigo y hoy no he recibido ningún mensaje de texto….
Los días me han hecho recodar que estoy solo en esta maraña bites, parece que de manera definitiva, probablemente para encontrar algo…
Por: Gilberto Brito
Siempre he tenido viva curiosidad por saber qué sienten aquellos seres que a diario exclaman: "¡He perdido la cabeza!" Me he preguntado mil veces, sin encontrar respuesta: ¿Cómo hará esa pobre gente para encontrar la cabeza perdida, tirada allí, sin poder moverse...? Posiblemente la parte superior de nuestro cuerpo, albergue del espíritu, de la imaginación, de la mente, del intelecto, del talento; esa que muchos llaman testa, testuz, chola o chaveta, empezará como loca a dar gritos: ¡Aquí estoy! ¡Junto a tus pies! ¡Más a la izquierda! ¡Sobre la grama! y nuestras manos ansiosas, convulsas, tanteando por todas partes, tratando de localizar inutilmente la cabeza que con destemplados gritos nos llama. Pero nosotros, como si no la oyéramos, tropezando con todo, derribando cuanto hay cerca, trastabillando por todas partes, como tontos o locos, yendo siempre en dirección opuesta; alejándonos cada vez más de nuestra pobre cabeza que, sin movimiento, exhausta, hace cmiles de esfuerzos con la vista sin lograr que regresemos... Pero, ¿cómo vamos a percatarnos de su llamado? ¿Cómo atender a sus gritos?... Si los oídos están allí, tirados también, colocados en ambos lados de la cabeza que yace en el suelo. Por más que grite, por más que llame, no puede nuestro cuerpo oír... ¿Qué digo? ¿No puede oír? Pero... No dicen que hay personas que "oyen por la tapa de la barriga" o por ejemplo eso cree mi tía... Yo recuerdo que un día me llamó con mucho misterio y me dijo al oído: "Gilberto, ve a la bodega y me compras dos bolívares de queso rallado. Ve rápido que son para los espaguettis que tengo servidos ya y me da pena con el señor Don Visquel y sus amigos, pues es la primera vez que vienen y los invito a comer! ¡Ve volando!" —me repitió dos o tres veces consecutivas. Con el misterio utilizado por mi tía para hablarme, salí de casa. Mis alpargatas se hundieron en el polvo tibio de la calle donde vivía; miré con desgano las casas tantas veces vistas: verdirojas, de ladrillos, rosadas, marrones, blancas, mustias por el tiempo y garabateadas por quienes como yo protestábamos la carencia de pizarrón en la casa, escribiendo en las paredes ajenas o dejando constancia con infantil adevertencia, de que "nos gustaba la última niña que se mudó para la casa azul..." o que "pluma e´gallina me tiene miedo..." No había recorrido gran trecho cuando ahí, en medio de la calle, mis compañeros de peleas y juegos; de travesuras y estudios se divertían con metras relucientes, teñidas de arco iris, dibujadas de colorines nuevos, vistosos, que describían, con magistral armonía, fabulosos caminos sobre la menuda tierra. Era como si, adelantándose al futuro, abrieran mil caminos que, sin ir a ninguna parte, nos alejaba con el crecimiento... "Pepa y palmo, pago dos..." —decía uno—... y quién que tuviese mi edad iba a perderse una jugada del negrito "Kiko" apodado "el martillo" por su forma de pegar a distancias? ¿cómo resistir la tentación de pararse a ver o a jugar dos, tres o cuatro veces? Nadie. Sencillamente nadie. Y allí estaba yo para retar con valentía a "el martillo", romper su record y bajarle los humos... Jugué hasta perder mi "juga" o metra ganadora de mil combates polvorientos, sudorosos y de reverberante sol... pero, no sólo perdí mi metra sino la noción del tiempo transcurrido y la idea de lo que debía comprar.
