Enero 20, 2005

El genio de la moda… y su imperio.

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Escrito por: Newton

“Todas las artes – no las obras singulares, sino el arte en su conjunto – son mortales. Llegara el dia en que el ultimo retrato de Rembrandt deje de existir; pues aunque la tela pintada quede intacta habrá desaparecido el ojo capaz de percibir esta forma de lenguaje”
D. Splenger. “La decadencia de occidente”


En el relato de Gargantua y Pantagruel (Francois Rabelais) la abadía de Thelema era considerada como una ciudad utópica donde sus habitantes se regían por una cláusula principal: “Haz lo que quieras”. Esta parece ser hoy en dia (y quizás con más fuerza en el “futuro”) la consigna de miles de millones de consumidores, distribuidores, promotores y supuestos “creadores” de la Moda. Esa manera de expresar lo que se usa ; una capa tras otra de trapos con dudosas prestaciones: que si el corte, que si los detalles pintados a mano y otras rarezas que solo pertenecen al imaginario de quien se cree dueño del concepto, no es mas que una fantasía con una supuesta función precisa, de una serie de neuróticos (incluyendo por supuesto al creador-farsante) donde todos se convierten en consumidores de una aculturarizacion artística-plástica mas proletaria que cualquier obrero-esclavo, solo para satisfacer una demanda efectiva gracias a la publicidad, con una gran tendencia a la “liquidez” de las ideas y a una rápida solubilidad entre la masa.
Esas ideas pasan de mirar el trasero de una exuberante mujer-icono (lo cual no esta mal) hasta las compras de regalos esquizofrénica que se produce en las festividades decembrinas, todo esto basado en el mito popular de que la sugestión influenciada por los cantantes de rock o del nuevo detergente que anuncian en la TV, hipnotizan la poca conciencia que la masa posee, especulando con unos prejuicios del tipo asquerosamente freudi-anos basados en que la mayoría posee “instintos oscuros” con la forma fisica de una muchedumbre, excitando el principio ciego y casi espontáneo de lo que las industrias, tarde o temprano, llamaran “impulsos” que solo ellos sabrán orientar (o eso creen) en una dirección indicada. Así el “mito popular” pasa a ser también una creación que viene de la calle, pero que regresa a ella en forma de objeto-producido-industrialmente (una vez mas la mano peluda de la industria)
Bajo este panorama, las imágenes se trituran con psicoanálisis y su infaltable transferencia (videos musicales o/y revistas) se transforman en ideas a las cuales hay que seguir para poder oponerse (resistencia callejera expresada con maquillaje glamoroso), buscando una dialéctica del vacio: porque como no hay nada, nada se discute y no es porque no valga la pena. Lo que pasa es que la influencia del medio exterior te dice que eso es una perdida de tiempo, “y acuérdate que el tiempo es oro”. Pero todos siempre llegan tarde…
Es aquí donde la identidad del sujeto-individuo-o lo que sea, empieza a tomar como referente la ausencia del objeto, iniciando o continuando una búsqueda eterna por representare a través del objeto (diseños con “styling”) para de esa manera lograr “ver” con sumo placer la culminación de una carrera en busca de la revelación “inhibida” por una sociedad “que no los entiende” pero que s viste igual a él…
Al no suceder este cuadro narrativo de manera satisfactoria, la industria (encargada de que no se produzca nada placentero) crea ella misma las bases de la desesperación por alcanzar el objeto anhelado, provocando efectos colaterales como el aislamiento (traducido en soledad) y un gasto de energía útil expresada en forma de cansancio. En este estado las cosas no pueden ser mas fáciles para la industria: sugestión propagandística con cara de ilusión, esperanzado en que algún momento "quebraras los prejuicios si te formas una imagen engañosa de ti mismo y de tu entorno", organizándote a través de construcciones ideológicas o psicológicas en donde se resolverán las inconsistencias y el tiempo transcurrirá transitoriamente, “el tiempo que no hay que perder porque…”
Los thelemitas de hoy, al igual que Tomas Moro (Utopía) saben que la belleza cuesta dinero, y que ese vil o sutil metal, hace que el consumidor realice su “transferencia emocional” a través del consumo de sus tarjetas plásticas, martinis, música desechable y masas de gente bonita.
Es probable que la inutilidad de los recursos estéticos radique en un enriquecimiento excesivamente artificial-artístico del hecho conciente y real, prolongado desmesuradamente en el tiempo…

Escrito por Parafrenia a las Enero 20, 2005 06:19 PM
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