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Febrero|24

Gasolina barata

Tengo una mora de regalos que arrastro desde diciembre del aún cercano año pasado y ahora se suman a la deuda dos cumpleaños. La desidia (entre otras circunstancias) tiene un efecto acumulativo que termina por llevarme a la cama bañada y vestida en vez de abrir la puerta y llamar el ascensor. Vueltas y vueltas (no solo en la cama sino a lo mismo de siempre) y esa estupidez que se nos inculca desde niños llamada responsabilidad terminan por sacarme de mi lecho.

Me veo en el espejo y quedo quizá no contenta, pero sí conforme. Ya al volante me da por pasar... corrijo: merodear sería el verbo indicado, por un destino simbólico buscando toparme... mentira, no quiero toparme... la verdad no sé qué quiero y no sé qué espero ver que no haya visto ya, pero doy el giro respectivo sin alcanzar resultados (¿pero es que acaso existía la posibilidad de obtenerlos?).

Estoy al norte de la ciudad y me largo rumbo al sur. El tablero me informa que me quedan "dos rayitas" de gasolina. Hasta eso me da ladilla, acercarme a la estación de servicio y decir "full, por favor", pero me viene a la memoria una voz lejana pero inconfundible regañándome por andar con menos de un cuarto de tanque y le hago caso. Increíble que todavía logres joderme con eso mientras seguramente jodes a alguien más.

Ni siquiera tuve que decir llénelo; bastó con decir "buenas", entregar la llave y finiquitar la transacción con un "gracias". Son 3 mil 200 bolívares, pero yo le doy cuatro mil al expendedor por la cortesía de quitar la mugre del parabrisas. Aún así no llega ni a dos dólares el repostaje. Enciendo el auto sin reparar absolutamente nada en lo risible del pago.

Camino al centro comercial que tenía en mente, escojo otro. Rumbo a ese, recuerdo que tengo una encomienda por hacer en otro lugar que me queda en la vía. Absurdo, pero di unas cuatro vueltas alrededor del sitio y no terminaba de entrar al estacionamiento. "Coño, ya. Sal de eso, mijita", me digo y entro para ver cómo todos los carros se estacionan en mis narices y yo no consigo puesto. Hay más sótanos, pero yo, empecinada, quiero el primero.

Fueron 2 mil 500 bolívares por aparcarme (y encima en el sótano dos en vez del uno). Me tardé más buscando puesto que en subir hasta el lobby del Radisson y preguntar por el par de entradas para El Cigala que no compré porque ya habían cerrado la taquilla. Y no pienso en qué barata es la gasolina sino en lo caro de los estacionamientos de los hoteles. Chávez debería regularlo también. Jajaja.

Y ahora sí, continúo hacia mi fin último: Plaza Las Américas; y llego hasta él, pero entonces pienso que ya son las siete, que las tiendas cierran a las 8 y que francamente no tengo ganas de comprar nada, así que en el extremo sur de la capital, decido que mejor me regreso a mi centro, pero agarrando un poco de norte antes, aunque sea sólo geográficamente hablando.

Son las 10 y pico y no fui, por falta de presentes, a la tercera sesión etílica de los últimos tres días. Son tres también los Belmonts que llevo en mis pulmones y va por la segunda vuelta la selección de "Calamaro-Vicentico-Miguel Ríos-La 5ta Estación-Hombres G y bonus track de Julieta Venegas" que tengo convenientemente a mano en el Windows Media Player. Pienso en esa travesía inútil de hora y media por Caracas y solo se me ocurre concluir "¡qué bolas tiene Chávez de decir que en Venezuela se despilfarra la gasolina y querer aumentarle el precio!"

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