Con la creencia de poder recordarlo en la bodega, seguí triste mi camino, sintiéndome ingrato con mi metra compañera, hoy en manos de "Kiko". Llegué a la bodega. Después de varios segundos de vacilación dije: "Don José, deme por favor una panela de jabón azul bien envuelta". Recibí mi pedido y como gacela —que huye del ruidoso cazador—, emprendí veloz carrera. En el dintel de la puerta mi tía hacía extrañas contorsiones tratando de detectarme con la vista. Al hacerme ligeramente visible exclamó con voz de soprano: "¡Apúrate muchacho!..." Llegué, entregué el mandado a mi tía quien con temblorosas manos y cara de angustia y rabia lo recibió diciendo... "Lo trajiste sin rallar..." Seguí hasta el cuarto. Creo que trataba de esconderme del pensamiento de mi metra cuando la puerta se abrió con fuerza chocando con estrepitoso ruido en la pared. Nunca olvidaré la cara de mi tía porque jamás he visto otra igual... "¡Mira, muchacho del zipote, te mandé a buscar queso rallado!..." Y acto seguido me tiró el jabón que por poco me lo pega en el centro mismo del cogote... Se acercó de un salto, me tomó por el brazo, me zarandeó gritando histéricamente: "¿Tú oyes por la tapa de la barriga... tú oyes por la tapa de la barriga... dí pues, dí?" Y si entonces hay gente capaz de "oír por la tapa de la barriga", les es fácil encontrar la cabeza cuando la pierden, pues esta los llama, el cuerpo oye, se orienta hacia la voz, toma la pensante, se la coloca y asunto resuelto. Pero... ¿no será eso pura invención de mi tía? A lo mejor nadie oye por otra parte sino por los oídos, y... Si estos están en la testa... ¿cómo diablos entonces el cuerpo va a encontrar la cabeza perdida? Tiene que existir una forma, pues todos los que dicen haber perdido la cabeza la tienen puesta y... bien puesta... Será acaso que aquellos que la han perdido colocan un aviso en los diarios... así por ejemplo: "AYER, EN EL AUTOBÚS QUE CUBRE LA RUTA CARACAS—VALENCIA, EL SEÑOR A. Z. X. CÁRDENAS EXTRAVIÓ SU CABEZA. SE RUEGA A QUIEN LA HAYA ENCONTRADO LA DEVUELVA A LA SIGUIENTE DIRECCIÓN: EDIFICIO TAL, APARTAMENTO CUAL. LAS CARACTERÍSTICAS DE LA MISMA SON: OJOS CASTAÑOS, NARIZ CHATA, LABIOS GRUESOS, FRENTE ANCHA, PELO LISO. SERÁ BIEN GRATIFICADO" ... pero... y si aquel que la encuentra decide no entregarla? y si la deja para conversar con ella cuando va de viaje? o la usa un día sí y otro no?, o la guarda para mostrarla a su novia? y, en el peor de los casos, la deja para cuando alguien que no quiere ver lo visita y entonces la asoma por la ventana y esta dice: "El señor Fulano se mudó"?, o para pedir fiao con ella?, o para buscar camorra y que no le estropeen la suya...? Debe ser horrible perder la cabeza y no encontrarla enseguida... Pero... existirá gente tan distraida que constantemente esté perdiendo la cabeza? Parece que sí. Yo he conocido a miles y felizmente la han encontrado... sin embargo, yo quiero averiguar por motus propio, cómo es eso de perderla. Me he trazado un complicado plan para definitivamente perder la cabeza y encontrarla en pocos momentos, como muchos lo han hecho. Yo no puedo ser menos que los demás... Temía que si perdía mi parte superior del cuerpo en el momento de asomarme a la orilla de un puente, donde pase un río, esta sería arrastrada facilmente y se ahogaría, ya que no tendría cuerpo que la ayudara a llegar a la orilla; y el resto de mí se quedaría allí, inmóvil, sin poder gritarle a nadie que me la regresara. Entonces sí la iba a poner de oro! Por eso... decidí dejarme crecer el pelo; me hice una cola de caballo; amarré un nylon, le di vueltas por todo mi cuerpo, hice un gran nudo y así estaba más tranquilo... Desde ese día no me he soltado el pelo ni para bañarme. Me calleron piojos que vivieron y procrearon liendras y otros piojos y mi cola seguía ahí, sin deshacerse. Prefería esos animalitos que soltarme mi cola y por ende mi cabeza... Surgió otro problema: ¿cómo facilitar la entrega a quien la encontrara, en caso de perder cabeza y pelo al mismo tiempo? Se me ocurrió la idea más maravillosa del mundo: retraté mi cabeza. Escribí en ella lo siguiente:
"ESTA CHAVETA PERTENECE A GILBERTO, QUIEN ACTUALMENTE VIVE EN LA CELDA 23 DEL MANICOMIO. SI ALGUIEN LA ENCUENTRA PUEDE DEVOLVERLA A ESA DIRECCIÓN. SERÁ BIEN GRATIFICADO."
