Mayo 31, 2004

Ella usó mi cabeza como un revólver.

Cuando una relación termina, cuando los sentimientos se desvanecen, la magia se rompe. ¿Por qué había seguido adelante cuando todo indicaba que aquello no iba a ninguna parte?. Y sentía furia y rabia conmigo mismo por haber llegado a la situación de estar en una relación en la que mi pareja duda entre otro y yo, y un cuarto intentaba meterse por medio aprovechando las confianzas excesivas que le daba ella. ¿Cómo es que aquello me había llegado a parecerme admisible? Recordar el día en la playa me provocaba arcadas.

Había esperado que todo se solucionara. Esperaba que ella diera el paso en la dirección correcta. Esperaba...

Me sentí con 26 recién cumplidos un completo idiota. Pensé una y otra vez por qué no había salido de aquella relación cuando pude haberlo hecho sin un rasguño. Por una vez en la vida que me negué a jugar al juego del buen perdedor, cuando por una vez había decidido quedarme a luchar por algo, cuando por fin había superado mi pesimismo nato... la vida me dio una buena patada en la cara.

Tanto tiempo, tanta energía desperciada. Aquel verano, entre la noche que pasé en su casa y la ruptura me había resultado agotador animándola. Una tarde que me llamó llorando me pidió que le devolviera la llamada. Conseguí que se tranquilizara, y terminamos riendo. Fueron horas. Cuando llegó la factura de mi casa y vi aquella llamada de 1.300 pesetas sentí un retortijón en el estómago. Hice desaparecer la factura para que mis padres no la vieran, y para no tenerla que ver yo tampoco.

Al día siguiente de que me dejara fui a la playa y a un concierto. Como si tal cosa. Romper con alguien no era el fin del mundo. No era algo para tirarse por un puente. Sabía que mi vida seguiría. Pero por dentro sentía un desgarro, un dolor inmenso como nunca antes en mi vida había sentido. Inmenso. Terrible. Perdí el sueño. Daba vueltas y vueltas en la cama hasta las seis de la mañana.

Lo que más me dolía era el orgullo. Tardé semanas en mirarme en un espejo sin avergonzarme. Le había seguido el juego a un par de niñatos de 20 años. Un juego estúpido de "vamos a contar mentiras y llamar a esto amistad".

Yo, el frío, racional, calculador y orgulloso. Yo, que tantas veces había cogido mis sentimientos, los había hecho una bola de papel y los había lanzado lejos de mí. Y que cortar por lo sano... Esa era mi especialidad. Y no lo había hecho. Caí con todo el equipo.

Ella fue estrechando su relación con A. Lo introdujo en su círculo de amigos (mientras, yo había sido como un muñeco de trapo guardado en un cajón). Un día hablando por teléfono sólo escuché: "Porque hice con A. esto y lo otro, porque A. lo de más allá". Cuando colgué, me levanté y le solté un puñetazo a la pared. No pude cerrar el puño en semanas de la hinchazón. Fue la primera y única vez que he perdido el control en mi vida.

Y no dije nada, no les mandé a la mierda porque tenía que terminar un trabajo de clase con ellos dos. Precisamente para aquella asignatura en la que a principios de curso nos habíamos quedados solos buscando grupo. Tragué, y la rabia dio paso a la tristeza.

Un día me contó que ya por fin lo tenía decidido. Intentaría arreglar lo suyo con D. Y luego ya se vería hasta donde llegaban otra vez. No soy de soluciones a la tremenda. Pero aquella noche entendí algunas cosas por primera vez. Y no sé por qué la idea que tuve en mi cabeza fue imaginarme 1812 y alguien que se alista en la Grande Armée en una unidad de caballería para no volver jamás.. Al paso, al trote y al galope sobre una pradera ucraniana, directo a las líneas rusas hasta que la metralla o las balas se cruzan en su camino.

