Mayo 31, 2004

Knockin' on heaven's doors.

Llegó el primer verano de la carrera y la vida de cada uno siguió su curso. Bz. desapareció de la mía.

Durante el primero año las veces que hablábamos en las horas muertas por la ausencia de un profesor parecía que teníamos bastantes cosas que compartir. Pero veía que de ella nunca salía lo que para mí era el paso natural y obvio de decir "oye, ¿que tal si quedamos un día?". Parecía siempre que tenía una vida muy agitada. De lunes a viernes clase. Los sábados por la tarde, teatro. Los domingos, tarde libre para estudiar. Y a eso añadir, cursos, jornadas, reuniones y actuaciones. Nunca sentí que me diera pie para proponerle nada concreto.

Cuando comenzó el segundo año de carrera volví a clase y me encontré como si mis compañeros estuvieran dividos en bloques solidificados. Un día en clase el profesor pidió que nos distribuyéramos en grupos para hacer un trabajo. Se armó un revuelo de sillas y gente en movimiento a un lado y otro de la clase. Cuando pasaron unos segundos Bz., A. y yo sin movernos de nuestro asiento nos mirábamos. Nos habíamos quedado solos.

A pesar de mi propósito a finales de primero, volví a frecuentar la compañía de Bz. Supongo que por debilidad. Era el segundo o tercer mes de clase cuando un día ella me pidió hablar. Tenía un problema que no sabía abordar: Se sentía un tanto agobiada por A.

A. y yo éramos dos empollones sin ningún éxito con las chicas. Mi única experiencia con 25 años cumplidos se limitaba a una "amistad con derecho" de apenas unos meses el curso anterior a primero de carrera. Yo en mi pesimismo una promesa nunca cumplida por una chica era algo normal. Lo guardaba en mi memoria, pero me resignaba. A. tenía también una memoria de elefante para los desaires y desplantes, pero se tomaba una propuesta dicha a la ligera como un contrato. Él con 19 años estaba en una edad que se tomaba las cosas a la tremenda mientras, yo lo miraba todo con cinismo.

El acercamiento logrado a finales de primero le dio a entender que tenía pista libre. Así que A. insistió, e insistió. Cuando sacó el carnet de conducir aprovechó que su hermano empezó a vivir no muy lejos de Bz. para algún que otro domingo llamarla por teléfono y proponerle pasar por su casa, ya que él estaba tan cerca. Ella se sentía agobiada inventando excusas.

Ironía o no Bz. y yo empezamos a pasar más tiempo juntos.

Ella parecía muy segura de sí misma. Una chica con carácter, inquietudes intelectualoides y culturetas, liberal en el sexo y una aparente amplia experiencia en la vida a sus espaldas. Un auténtico gancho para un empollón con muy poco rodaje sentimental en la vida, alelado y taciturno como yo. Poco a poco fui conociéndola y viendo que todo aquello era pura fachada. Una máscara de autosuficiencia que escondía las inseguridades de una niña de 19 años. Sin embargo, su vulnerabilidad me gustó. Y sin ser la persona que yo pensaba al principio, o por ser las dos cosas a la vez, seguí enganchado con ella.

Llegaron las vacaciones de Navidad y por primera vez ella y yo nos encontramos fuera de horas de clase. Nos vimos en mi casa y estuvimos una tarde metidos en mi cuarto hablando. Terminé tumbado en la cama leyéndole pasajes de mi diario con la cabeza apoyada en su regazo mientras ella me acariciaba la cabeza. Puse un cojín entre mi cabeza y sus muslos, para atenuar el atrevimiento. Yo, por tímido.

Cuando nos despedimos hubo una extraña sensación. Yo creí que habíamos cruzado el umbral de la amistad. Ella me contaría un día que aquel día quizo besarme. Me habría hecho polvo. Porque para mí hubiera sido la confirmación de que algo había surgido entre los dos. Pero para ella era un simple gesto con el que señalar lo especial del momento.

Pasaron las semanas y yo no supe muy bien qué había entre los dos. Pensé que aquel día con ella había significado algo especial, un paso más en el camino de establecer una relación de pareja. Pero todo volvió a la normalidad. Me encontré en un punto muerto. E hice lo que creo que alguien ha de hacer en esa situación. Tirar las cartas boca arriba sobre la mesa y abandonar la partida.

Fue en una segunda ocasión en la que me vino a visitar a casa. Me dijo que no. Y esperando por su autobús, yo me sumí en un silencio grave. Herido. Al menos hizo algo que iba más allá del "te quiero, pero como un amigo". Le vi verdaderamente preocupada por mí. Pero fue contraproducente. Aquello nos sumió en una montaña rusa de acercamientos por su parte, como si nada hubiera pasado, y alejamientos por mi parte, lleno de orgullo. Pero la balanza se fue desequilibrando poco a poco. Y una noche de la Semana Santa de 2001, me dio a entendar que sí, que quería empezar una relación conmigo. Podría añadir que fue a orillas del mar, con la olas batiendo a nuestra espalda. Pero fue todo muy difuso. Realmente no tenía ni idea de qué acababa de empezar.

Escrito por Lobo a las Mayo 31, 2004 08:45 PM
Comentarios

Bua que bonito :) no puedo decir otra cosa

Escrito por LoLita a las Mayo 31, 2004 11:03 PM
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