De estas fotos distribuí noventa mil entre amigos, conocidos y desconocidos en todo el país... Ah!... La última cosa que hice fue mejor todavía! Como existe una ley que señala que toda propiedad tiene que ser registrada, me fui al Ministerio de Fomento, piso siete. Solicité las planillas correspondientes para registrar el derecho de propiedad y anexé todos los recaudos exigidos: partida de nacimiento, solvencia del impuesto sobre la renta, estampilla fiscal de cincuenta bolívares y dos referencias y, aunque esto causó muchas risas de los empleados y se me otorgó un tiempo de cinco mil años para retirar mi solicitud, ya nadie podrá quedarse con mi cabeza porque está registrada y cometería un delito, lo cual está penado por la ley. Yo lo demandaría ante los tribunales de justicia, ante la Corte si eso llega a suceder y entonces tendría que pagar las costas procesales... porque eso sería un rapto, un secuestro, una apropiación indebida, un vulgar robo... Esto digo a cada persona que pasa por aquí, por esta plaza donde estoy encerrado, con candado, que casi no puedo moverme para entregar las fotos que imprimí y mandé a reproducir cien millones de ellas, para que todos los sepan... Los que reciben la foto la leen con atención, me miran y se despiden diciéndome: "¡Pobrecito! Perdió la cabeza!".
Por: Newton
Hace 15 días llamaste a mi móvil llorando… me querías volver loco, extrañando tener sexo…
Sábados seguidos de miradas y besos nebulosos…
Presentimientos que no auguran más oportunidades…
Excesos en las fosas nasales
Por: Jorge Gómez Jiménez
Que no sea eterno porque es llama
pero que sea infinito mientras dure.
Vinicius de Moraes
A Marinés
El Avispón acababa de caer en un bache, lo que indujo a Gerónimo a aventurar la teoría de que se trataba de la distribución. Sacó una linterna de debajo del asiento, abrió el capó y vio que los cables estaban bien. Entonces nos bajamos el Tuerto y yo. Revisamos las conexiones de la batería, zarandeamos el martillo del arranque y propinamos golpecitos en varias piezas escogidas aleatoriamente, dada la ignorancia general en mecánica.
Desde dentro del Avispón, Paúl sugirió, con la lengua ya algo atascada pues había estado bebiendo desde temprano, que se fijaran si había gasolina en el filtro. Paúl podía volverse algo lento y repetitivo cuando se embriagaba, pero no perdía la lucidez, y en efecto fue el filtro lo que nos hizo caer en cuenta de que estábamos sin gasolina. Hacía años que el Avispón no indicaba el nivel del tanque.
Nos pusimos en campaña. El Tuerto se fue con Gerónimo a llenar la garrafa de gasolina y yo me fui con Paúl a comprar unas cervezas. El camino era oscuro y en algunas partes un verdadero lodazal, pero llegamos sin problemas. Mientras caminábamos Paúl me habló por primera vez de Estocolmo, a la que definió como el gran amor de su vida; yo recordé varias de las otras veces que habló así de una mujer. Me dijo que ya hacía algún tiempo que no la veía, pues simplemente un día no la consiguió en el trabajo ni en la casa, y los días sucesivos siguió siendo lo mismo hasta que una voz de mujer le dijo por teléfono que estaba de viaje.
Llegamos al Avispón primero que el Tuerto y Gerónimo, y nos sentamos sobre el capó. Creo que eran como las once de la noche. "No lo podía creer cuando la conocí", dijo Paúl refiriéndose a su Estocolmo. "Era tan transparente, le dije, que si la miraba fijamente a los ojos podía mirarle la nuca al tipo que estaba sentado en la barra, detrás de ella. Ella se reía de esas cosas y riéndose era como luminosa, como si brillara, como si fuera a encenderse ahí mismo, frente a mí".
