Diciembre 29, 2005

La “mentalidad” nula…

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Grabado hecho por: Carlos Lessman (1845)

Por: Newton

Hacia el año 1561, el valle de Caracas era un pasaje muy estrecho rodeado de altas colinas enclavado en lo que hoy es Catia hasta terminar en la actual Petare. Losada, arribó seis años después para fundar Santiago de León de Caracas, Y la historia -la escrita por cronistas y viajeros- comenzaría su curso inexorable.
En 1696 el pueblo contaba con 6.000 habitantes y en 1800 con 40 mil. Humboldt y Bonpland, por esos días, estudiaron la pequeña ciudad con ojos muy curiosos y científicos. En 1812 la estremeció el tercer terremoto, coincidente con el sismo político en la naciente república, esa misma cuna del Libertador no recibiría sus restos sino doce años después de la agonía en San Pedro Alejandrino, llena la ciudad de caudillos incubados por la independencia, dejó profunda huella en la memoria el inglés Robert Ker Porter, a quien la lluvia y los cambios del tiempo lo ponían oscuro y triste, y el cáustico Núñez de Cáceres, testigo de la hambruna de 1862, en plena guerra federal.
Con Guzmán Blanco, gran modernizador, la ciudad se embelleció, y con Castro y Gómez la Rotunda no se dio descanso, ese símbolo de las turbulencias políticas que terminaría demolido por López Conteras para erigir la plaza de La Concordia en días de discordia fomentada por la reaparición de los partidos. Presidente de la concordia -ése sí- fue Medina, quien le cedió al arquitecto Villanueva el proyecto de El Silencio en momento en que el Plan Rotival se asomaba como solución al caos, ya reinante en Caracas. La dictadura, con la Avenida Bolívar, dividiría la ciudad y se uniría a la autopista, que terminó de dividirla. Luego surgiría la idea de los distribuidores, como La Araña y El Pulpo. Betancourt aportó las avenidas de las avenidas Libertador, Baralt y Universidad.
Era, hasta finales de los 50, una ciudad que apenas contaba con tres parques: Los Chorros, El Pinar y Los Caobos. Nacieron tres más en los sesenta: Arístides Rojas, Naciones Unidas y, con Burle Marx como diseñador, el del Este. Uno, antes muy visitado, el de El Calvario, pasó ser olvido o nostalgia.
Un bello sitio de aquellos días, aledaño y al oeste, fue escogido para construir los complejos multifamiliares de Caricuao, tal como en el 23 de Enero y otras zonas, había hecho la dictadura, criticada por Betancourt a causa de su política de “cemento armado”, la misma que en materia de vialidad había permitido la construcción de la autopista Caracas-La Guaira. Las Obras de Caldera I fueron el Poliedro y Parque Central, erigido frente a los cerros de San Agustín y la única realización del amplio plan de convertir la zona en área cultural, con la Biblioteca Nacional como centro. De todos modos, se añadirían al conjunto el Ateneo y el Teresa Carreño. Posteriormente, la BN fue construida en los alrededores del Panteón Nacional con acceso a la Avenida Urdaneta por intermedio de un bulevar. Pero, la integración, pese a la conversión del San Carlos en museo, ha sido muy irregular desde el punto de vista espacial.
La Ciudad Universitaria, que enlazó a tres gobiernos (Medina, trienio adeco-militar y dictadura) fue otra de las grandes obras citadinas, tal vez el mayor ejemplo arquitectónico, además de la integración de las artes. Con la expansión de la educación superior, nuevas universidades con nuevos diseños aparecieron, una al oeste, la UCAB, otra al sureste, la Simón Bolívar, y otras al occidente, Metropolitana y Santa María. El Teleférico y el Humboldt, iniciativas del Nuevo Ideal Nacional, trataban ahora de revivir una época perdida en el tiempo, mientras que el Helicoide quedó aislado y olvidado por mucho tiempo hasta concluir en sede de la policía política.
Caracas ya no es la ciudad de los techos rojos que evocó magistralmente el cronista Enrique Bernardo Núñez, tampoco la de las esquinas descrita por Carmen Clemente Travieso, ni la de “las estampas” de Graciela Schael Martínez, ni la de las anécdotas de Lucas Manzano. Es la ciudad del transporte automotor y del bienaventurado Metro, de la buhonería y el malandraje, de una sociedad civil naciente y de un estilo político en parte moribundo y en parte desconcertante. Es, en fin, metrópoli en próxima conurbación con Guarenas, ciudad dormitorio, por un lado, y ciudad laboral alterna por el otro.
He aquí el punto a tratar en el análisis de las funciones en la ciudad de Caracas donde las plazas han cambiado su función (al igual que muchas tipologias arquitectónicas) para convertirse en lugares totalmente saturados de vastas funciones, donde lo inverosímil llega a convertirse en cotidiano. Esas plazas que antes sirvieron para abrir un espacio dentro de la naciente ciudad, hoy en día solo son un triste espectáculo de vida ciudadana: una actitud derrotada ante el comportamiento esquivo de la misma ciudad.

