Abril 27, 2005

PEDACITOS DE PASADO


CAPÍTULO 2. PODEMOS EMPEZAR A HABLAR DE AMISTAD

Mientras el recuerdo seguía aún en mi subconsciente un esbozo de sonrisa se dibujó en mi cara a la vez que seguían cayendo las palabras sobre la pantalla de mi ordenador. Deshacía mi alma con ayuda de mis manos para conseguir las frases que necesitaba oír, para poder animarme. Necesitaba un cambio de “look”, necesitaba lograr sentirme nuevo para hacer frente a la nueva vida que se avecinaba. Estos nuevos pensamientos borraron por completo la sonrisa. No es que fuera algo que me desagradara, porque hacía ya mucho tiempo que debía haber cambiado, madurado y crecido... pero tal vez el darme cuenta de nuevo de la realidad eliminó mi anterior recuerdo.

Y mientras pensaba en estas cosas me daba cuenta que ya no iba a poder volar. Que había perdido mis pensamientos alegres y que para bien o para mal había llegado el momento en que me tocaba crecer después de tanto tiempo. Era irónico que el personaje de fantasía con el que más me había relacionado siempre fuera precisamente el que me ayudara a expresarme en momentos como este.

Y con esa nueva idea en la cabeza y un poco más animado terminé de enjuagar mis pensamientos, me sequé concienzudamente y quedé pensativo contemplando mi reflejo, en la pantalla en negro del ordenador, en un mutismo inexpresivo.

Estos últimos días empezaban a mermar mis fuerzas. El sueño, el cansancio y el hambre cada hora se volvían menos soportables. Pero tampoco le daba mucha importancia, porque la mayor parte del tiempo apenas si me daba cuenta de la realidad que me rodeaba. Perdido en horizontes más allá del deseo con cumbres nevadas del azúcar de la felicidad vivía las aventuras que tantos hombres habían envidiado. Había aprendido a aceptar mi destino, que de manera cruel e implacable había decidido un duro revés en el camino de la vida, pero no por ello me gustaba. Para olvidarlo había aprendido también a desconectar de la realidad y transportarme a mundos donde yo no era el antihéroe.

Contemplaba desde mi ventana como el enorme edificio de ladrillos estampados en rojo tapaba ya prácticamente la mitad de mis vistas y paisajes. Recordaba mis últimos momentos de melancolía cuando aún podía ver ponerse el sol y herir la tierra provocándole una herida que hacía sangrar el cielo durante unos minutos. Pero ya no era así, aquel descomunal gigante de piedra y cemento se levantaba ocultándolo todo. También disfrutaba recordando mis tiempos más jóvenes, cuando el mero hecho de ver la luna en todo su esplendor dominando el cielo bajo su halo de pureza, quedaba perplejo ante la sombra de la inspiración.

Meneé la cabeza esbozando una vaga sonrisa y bajé la vista al suelo. Allá abajo se alineaban los coches aparcados en hileras y la gente cruzaba sin mirar la calle. Me gustaba contemplar a las personas que como pequeñas hormiguitas iban y venían cada una con sus motivos y ajenas a quienes les rodeaban. Siempre que observaba las vidas de los demás con cierta curiosidad una sensación de pequeñez acababa por dominarme. Me hacían pensar en los montones de gente, cada uno con sus propias motivaciones, pensamientos y deseos que andaban de un lado a otro rodeadas a su vez de otros tantos individuos que a su vez repetirían de nuevo la cadena hasta el infinito. Todo se entrelazaba en una inmensa maraña de diferencias entre todos los humanos, de complejidad individual que se unía haciendo un todo totalmente heterogéneo.

Preferí apartar todos aquellos pensamientos de mi mente. Me preocupaba verme a mi mismo divagar así. Hacía ya tiempo que mi mente no buscaba explicaciones, jugaba con las palabras y se entretenía a sí misma con conversaciones absurdas fruto de la necesidad. Sentirse seguro y tranquilo evitaba el pensar demasiado. No estaba muy contento de volver a ser el yo del pasado, sumido en la melancolía y en una continua lucha interior entre el bien y el mal, el caos y la verdad, pero por otro lado era un reencuentro que en ocasiones había llegado a echar en falta.

Volviendo a levantar la vista al cielo dejé escapar un leve suspiro que lo tiñó de nubes de colores vivos y me llevaron navegando a un tiempo pasado.

Era septiembre, mi primer año en la universidad. Sin querer ya me había hecho mayor, el resultado de 18 años de vida, el perfecto destino al que todos aspiran y que a mi me aterraba. Miedo, esa era la palabra que me provocaba el tener que conseguir ser aceptado de nuevo en un grupo de gente extraña que, se supone, optan a convertirse en los amigos más importantes de tu vida.

El terror estrangulaba mi garganta, mientras sentía que la vida me sonreía. No podía pedir más de lo que tenía. Me sentía más arropado que nunca por mis amigos, aunque no terminaba de encontrar mi hueco en Madrid. Durante el verano pasé más de una tarde en aquella piscina de reflejos reverberantes, bañándome, una o dos veces, en su agua tibia. Poco a poco fui integrándome entre los amigos de Joni, un nuevo fichaje llamado Jesús, más conocido como yisus, irrumpió en los pisos. Era un chico delgado, con la cara fina y una parsimonia que en un principio consigue sacar de quicio a cualquiera. También volví a encontrarme con aquella amistad que parecía iba a ser buena. Ahora tenía el pelo salpicado por mechas rubias, la piel tostada y una sonrisa que partía su boca en dos mitades casi perfectas.

- Se me olvidó tu banderita – me dijo sin darme posibilidad a saludar, se había acordado y por alguna extraña razón esa frase me demostró más que muchos abrazos. – No importa, es normal – respondí mientras recalcaba un gesto de alegría en mi boca. - ¿Qué tal por EEUU? ¿Has aprendido mucho inglés? – Pregunté a sabiendas de que ambas preguntas chirriaban en mi cabeza. – Muy bien, aquello es otro mundo. Al principio fue duro, pero luego acabé acostumbrándome -.

Asentía con la cabeza mientras me contaba sólo algunos trazos de lo que vivió al otro lado del charco. A mi lado estaba Joni que no parecía cansarse de las mismas anécdotas, incluso ya decía que en el próximo viaje que hiciera a la tierra del tunning le iba a acompañar.

El tiempo fue pasando. Poco a poco fui hablando más con aquel niño bajito, de voz aguda, que cada vez que nos encontrábamos conseguía que abriera un poquito más la ventana de mis sentimientos. Puede sonar cursi, pero era así.

Mi primer año en la universidad se evaporaba. El alcohol que conseguía retener en mis venas alcanzaba cotas cercanas a lo preocupante y la sensación de que la vida ya no me sonreía se fue haciendo cada vez más evidente.

Por un error me sentí perdido, mis sueños se deformaban y siempre acababa por verme sólo. La única vía de escape a Madrid era irme a Sevilla, pero lamentablemente no era posible hacerlo todos los fines de semana. Los segundos pasaban en minutos y el único apoyo que tenía en esta fría ciudad lo había hecho desparecer mi soberbia. Fue entonces cuando aquel chico bajito apareció, la persona que menos me imaginaba me ayudó, aunque creo que él no lo sabía.

…Continuará...

Escrito por DUDO a las Abril 27, 2005 06:09 PM
Comentarios

para ustedes amix

Escrito por joyce a las Agosto 19, 2005 09:23 PM
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