Ana Caína por la tangente: Junio 2003 Archives

Junio 29, 2003

Junio 23, 2003

Autolesiones.

Ah, finalmente ha sucedido. He levantado la mano contra mí misma, y mi otra mano se puso en medio. Yahvé, en las alturas, se lleva las manos a la cabeza y por una vez se alegra de que uno de sus descendientes se autoinflija dolorcete, pues al menos es divertido verme subir corriendo a casa de la vecina prometiendo rezar todas las noches el jesusito de mi vida y haciendo serios juramentos de no volver a pensar en el suicidio nunca más (y empezar a cortar sandía en sentido contrario a mi vientre).
He podido disfrutar de momentos inolvidables, rozando lo glorioso, al salir a por azúcar y permitir al mundo (representado por dos dependientes de gasolinera y un grupo de domingueros con gorras y bañador) asistir a mi renacer. Por unos minutos estuve a punto de coger el ascensor a los avernos; no obstante mi entereza y fuerza de ánimo me ayudaron a superar el peligro, no alcanzando los horribles rigores de la muerte a mi dulce rostro de pan cateto. Cuando Alfonso extendió el betadine sobre mi herida sangrante un coro de angelotes enormes se descolgaron del techo con carteles y racimos de uvas y gorros de leñador, y me anunciaron entre cánticos divinos,y patrocinados por Leroy Merlín,que era perdonada y una nueva vida apenas sin estrenar, con pocos kilómetros y en muy buen estado me era regalada. Aunque no domino el italiano sé que fue eso lo que venían a decirme en melodioso alborotar, porque leí los subtítulos. Tras el intermedio sinfónico mi herida fue sellada con un trozo de venda y un esparadrapo que no me quitaré jamás, para tener un recuerdo del primer instante de mi nueva vida.
Hosanna, hosanna en las alturas, y paz en la tierra a los hombres que aman a su vecina del séptimo y la socorren cuando ésta descubre que lo que su madre llama "botiquín" es un tupperware de plástico con dos tiritas y un bote de mercromina pasada de fecha.

Expresado por Ana Caína a las 08:10 PM | Comments (18) | TrackBack

Junio 21, 2003

Mucho calor.

Perdonen los que sean la tardanza de una servidora de sí misma en volver a estos terrenos cenagosos del blogear. La causa de esta demora es que he pasado una semana y pico reorganizando y levantando una nueva estructura hogareña con la finalidad única y exclusiva de trasladar el ordenador a la parte de abajo de mi congelador, donde paso ahora mis días y mis noches, redactando bellos poemas sugeridos por las musicales palabras de que constan los ingredientes de los palitos de merluza.
Gracias a las temperaturas he descubierto que, al igual que en toda guerra, crisis o conflicto internacional, la gente está más sensible y dispuesta a dar y recibir cariño; eso pueden atestiguar los tres fornidos mozos de carga con los que compartí ascensor la otra tarde. Ah, cómo expresarlo, mis queridos lectores...Esos goterones de sudor resbalando desde el mentón sin afeitar de los donceles, describiendo interminables surcos que continúan por debajo de sus prietos petos y camisetas mojadas de Marlboro...Nuestros cuatro pares de pulmones compitiendo en encarnizada lucha por acumular el máximo oxígeno posible...Las sensuales palabras que de sus labios carnosos de hijos de Adán surgían ("Es...No sé...Otro café"). También compartí uno de estos momentos de recalentamiento ascensorial con la abuela del once, y voto a tal, cierto es eso de que la edad está en el interior, si la belleza y los tumores le dejan espacio. La anciana debía tener unos dieciséis años internos: lista pues para ser pervertida por una moza cutre y con una camiseta de Minicaca de quien no daré más datos.
Y no, no confundan mi relato con un evidente contenedor de suciedades calenturientas producto de una mente enferma y dada a las fantasías sobre bollycaos y donuts; acháquenlo únicamente al calor y a las fechas, pues según mi reloj biológico entramos en la etapa de furor sensual caínico. La hembra cainal se prepara para la época refocilística asumiendo de una vez por todas que éste será otro maldito verano más de hincar mucho el diente, y a cosas únicamente comestibles (no me presten atención los posibles antropófagos que estén leyendo esto). Otro verano más de mirar carnes irisadas, ires y venires, dimes y diretes de muchachotes playeros sin camiseta y aceitados [...]
Ni caso de los anteriores desvaríos. Es que es...No sé...Otro verano. Demonios.