Según parece, esta Estocolmo sí había logrado darle a Paúl donde era. Realmente tenía un nombre muy común, de hecho una mezcla entre dos nombres muy comunes, pero como sus ojos eran verdes de un verde vegetal, y su piel era blanca de un blanco lácteo, y su melena dorada le caía hasta el final de la espalda, a Paúl se le antojó parecida a una sueca y ya nunca más la llamó por su nombre. Mientras la describía me era imposible evitar reírme de la forma como la idealizaba. Decía que hasta conocerla no sabía lo que era una relación madura, y que su principal virtud era la identidad plena que los unía. "Estocolmo nunca me reclamó nada, nunca me exigió nada; vivimos en un estado de completa felicidad en el que cada uno tenía su propia vida y ésta no afectaba a la del otro", dijo. Agregó que estaba seguro de que algún día ella volvería para explicarle por qué había desaparecido repentinamente. Sí, Paúl, esa vuelve.
Al fin llegaron Gerónimo y el Tuerto y con algún esfuerzo logramos revivir al Avispón. Paúl se fue al asiento trasero y yo aproveché para preguntarle a los otros si conocían a la tal Estocolmo. "Nadie la conoce", me dijo Gerónimo muerto de risa. Según ellos, era una invención de Paúl, siempre tan lelo. "No puede ser real", decía el Tuerto, "una mujer así como él la describe no existe". Les dije que quizás sí era real, pero que él la idealizaba. Ambos movieron la cabeza negativamente. "No", dijo Gerónimo; "espera que él te cuente y sacas tus propias conclusiones".
El Little tenía pocas mesas desocupadas, e instintivamente todos miramos hacia la zona atendida por la Guacharaca. Encontramos una mesa al borde del bar, casi debajo de la santamaría. Yo protesté porque desde el puesto de comida de la acera de enfrente llegaba un fuerte olor a cebolla, pero ni siquiera me escucharon. Gerónimo alzó las manos para dar una palmada en procura de la atención de la mesonera, pero ésta ya venía con cuatro cervezas y la cuenta metida en un vasito plástico. El Tuerto lanzó su acostumbrado chiste de que se llevara el vaso porque todos tomábamos directamente de la botella, le dio una nalgada a la Guacharaca y bebió el primer trago.
Paúl llamó mi atención dándome unos golpecitos en el codo. "Esa mujer pensaba siempre como yo pensaba, decía lo que yo estaba a punto de decir, miraba las cosas con el mismo cristal con que yo las miraba, y viceversa, me decía que yo pensaba como ella, decía lo que ella estaba a punto y miraba todo como ella". Me clavaba los ojos como esperando mi inmediata aprobación, que presto le daba haciendo un movimiento afirmativo con la cabeza. Prosiguió su cuento, y cada cierto tiempo me preguntaba: "¿Tú has tenido alguna vez una mujer como mi Estocolmo, alguna vez has tenido una mujer que despida un hálito esotérico, alguna vez, como mi Estocolmo?". No, Paúl, nunca, una mujer como tu Estocolmo sólo se ve en tu enrevesado cerebro, pensaba yo.
No tardó en llegar un vendedor ambulante, un hombrecillo bigotudo y desgarbado con artículos diversos atados a varias láminas de cartón. Paúl fue al baño, el Tuerto se puso a hacerle muecas con la lengua a la Guacharaca y Gerónimo y yo escuchamos la ametralladora parlante que teníamos enfrente. Vendía alicates, destornilladores, candados, destapadores, enchufes múltiples, cortaúñas, viseras, encendedores, llaveros, afeitadoras, calculadoras y otros cachivaches, y le quedaban en un bolsillo dos mapas viales que estaba rematando a mitad de precio. Gerónimo lo miró divertido y le preguntó si tenía condones. Yo pensé que el hombre iba a sacar un paquete de la gorra, pero para nuestra sorpresa se ofendió y empezó a increparle a Gerónimo que su burla supuestamente se debía a que él creía que su trabajo no era honesto. Dijo tres o cuatro cosas más y lo despaché sin mayores protocolos.
Me di cuenta de que Paúl había regresado porque me tomó del brazo y empezó otra vez con el tema. La Guacharaca llegó con otra ronda de cervezas y al escuchar el palabreo monótono me miró sonriente y se burló de Paúl. "Esos amigos tuyos... ¿Todavía no has hallado cómo quitártelo de encima?", me preguntó y, antes de que pudiera responderle alguna cosa ingeniosa, lanzó su carcajada estentórea que inundó todo el Little.
