Mayo 31, 2004

La misma piedra

Fue el otoño de las movilizaciones contra la L.O.U. Una noche de lluvia, di un resbalón en la calle y me fracturé el codo. Tuve que llevar un yeso como unos dos meses. Todo el mundo bromeaba que si había recibido un golpe en una carga policial. Nadie me tomaba en serio cuando explicaba como había sido. Tenía que haberme aprovechado y convertirme en mártir de la causa.

Las primeras semanas del curso habían sido duras. En los descansos ella entraba por una puerta de clase, yo salía por la otra. La evitaba por los pasillos. A veces llegué a dar rodeos absurdos con tal de no encontrármela de frente. Hasta que fue llegando el momento de tener que comportarme de una manera más normal. Aunque había días que subía las escaleras y me llegaban las voces y las risas de los dos por fuera de clase. Se me revolvían las tripas.

La memoria me falla. Quizás en mi diario esté la respuesta. Posiblemente en la indiferencia mútua yo tuviera un gesto hacia ella. Algo dije o hice. Y un sábado por la noche sonó el teléfono en casa. Era ella desde una cabina.
-"Necesitaba hablar con alguien" me dijo.
-"O sea, has llamado a tus amigos y no hay nadie en casa" le dije.
Escuché cómo A. había invadido su vida. Primero había intentado apuntarse a su grupo de teatro. Pero al enterarse de que estarían en niveles diferentes desistió de la idea. Aún así, se había hecho habitual del círculo de ella. Y ahora, si no bastaba que estuvieran siempre juntos en clase, ella se loencontraba de improvisto en fiestas o reuniones de sus amigos. Algo había de celos, porque ella encontraba molesto que sus amigos contaran con él y no con ella para según qué cosas. Evidentemente en vez de hacer una aproximación directa él trataba de hacerse amigo de los amigos de ella. Pero la maniobra era harto evidente. O sea, estaba harta.

Me preguntó por mí, porque "no sabía nada desde septiembre". Le corregí. Desde julio. O sea, desde un mes antes de romper. Toma puya: Mi, chu poins. Mua, du pua. Volvimos a hablar al día siguiente, domingo. Y me dijo que se alegraba de que no la mandara a paseo. Pero mi orgullo rumió. Y terminé haciéndolo a los dos días. Y por SMS. Ya que había roto conmigo por teléfono, yo también aproveché la tecnología de Telefónica.

Durante una semana tuvo cara de funeral en clase. No lo disimuló. Como si llevara una losa encima. A través de A. un día supe que le había parecido un buen palo. Y el capullo en mí pensó que a lo mejor debía dar marcha atrás. Le di a entender que si realmente necesitaba hablar con alguien podía contar conmigo. Pero las confianzas acabarían allí. No obtuve respuesta y un día que le insinué que esperaba una respuesta le salió la vena autosuficiente y orgullosa. No sé si fue ese día u otro, en el que terminamos hablando. Llegó el momento en que me levanté y con mi único brazo sano y disponible, me eché la mochila al hombro para irme. Tragándome mi orgullo, y ella sin nada de tacto. No fue un bluff. Me iba, e iba a ser para siempre. Irme cabreado de aquello forma hubiera estado bien. Un corte limpio. Pero me quedé, aunque no resolvimos nada. La acompañé hasta su coche en el aparcamiento. Y cuando se iba a despedir con mi brazo bueno la atraje hasta mí con su cabeza en mi pecho.
-¿Qué voy a hacer contigo?-Dije.

Días más tarde, me llevó a casa. Aparcó el coche donde siempre. Y como sería luego habitual en ella, sólo meses después de que todo hubiera pasado cayó en la cuenta de las cosas. Que perdía intentando dar marcha atrás al reloj con D. Que A. jugaba a un juego que no era la amistad. Yo sabía que no había marcha atrás. Y sólo lamentaba que las cosas no salieran cuando pudieron ser posibles. Recuerdo decirle "Dios, cuánto te quise", y dos lagrimones cayéndole por la cara. Recuerdo cómo acarició mi mano, dorso contra dorso. En aquel momento sentí más que en cualquiera de los que llegamos a estar juntos.

Cuando llegó las vacaciones de Navidad nos vimos tres veces. Todo un hito, que encontrara ese tiempo para mí. Nos encontrábamos, y todo era un rechinar de dientes reprimiéndonos las ganas que teníamos de cruzar la línea de la amistad. Alguna vez no pudimos aguantar. Pero siempre nos decíamos "ha sido un error" y volvíamos al punto de partida. Ella por sensatez y yo por orgullo. Era como correr para permanecer en el mismo sitio. Éramos simplemente amigos, pero empezamos a comportamos como una pareja. En la facultad buscábamos la compañía del otro.

El último día tras los exámenes de febrero nos fuimos a un pueblecito turístico a la orilla del mar. Lejos de la miradas conocidas caminamos por un paseo al borde del mar cogidos de la mano. Así que dar el siguiente paso, fue natural. Sufríamos la contradicción de volver a estar juntos, pero sin beneficiarnos de ello. Así que si íbamos a darle vueltas y vueltas a la cabeza...

Yo aproveché el final de los exámenes y el comienzo del nuevo cuatrimestre para darme un viaje. El día antes de irme, vino ella a despedirse. Como diría tiempo después, se moría de la envidia y quería que me fuera pensando en ella. La recuerdo sentada sobre mis rodillas, los dos en el sofá donde tenía ordenada la ropa que llevaría al viaje, por fin libres de ataduras mentales. Y recuerdo en la oscuridad, se había hecho de noche y no nos habíamos movido del sitio, la humedad de su boca.

Escrito por Lobo a las Mayo 31, 2004 11:22 PM
Comentarios

Sólo confirmarte que hay lectores al otro lado de tu blog... Triste historia la tuya, siempre son tristes las historias, no existe final feliz en las relaciones personales. Y enfurecedor el caer en errores que sabemos de antemano que lo son, cual polillas suicidas hacia una vela. Horrorosa naturaleza humana que nos permite darnos cuenta de que moriremos en ese vuelo, pero no nos permite librarnos del impulso suicida.

Escrito por J a las Mayo 31, 2004 11:31 PM
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