Ángel cerró la ventana de la habitación.
No quería que entrase más aire. Porque el aire que entraba en la habitación se terminaba contaminando.
Se coloreaba de verde.
Verde como el moho que había encima de los recuerdos que se encontraban medio muertos debajo de la cama.
Le hubiese gustado abandonar aquella casa. Decir adiós, sin más. Pero sus pies estaban sellados a ese suelo de mármol, donde tantas veces había hecho el amor con ella.
-Tienes que dejar esa casa, Ángel, o te matarás poco a poco -le decían sus amigos-.
La gente habla, pero hablan desde fuera. Desde sus casas, sentados en el sofá, viendo la televisión. Con sus mujeres preparando la cena, haciéndoles un masaje en los pies, o creando una situación con tensión sexual que terminará en una noche de sexo.
Ángel no tenía eso. Solo tenía los recuerdos de su amada.
De los recuerdos no puede vivir una persona. Porque los recuerdos no se tocan, no se abrazan, no se huelen, no se reviven en la piel.
Los recuerdos están en la mente, y duelen: te hierven la sangre, te hacen sentir dolor en las venas. Un dolor intenso y muy seguido.
Es como una agonía.
Ángel estaba agonizando allí dentro.
En aquella casa.
El frigorífico estaba vacío. Vivía con la única luz que entraba por la ventana.
Cuando la noche entraba por las ventanas, la muerte le llamaba. Le tentaba.
Cogía una lata de gasolina, se la rociaba por todo el cuerpo y con una cerilla aún apagada en la mano lloraba y gritaba.
No era capaz de matarse, porque si él se quitaba la vida, estaría borrando el único recuerdo que queda de ella: que es el mismo. El, con el amor que le tenía.
-Yo, yo es que me siento en el sofá, y miro hacía el suyo, hacia el sofá donde ella siempre se sentaba, y parece que la esté viendo, intento tocarla, pero cuando lo hago, no toco más que aire, me estoy volviendo loco -le decía a su psiquiatra-.
Ángel murió a los dos meses de morir su mujer.
Se suicidó. Dejando caer su coche por un precipicio.
No pudo aguantar aquella soledad, ni aquellos recuerdos, ni aquellas charlas con su psiquiatra que le hacían recordar que estaba ahí por que se lo había impuesto su rechazo hacía vivir la vida. Eso le hacía recordar aún con más fuerza que había perdido al amor de su vida, y que nunca más volvería a su lado. Pero que el, sin embargo, pronto, se reencontraría con ella.
En algún sitio, en algún lugar: quizá en ese sitio que llaman "cielo".
precioso niña......
y muy triste.....
mucho....
no sé k decir.........
:-(