Paúl continuó contándome que su relación con Estocolmo había sido la única verdaderamente perfecta de todas las que había tenido en su vida. Nunca tuvieron un desacuerdo, nunca discutieron, ni siquiera llegó alguno a sentirse molesto cuando el otro no podía llegar a una cita. "Le tenía confianza, pero confianza como se debe, una verdadera confianza", repetía incesantemente. "Si ella hubiera llegado un día y me hubiera dicho que tenía otro hombre, te juro que no me habría molestado la decisión que ella tomara, fuera que debiera apartarme o que debiera estar dispuesto a aceptar un triángulo. No me habría importado, te lo juro, no me habría importado, para nada".
Entonces volvió a hablar del álbum. Cada cierto tiempo, Paúl decía que guardaba ciertas imágenes en un álbum que custodiaba en las circunvoluciones de su cerebro. Afirmaba que esas imágenes lo acompañaban a donde quiera que fuera, y que las traía de vuelta al presente cuando se sentía nostálgico. "Estocolmo", me dijo, "me dio varias nuevas imágenes para el álbum. Pero la más inquietante, la que no logro despegar de mi mente, es la del sol de su cabello". Me explicó que la última vez que estuvieron juntos acomodó su melena multitudinaria en forma de círculo, como si fuera un sol de finas hebras de trigo, y quizás exageró cuando dijo que el cabello caía por los bordes de la cama.
La Guacharaca llegó con una nueva ronda de cervezas y todos, excepto Paúl que seguía hablando sin parar, nos quedamos en silencio mirando sus formas bajo la blusita roja, que destacaba sin pudor las tetas, apiñadas en el centro del pecho por un sostén bien apretado. Se paró detrás de Gerónimo y el Tuerto y sirvió las cervezas sin prisa, llenándonos primero los vasos a Paúl y a mí. Luego siguió con el Tuerto y terminó con Gerónimo. Cuando se inclinó para devolver el vaso de Gerónimo a la mesa, el Tuerto alargó sus mandíbulas y le mordió uno de los pezones, que se delineaban claramente bajo la blusa. La Guacharaca abrió la boca todo cuanto pudo en una mueca intermedia entre la indignación, la sorpresa y la risa. "Tuerto, eres un abusador", le dijo al tiempo que le daba una sonora palmada en la espalda. Dos minutos más tarde traía la cuenta y nos decía que el dueño nos pedía que nos retiráramos.
Nos fuimos de mala gana y alguien propuso que hiciéramos una parada en el Mirador. Allí atendían mesoneros, no mesoneras, pero iban muchas mujeres solas en busca de compañía. Yo aplaudí la idea a la espera de que Paúl se sacara a la fulana Estocolmo de la boca, pero fue en vano. Entró al baño cuando llegamos, pero apenas llegó a la mesa se acercó la cantante del Mirador y le preguntó por Estocolmo. "Está de viaje", dijo él en un tono melancólico. Ella sonrió e hizo un gesto que yo interpreté como de apoyo en la resignación.
"Venía muy seguido aquí con Estocolmo", me dijo entonces Paúl y, señalando un lugar indeterminado de la barra, continuó: "Nos sentábamos de aquel lado y nos olvidábamos del mundo. No sé si lo has vivido, realmente no lo sé, pero hay algo especial cuando estás con alguien en medio de un gentío y sólo escuchas, aunque estés en medio del gentío, sólo escuchas su respiración, sus susurros, el incendio chiquito que ocurre en tus dedos cuando la acaricias". Me pareció que Paúl habló durante décadas.
Cuando terminó el set de la cantante vi que se dirigía a la barra por una de las puertas laterales. Le dije a Paúl que iba al baño y salí por otra puerta, adelantándome, y la intercepté. Me saludó con un cálido apretón de manos y sin perder tiempo le pregunté si conocía a Estocolmo. "Realmente no", me contestó ella. "Las veces que el señor Paúl llegó a traerla yo no estaba cantando aquí, porque era mi día libre o porque estaba enferma, pero varios amigos clientes del local me hablaron de ella. Desde entonces siempre le pregunto por ella, porque veo que se le ilumina el rostro cuando se la menciono". Ambos miramos a Paúl desde lejos, ajeno a la conversación entre Gerónimo, el Tuerto y unas amigas que venían llegando y que se acercaron a ellos. "Sí puedo decirle que desde que dejó de venir con su Estocolmo está muy melancólico, y siento como que se emborracha más rápido". Por último me miró como si hubiera cometido una imprudencia y, antes de despedirse apresuradamente, me dijo: "No sé, quizás sólo sean cosas mías".
