Estación: claridad

Abril 09, 2004

El hombre está hecho para poder volar

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La torre de la inmensa catedral de Ulm, en Alemania, es la aguja más elevada existente en el mundo: ciento sesenta metros de altura. Setecientos treinta y ocho peldaños de piedra llevan hasta la cima. Si intentas llegar hasta arriba y todavía conservas el resuello y eres capaz de contemplar algo, tu mirada se detendrá sobre todo en dos accidentes que sobresalen del resto: las colinas situadas al pie de los Alpes bávaros, al sur de la ciudad, y los escarpados farallones que dominan el Danubio, por el Este.
Aquí vivió a finales del siglo XVI Hans Ludwig Babblinger. Fabricante de miembros artificiales, era un artesano dotado de una rara habilidad que gozaba de una cierta fama local debido a su cualificación. Y como la amputación era el remedio común de enfermedades y heridas, se trataba de un hombre muy ocupado. Mientras sus manos trabajaban, tenía a menudo la cabeza en cualquier otra parte. Babblinger era uno de aquellos que imaginaba que algún día llegaría a poder volar.
A su debido tiempo hizo uso de sus habilidades y de sus sueños, así como de los materiales que tenía en el taller, para fabricar alas. Y como la suerte hay que buscarla, decidió probar sus alas en las colinas situadas al pie de los Alpes bávaros, donde abundan las corrientes de aire ascendente. Un día, un día maravilloso, en presencia de testigos de confianza, Hans saltó desde una colina elevada y llegó sano y salvo al pie. ¡Sensacional! ¡Babblinger podía VOLAR!
Cambio de tiempo y de escenario. Estamos en la primavera de 1594. El rey Luis y su corte venían de visita a Ulm, y los mandatarios de la ciudad quería dejarle gratamente impresionado. 'Podemos hacer que Hans Ludwig Babblinger vuele para el rey.' Buena idea.
Desgraciadamente, y debido a la obligación de acomodarse las conveniencias reales y de los habitantes de la ciudad, Babblinger eligió los cercanos escarpes que caen sobre el Danubio para su exhibición. Aquí la corrientes de aire son descendentes.
Llegó el gran día. Músicos, el rey y su corte, los dignatarios de la ciudad y miles de gentes del común se reunieron junto al río. Babblinger se situó sobre una plataforma colocada en la parte más elevada de las escarpaduras rocosas, tomó impulso, se encogió y se lanzó al aire.
Y cayó al río como una bala de cañón.
No fue bien la cosa.
El domingo siguiente, desde el púlpito de la gran catedral, el obispo de Ulm citó a Babblinger por su nombre a la hora del sermón y le avergonzó públicamente por su pecado de orgullo.
'EL HOMBRE NO ESTÁ HECHO PARA VOLAR', afirmó con voz tonante el prelado.
Humillado por la ira acusadora del obispo, Babblinger salió de la iglesia, se fue a casa y nunca más volvió a aparecer en público. Murió poco después.
Con las alas, los sueños y el corazón rotos.
Cada vez que viajo en avión, me viene a la cabeza Babblinger y el obispo de Ulm. Desde la ventanilla del avión observo, empequeñecidos, pueblos, bosques, ríos, ... Cómo me gustaría llamar a Hans Babblinger para que saliera de su tumba y tomara asiento junto a mí, y decirle: 'Mira, mira y no te avergüences. El hombre está hecho para poder volar.'

Escrito por Ricardo B. en Abril 9, 2004 03:11 PM
Comentarios

Muy buena historia. Te lo he dicho en algún comentario anterior, no sé si hoy mismo, pero te lo repito: qué bien que te lo estás haciendo.
Un saludo!

Escrito por: odyseo en Abril 9, 2004 06:00 PM
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