Una noche me llamó ella. Estaba llorando. D. le había montado un número
total. Yo ya sabía que ese chico no estaba bien de la cabeza. Pero ella necesitaba ver para creer. Sus esperanzas se habían ido a tomar por culo y sólo seguí sintiendo más tristeza.

Sucedió el 11-S. Y llegó el día de entregar el trabajo. Era lo último que teníamos que hacer en septiembre, pero la profesora nos dijo que echaba en falta algo. Teníamos que entregarlo sin falta el día siguiente. Pero nosotros habíamos planeado ir al cine para celebrar el fin de los exámenes. Como siempre, él intentó ponerse entre los dos pero por una vez ella le hizo cambiarse de sitio para quedar en medio y tenerme al lado.

A la salida A. ella caminó agarrada de su brazo. No recuerdo si él llegó a poner su brazo por encima del hombro de ella. Pero recuerdo caminar en silencio asqueado unos pasos por delante de ellos camino del coche.

Íbamos en el coche de ella, pero conducía él. Me dejaron en casa y como yo iba detrás, en un coche de tres puertas, ella tuvo que bajarse para dejarme salir. Se despidieron de mí y yo vacilé.
-Bueno, espero que sepan hacer ustedes solos lo que queda del trabajo. Aunque lo veo difícil porque el fichero está en mi disco duro.-Dije. Y caminando crucé la calle hasta mi casa.

A los cinco minutos tocaron el timbre. Sin que nadie comentara nada. Como si tal cosa. Tanta era la prisa de botarme e irse ellos por ahí. Aproveché la excusa de que mi hermana me había dejado un mensaje en el contestador (estaba solo en casa con mis padres de vacaciones) para subir al otro piso y llamar a mi hermana desde allí hecho una furia y descargar la rabia. El trabajo lo habíamos fusilado de Internet, pero de las tres planes que habíamos planeado sólo yo había hecho mi parte. Que a pesar de todo, fue un trabajo duro de edición de texto. A. había hecho un poco también. Es decir, yo les había sacado las castañas del fuego y aquella noche se habían olvidado de que teníamos que terminarlo. Encima no habíamos entregando el trabajo en febrero porque ellos habían decidido a mis espaldas dejarlo para septiembre, mientras yo sacaba mi tiempo de estudiar para los exámenes para hacer mi parte a contrarreloj. Luego alguien dijo, no quiero recordar quién, "es que te vimos tan emocionado haciendo tu parte del trabajo que no quisimos decirte que no lo íbamos a entregar". Qué hinchada de pelotas.

Y aquella noche, terminamos el trabajo. Yo dándole al MS Word, y ellos a mi lado, con A. con el brazo por encima del hombro de ella. Como si tal cosa, allí en mi casa. En un momento en que él fue al baño ella con voz queda me preguntó si estaba enfadado. No recuerdo qué contesté. Quería terminar aquel puto trabajo.

Me fui de vacaciones. Días antes habíamos quedado en vernos. Pero ella decidió que no a última hora. Estar conmigo le hacía sentirse mal. Creo que llegó a explicarme más tarde que en aquel momento estaba por la labor de arrepentirse de la decisión que había tomado. Yo ya estaba en la trayectoria de salida de mi abatimiento.

Fue triste estar en la casa rural que mi padre había arreglado con tanto esfuerzo y por fin empezaba a estar habitable. Había puesto ilusión en pensar que algún día ella y yo iríamos en vacaciones allí. Pero me tocó disfrutarla solo. Todo llega siempre tarde.

El primer día de clase, entré en el edificio de la facultad. Ella entró justo por una puerta enfrente mío acompañada de D. Tanto, para verla volver al punto de partida. Y cuando me di cuenta, estaba ella con A. y con D. Sólo faltaba yo, el tercer payaso de la corte. Verlo fue suficiente. Me negué a participar como eunuco feliz en aquel despropósito. Decidí cortar por lo sano con él y con ella. Mis dos únicos amigos en la carrera. Tercer año de carrera y me había quedado completamente solo.

Escrito por Lobo a las Mayo 31, 2004 09:04 PM
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