Realmente me habían dejado inquieto las impresiones de Gerónimo y el Tuerto sobre la supuesta inexistencia de Estocolmo. Le pregunté a dos de los mesoneros del Mirador y me dijeron que estaban tan ocupados que les era difícil fijarse en clientes específicos, pero que si le preguntaba al que atendía en la barra era probable que pudiera darme algún dato. El hombre fue igual de impreciso: "El señor Paúl ha venido con muchas mujeres, no creo que recuerde alguna en especial". En ese punto pensé que Estocolmo era irreal o que había sido una chica demasiado elusiva.
Fui al baño, me detuve a hablar con un amigo y, cuando regresé a la mesa, la cantante había dado inicio a un nuevo set y Paúl estaba solo, encorvado y dándole golpecitos al vaso de cerveza con su dedo índice. Miré hacia la pista, y encontré a Gerónimo y el Tuerto bailando torpemente con las amigas a las que estaban saludando minutos antes. Entonces se me ocurrió que lo mejor para que Paúl dejara el tema era que bailara con alguien. Me levanté y observé la gente de las mesas hasta que vi, sentada con unos amigos al final del local, a Ruth, una colombiana recién divorciada a la que conocía de mis tiempos en la agencia. Fui hasta allá a convencerla de que bailara con Paúl con el argumento de que tenía problemas de amores, y ella accedió de inmediato.
Llegué hasta Paúl llevando a Ruth de la mano, le di un toque en el hombro y levantó la cabeza. "Paúl", le dije con la mejor de mis sonrisas, "conoce a Ruth, quiere bailar contigo". Paúl se levantó, le dio la mano con displicencia y le dijo su nombre sin mucho entusiasmo. Ruth lo miró sonriente, apretó su mano y lo atrajo hacia ella. "¿Vamos?", le dijo suavizando su voz, aunque sin ocultar su acento. Paúl me lanzó una mirada en la que, sin palabras, me dijo que comprendía cuál era mi plan, y me lo reprochó. Yo fui a otra mesa y saqué a bailar, aliviado, a una morena a la que había visto desde que entré.
Bailaron aparatosamente. Paúl estaba muy borracho y yo veía que hablaba con Ruth por lo bajo, y supuse que estaba disculpándose. Cuando terminó la canción me despedí de la morena, que ya se marchaba, y fui a la mesa, donde ya estaban sentados Gerónimo y el Tuerto. Ruth condujo a Paúl hasta su silla con alguna dificultad y, cuando logró sentarlo, se me acercó y me dijo con una expresión grave: "Lo de tu amigo es serio... Yo diría que irreparable". Comprendí que también a ella le había hablado de Estocolmo.
Tan sólo esperó a que Ruth se alejara para empezar de nuevo. "Estocolmo me adoraba, realmente me adoraba", me dijo, y yo miraba para todos lados buscando una excusa para fugarme. "Yo, que soy tan feo, que mi único encanto es no ser un chino, era adorado por esa sueca. Le preguntaba qué le gustaba de mí si era tan feo, porque yo soy feo de verdad, pero feo, y ella me decía que no, que era lindo, me decía: 'Todo tú eres lindo'; imagínate, yo lindo. Y hasta se molestaba cuando yo insistía con aquello de que soy feo, se molestaba, se molestaba, ¿sabes?".
Creo que fue esa noche cuando visité el baño con más frecuencia en toda mi vida. Después de que se marchó la morena me costó mucho conseguir otra pareja de baile, y tuve que ir hasta dos veces por cada cerveza que me tomaba, buscando que Paúl dejara de hablar de Estocolmo. Pero era inútil. Gerónimo y el Tuerto se hacían los desentendidos; yo miraba hacia atrás buscando a Ruth pero siempre la veía bailando entre la multitud, así que no me quedó más remedio que aguantar las historias relamidas de Paúl durante horas.
