Abril 22, 2004

La Pasión de Cristo

No es fácil, pienso, llevar a la gran pantalla la historia de la pasión y muerte de Jesucristo. Porque a la hora de hacerlo uno tiene que plantearse qué es lo quiere hacer en realidad: si narrar una historia o intentar transmitir el dolor de una muerte horrorosa. Mel Gibson optó por lo segundo, y, al menos para mí, lo consigue con creces.

¿Demasiada violencia, sangre a borbotones, golpes por doquier? Pues sí, pero no injustificadamente.



Hay demasiadas películas sobre la vida y muerte de Jesús, y digo demasiadas porque la mayoría se limitan a contar una historia ya trillada en exceso. A mí no me transmite nada el ver a un Cristo con cara de circunstancias (expresión de dolor, cabeza levemente inclinada sobre los hombros) y un par de hilillos de sangre bajando por su cara exhortar a Dios desde una cruz en la que ni siquiera le han clavado, vestido con un taparrabos intacto y con el limpio torso al descubierto.

En cambio, Jim Caviezel, convertido en un cuerpo sanguinolento y despellejado, por muy crudo y desagradable que fuera, me hizo estremecerme, sentir el desasosiego, el dolor. Y, por las caras que vi al salir del cine, y por las innumerables personas que, aún sentadas, miraban los créditos con aire ausente y lágrimas en los ojos, puedo decir que no fui la única.

Por eso me parece que la serie interminable de golpes y latigazos, el duro ascenso al Gólgota y la escalofriante escena de la crucifixión están más que justificadas. Sin ellas, La Pasión de Cristo hubiera pasado a ser, como otras tantas, una película del montón, de las que repiten las cadenas Semana Santa tras Semana Santa cuando saben que nadie está viendo la tele.

Escrito por Narux a las Abril 22, 2004 02:52 PM
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