Caracas siempre logra vencer a sus hombres sensibles, esto siempre genera dudas, gesticulación confusa e irremediable. Como escribió Mariano Picón-Salas: “La Nueva Caracas que comenzó a edificarse en 1945 es hija –no sabemos todavía si amorosa o cruel- de las palas mecánicas”. Es el asombro de esté autor (y de tantos de nosotros actualmente) ante los espasmos de la modernización, ante las escenas que sugieren la presencia estructural del caos, de una biología que está siempre en proceso de cambio, pero sin saber, ni qué es hoy ni cómo será mañana, donde las metáforas de la ciudad son de una transitoriedad abrumadora ( “un inmenso montículo de tierra removida” escribe este cronista), conviviendo con la figura inamovible y generosa, esa metáfora de lo permanente que es El Ávila.
La Caracas que muda su centro o su eje periódicamente; la Caracas que ha derribado muchos de los artefactos que hubiesen permitido organizar mejor su memoria; la Caracas que guarda muchas pequeñas ciudades o arquitecturas, la Caracas que retrocede ante los automóviles; la Caracas que a diario modifica sus límites (ya en 1957 no se lograba determinar dónde comenzaba y dónde claudicaba la ciudad); la Caracas que siempre se formula las mismas preguntas
Es lógico que la Caracas del siglo pasado nada tenga que ver con el actual. Todas las metrópolis del mundo cambian. Pero en la Caracas asfaltada, con autopistas y edificios de más de 20 pisos, la miseria se mostró llena de ingenio y se lanzo a la calle. Y, al parecer, es tanto el “ingenio”, que apenas cabemos en la acera. Un cartón en el parabrisas, una hamburguesa en el medio de la calle, los fiscales Ad honoren, los gestores, el vendedor de autopista y una interminable lista de “profesiones” del nuevo milenio. Por supuesto no podía faltar la variante de los buhoneros “formales” que como ya estamos acostumbrados a ver en nuestras principales avenidas y plazas son el nuevo prototipo de comerciante del nuevo milenio.
Diferencia notable con respecto al grabado de Carlos Lessman de 1845 en la que vemos un mercado popular pero bien organizado, quizás un poco exótico pero lleno de la vitalidad que le imprimían las nobles funciones que ejercían artesanos y mercaderes, con sus calles bordeadas por faetones (carruajes descubiertos) y posteriormente los vis a vis de cuatro asientos –coche lujoso usado en la Caracas de los años veinte, para hoy en día degenerar en “alfombras mágicas” (moto taxis), los profesionales que trabajan manejando carros de alquiler, vendiendo perros en la vía publica, haciendo tortas, distribuyendo piratería digital; no hay espacio para la cultura ciudadana entre tantos vendedores ansiosos de ganar hasta el ultimo centavo; el espacio se degrada bajo esta orgía de vendedores que van de lo sublime a lo ridículo, en una gran sinfonía de acordes casi diabólicos por el control de cada espacio. En Caracas todo aparenta ser novedad pero lo que en otros países es un medio de divulgación para el arte o la cultura alternativa, aquí en Caracas se termina convirtiendo en un vil y sucio negocio. Quizás, los esquemas de comportamiento han cambiado, sin duda, pero seguimos echados un nuestra hamaca virtual porque no somos capaces (o no nos da la gana) de ver lo mucho que nos falta para poder reconciliarnos con nuestra realidad.
¿Cómo podemos sincerarnos con nuestra ciudad, con la génesis de nuestros espacios, con ese caos tropical que nos inunda todo el año?
Caracas es una metrópoli compleja. Un conglomerado urbano que en los últimos 50 años ha crecido sin planificación y se ha desparramado hacia el este, el sur y el oeste; sólo contenido al norte por El Ávila, imponente, que lo separa del Mar Caribe.
El crecimiento incontrolado trae problemas obvios sobre tópicos como la seguridad, los servicios públicos y el tránsito; por sólo mencionar lo básico. Síntoma típico de las urbes sin legislación, que con el paso de los años se escapan de las manos del Estado, crecen, se hacen más vulnerables y con vida propia. Son indómitas. Nadie puede administrarlas.
La Caracas de hoy, es absolutamente incontrolable. El ciudadano dirá ¿Cómo revertir el desorden? La respuesta no esta ni siquiera en la gestión político administrativa.