El Mirador se fue vaciando y en cierto momento quedamos sólo algunas personas. Yo pedí la cuenta y Gerónimo protestó. "Todavía no se han acabado las mujeres", dijo mientras Paúl me halaba una manga de la camisa para seguir contándome sobre el amor de su vida. El Tuerto abrió sorprendido su único ojo. "¿Quién queda por ahí?", preguntó dirigiéndose a Gerónimo. "No vayas a voltear de golpe", le dijo Gerónimo, "pero al final de la barra hay dos mujeres solas". El Tuerto miró hacia allá con cautela, y cuando volvió su rostro hacia Gerónimo le dijo: "Pero son dos viejas". Gerónimo lo convenció de invitarlas a salir para tomarse unas cervezas en otro sitio, y yo rogué que no aceptaran, porque eso habría significado que tenía que devolverme a casa en taxi y, para colmo, con Paúl.
En unos segundos elaboraron su plan y lo pusieron en marcha. Gerónimo fue al baño y el Tuerto se dirigió a las mujeres. Yo miré a Paúl, que seguía con su cháchara, y cuando volví a fijar la vista en la barra vi al Tuerto hablando con dos hombres. Volteé hacia las puertas laterales y vi pasar a Gerónimo directo a la barra. Cuando llegó cerca del Tuerto, se quedó atónito, como reprendiéndolo en silencio, y puso sus dos brazos sobre los respaldos de las sillas de las mujeres. Entonces lo escuché claramente decir, mientras señalaba al Tuerto con un gesto de su boca: "Mi amigo se pregunta... qué demonios hacen dos damas tan hermosas solas en una barra". No escuché lo que dijeron las mujeres, pero las vi señalando a los dos hombres con los que hablaba el Tuerto, que empezaban a levantarse de sus sillas mirando a Gerónimo con malignidad. Entonces comprendí que debía pagar la cuenta y sacar de ahí a Paúl de inmediato.
Afortunadamente no ocurrió nada. Gerónimo y el Tuerto subieron al Avispón muertos de risa y agradeciéndole a Dios que los maridos no eran tipos violentos. Gerónimo propuso tomarnos las últimas en Las Mercedes, el único bar abierto a esa hora. "Ese es un bar de mierda", dijo Paúl saliendo de su sopor, y todos celebramos que al fin había abierto la boca sin referirse a Estocolmo.
Eran más de las dos de la mañana cuando llegamos a Las Mercedes, y sin embargo estaba lleno. Gerónimo fue al baño apenas entramos y una de las mesoneras se acercó a nosotros para preguntarnos qué queríamos. El Tuerto pidió cuatro cervezas y una ración de queso que nos trajeron en un par de minutos. El ambiente de Las Mercedes terminó favoreciéndome, porque aunque Paúl seguía hablando sin cesar de Estocolmo, la iluminación carmesí, los borrachos tropezando con nuestra mesa y las puertas que se abrían a cada instante robándonos la atención me permitían desprenderme un poco de la obligación de escucharlo.
De pronto una de las mesoneras se acercó con cuatro cervezas y todos, salvo Gerónimo, nos quedamos mirándola con extrañeza. Las primeras que nos habían traído estaban aún por la mitad. La mujer protestó y dijo que Gerónimo le había pedido la ronda cuando venía del baño. "Señorita", dijo el Tuerto tratando de dominar los temblores de su lengua, "la culpa la tuvo usted que no se cer—cio—ró de que la mesa ya estaba servida". "¿Y ahora a quién le cobro esta factura?", fue todo lo que dijo la mujer. Gerónimo habló vagamente de un malentendido y se dirigió a la barra a arreglar el problema con el dueño, quien entendió perfectamente, aunque la mesonera quedó bastante incómoda por el asunto.
Después del incidente, Paúl intentó reiniciar su eterna descripción de Estocolmo, pero ya yo no estaba dispuesto a seguirlo soportando y le pedí que dejara el tema. "Es que no te he contado, todavía no te he contado cómo nos conocimos", balbuceó mirando fijamente mis ojos. "No me interesa, Paúl, ya realmente estoy cansado de la historia". Tuve que alzarle la voz cuando insistió. Levantó su mano derecha como si fuera a hacer un juramento, la bajó hacia su pecho y planeó el aire con ella, como si indicara que todo había terminado y que no seguiría hablando, y tomó un cubito de queso. Su boca se torció, sus ojos se entrecerraron mirando la mesa y se abrazó en silencio a la botella ya casi vacía mientras las migajas de queso le caían de las comisuras de los labios. Respiré. Gerónimo y el Tuerto me miraban, burlones.
Salimos a bailar con tres de las mesoneras mientras Paúl dormía un sueño entrecortado. El Tuerto volteó a la suya y se puso a bailar contra su espalda, pero tuvo que ir a sentarse cuando empezó a agarrarle las tetas y la mujer protestó. Mientras terminaba de bailar con la que me había tocado, escuché a aquella hablando con la del incidente de la factura. En su andanada la escuché decir que era una mesa de abusadores, que le habían agarrado sus partes, y la otra aprobaba peligrosamente. Pensé que debíamos salir de ahí en el acto.
Cuando terminó la pieza y Gerónimo y yo fuimos a sentarnos, estaba una negra bajita, horrible, sentada al lado de Paúl, intentando revivirlo. El Tuerto estaba absorto mirando a las mesoneras que estaban en la barra. Tomé una silla de una mesa vecina y me senté al lado de la negra, que de inmediato volteó a mirarme con el cuello tambaleante. Estaba borracha, o drogada, y llevaba una falda corta de color blanco. "¿Y tú cómo te llamas?", me preguntó articulando las palabras con dificultad. No le dije mi nombre, en su lugar le dije que era del signo tauro y le pregunté de qué signo era ella. Era capricornio, y me dijo que el suyo y el mío eran signos compatibles, aunque me pareció que, como yo, ella no tenía idea de lo que estaba diciendo. Antes de darme cuenta de lo que pasaba la negra había puesto una mano sobre mi pierna derecha y hablaba de quién sabe cuántas cosas. Yo me animé y puse mi mano sobre una de sus piernas descubiertas.
Tenía la piel más tersa que he tocado en mi vida. Cuando llegué a esta certeza no pude evitar mirar sus piernas con avidez. Me dijo que yo debía gustarle demasiado, pues ella no dejaba que cualquiera le tocara sus piernas. "Es lo que pasa cuando los signos son compatibles", dije con una sonrisa, aunque realmente me estaba riendo de ella. Gerónimo me tocó el hombro e hizo una seña con la boca, indicándome que mirara hacia atrás de mí. Una mujer regordeta y de rasgos hombrunos miraba a la negra reprobatoriamente. Un instinto me impulsó a quitar la mano de la pierna de la negra y a conducirla hasta mi botella. La negra se levantó y se fue, sin decir absolutamente nada, con la mujer que la reclamaba.
No había pasado un minuto cuando volvió a abrirse la puerta de Las Mercedes. Gerónimo supuso que era la negra nuevamente y me dijo con una sonrisa: "Vienen a buscarte". El Tuerto miró hacia la puerta y movió la cabeza hacia los lados, negativamente, con su ojo bien abierto y las cejas en arco. "Esa definitivamente no es la negra", dijo Gerónimo con estupor. Yo miré hacia la puerta y la vi entrar.
Tenía, en efecto, una larga cabellera rubia hasta el final de la espalda, y aunque la poca luz impedía ver los detalles, podría jurar que vi el verde vegetal de sus ojos dominando la escena. El pecho me hervía cuando, finalmente, hablé.
—Estocolmo —dije entonces, pretendiendo que lo hacía en voz baja.
La mujer volteó hacia nosotros, nos miró sin reconocernos y se detuvo en Paúl, de cuyos labios goteaba un fino hilo de saliva. Por un segundo me pareció que la música, los gritos de los borrachos y los reclamos de las mesoneras se detenían y sólo escuché la voz genital de la rubia cuando pronunció el nombre de Paúl, mientras ponía una mano sobre su hombro izquierdo. Paúl despertó entonces como un títere, elevado desde arriba por hilos que nadie veía, y miró la mano blanca cerca de su rostro. Hizo un gesto indefinible y se levantó de su silla. Cuando miró a la rubia, dijo algo con voz muy baja, y yo creí reconocer bajo el retornante bullicio la palabra "Estocolmo". Ella volvió a mencionar su nombre y se abrazaron.
La mujer realmente no brillaba ni despedía un aroma esotérico. Era una rubia hermosa, pero nada fuera de lo normal. Sin embargo, al verla abrazando a Paúl, al ver cómo lo conducía hacia la puerta y nos dirigía, ya a punto de salir, su mirada de camaradería, comprendí a Paúl, comprendí su empeño en que su historia fuera escuchada, comprendí la única verdad que valía la pena comprender como si ante mí se hubiera producido una revelación; comprendí que es tan sencilla esa cosa grande del amor, es tan de uno y tan de todos al mismo tiempo, que realmente es innecesario explicarla.
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