Bajo este Planteamiento el diagnóstico actual es que la ciudad está sembrada sobre dos estados: la mitad oeste de Caracas está en la jurisdicción del Distrito Capital (antes Distrito Federal) y la mitad este sobre tierras mirandinas. Eso genera que existan dos autoridades distintas, en un mismo nivel de gobierno, en una misma ciudad. Aquí comienzan las paradojas…
Por otro lado, Caracas está dividida en cinco municipios: cuatro en el estado Miranda (El Hatillo, Baruta, Sucre y Chacao) y uno en el Distrito Capital (Libertador). Si tomamos en cuenta que en este último territorio habitan aproximadamente dos terceras partes de la población total de la ciudad, notamos el grotesco desequilibrio entre las cinco alcaldías.
Pero para completar el cuadro, la ciudad cuenta desde hace cuatro años con una joya jurídica llamada Ley Especial sobre el Régimen del Distrito Capital (gestada por la Asamblea Nacional Constituyente de 1999) con la cual se creó un nuevo nivel de gobierno –entre el municipal y el regional- que uniría a los cinco municipios en una sola entidad (Distrito Metropolitano) dirigida por un alcalde mayor. Pero el detalle está en que el constituyente eliminó, al mismo tiempo, la gobernación del Distrito Federal -sustituida por el nuevo Distrito Capital- y le entregó sus facultades a la misma Alcaldía Metropolitana. ¡Genial!. Después de este ensalada legal tenemos un territorio donde hay un alcalde municipal, un alcalde metropolitano y un gobernador; siendo estos dos últimos funcionarios la misma persona. Una sancocho de burocracia que siempre va generar, obviamente, en una guerra de competencias al lado oeste de la ciudad.
Para tratar de darle algo más de racionalidad al entramado político administrativo de Caracas, se han hecho varias propuestas. Muchas se vienen trabajando desde hace décadas pero se desempolvaron hace un par de años, cuando el Parlamento esperaba aprobar la ley de Distrito Capital, que daría forma definitiva a la nueva instancia y completaría el trabajo de la ANC. Pero eso nunca ha ocurrido…
Una reflexión final me lleva a evocar ciertos pasajes de lo que ocurrió y de lo que se supone es el presente: en la foto que tratamos al principio hay una gran cantidad de elementos que pudiesen definir un momento histórico no solo por sus características de espacio, concebido arquitectónicamente, y no solamente por la imagen identificatoria de su arquitectura de herencia española, este grabado deja entrever que existía un enlace entre las autoridades y la manera como las personas sentían este poder . No lo digo solo porque en esa época se hubiesen utilizado métodos más estrictos para el control de la población sino que las personas a través de “ritualizacion” a lo largo de su día a día, establecían estrategias para defender y continuar las tradiciones (que no eran progresistas) pero no hacían daño a nadie. Además todo lo contrario: era una manera de tener una cronoestecia que les permitiese identificarse con el territorio hostil y calido al mismo tiempo.
Contraria a la imagen de la plaza actual llena de buhoneros: ¿Qué es reconocible en esa maraña de colores y ruidos cacofónicos donde lo único que una persona puede esperar es que sea insultada, asaltada, o en el peor de los casos, asesinada? ¿Es verdaderamente útil tenerlos por todas partes porque venden, supuestamente, mas barato? ¿Acaso vale la pena sacrificar tantas calles de Caracas solo porque no podemos vivir sin un par de zapatos de moda? Es increíble como hemos perdido la identificación de nuestras aceras ante el empuje bárbaro de una masa de personas sin control estatal, donde cada valor urbano ha sido deteriorado hasta convertirse en espacios residuales tomados por la buhonería. No hay autoridades, hay leyes pero no hay voluntad, y si mucha corrupción, que le impide al Estado educar a la masa ignorante del valor de sus monumentos, calles y plazas. Un estado que no piensa en la circulación peatonal o vehicular como la prioridad dentro de la economía nacional es como si no le importara comprar un carro para montar una tienda en su interior. Seria una paradoja de lo inverosímil en lo cotidiano, seria una cotidianidad llena de incertidumbres…

Bibliografía

- “Arquitectura y obras publicas en Venezuela. Siglo XIX”. Leszek Zawisza. Ediciones de la presidencia de la republica

Escrito por Parafrenia a las Diciembre 29, 2005 08:13 PM | TrackBack
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