Junio 13, 2003

Junio 09, 2003

Superchacha.

Hermanos, hoy es un día como importante. Es el tercer día de esta semana que paso de limpiar este cuarto, y creo que tengo suerte porque gracias a eso mi piso será el único del bloque que tenga lavadero o cuarto de estar y dejar la basura. Siempre he dicho que esta habitación podía llamarse "cuarto de esparcimiento", si bien con lo de esparcimiento no era demasiado literal. Pero ahora sí; esparcidos sin duda están esos trapos del polvo, esas ballerinas que no bailan (como los chee.tos) y esos botes de colorines de olores tan insinuantes y adictivos a los que acerco mi napia de hamster en estas horejas de la tarde. Sus nombres evocadores ("Desengrasante", "Limpiacristales", "Ácido corrosivo irrita las vías respiratorias") me traen a la memoria otros tiempos, otras épocas ancestrales en las que mi entidad materna me ataviaba con un bote raro de limpiar la madera (en la etiqueta no ponía nada, sólo un logo jevi de una calavera) y se marchaba tras echar las dos vueltas de llave, dejándome sola en respetuoso gesto. Supongo que era una prueba necesaria para pasar de niña a en'soperra que todas las féminas de mi familia han ido superando generación tras generación; el ritual tribal de las Mezcua, y me habían dado la vez. Tras el rito, la conciencia, y tras la conciencia, el agradecimento familiar por haberme dado la oportunidad de demostrar mi valía como miembro del clan, que me acredita para hacer un montón de cosas importantes que antes de pasar la prueba me estaban vedadas: derecho al regateo en mercadillos, acceso a la biblioteca culinaria de mi abuela, deber de coleccionar menaje extraño de cocina.
Evolution.gif
Desde luego, comencé preparándome pronto, como pueden observar en el documento gráfico. Ya desde mi más tierna animalidad adquirí la pose orgullosa y guerrera de Mezcua en prácticas chachiles, y a través de los años, a medida que iba limpiando, fijando y dando esplendor , me fui perfeccionando hasta alcanzar la gloria, que viene dada por la extraña costumbre de repetir siempre, cuando alguien viene de visita, las palabras mágicas: "Tengo la casa hecha un desastre".
Armada con el plumero y el limpiacristales me erigiré en poderosa heroína, luchando contra las fuerzas ésas llenas de marcas de dedos en la ventana y de asteriscos de pelo rulantes por el pasillo. El deber me llama, y si me hago la Bergman puede llamar mi tía y ponerse a hacer preguntas de las suyas, aparentemente inocentes pero cuyo fin verdadero es saber cuándo fue la última vez que limpié.
"Polvo eres y en polvo te convertirás"...¿Cuántos muertos pueden haberse colado por mi ventana en estos tres días?

Junio 08, 2003

Odio dominical.

¡Cómo teodio,
cómo teodio!
Odio, Peor impossible.

Pues sí. Me he levantado con ganas de fornicar la cerda, hablando mal , pronto y al estilo granjero. Nada más incorporarme en mi lecho lleno de migas de galletas noté esa sensación cosquillosa y retozona invadiendo todo mi ser. Primero pensé que podía tratarse de mi líbido, que había regresado después de seis años sin saber de ella. Luego me di cuenta de que no, porque pensaba en uniformes azules y en barbas bismarckianas y no notaba ninguna reacción especial. Así descubrí que se trataba de odio. Ese odio simpático y desinteresado, general, que a menudo siento por temporadas.Instantáneamente me alegré, y corrí a cubrirme con una túnica de esparto (que tuve que sustituir por una camiseta y un pantalón, porque la túnica la recorté para usarla de toalla exfoliante) para ir a sacar la basura y tener oportunidad de cruzarme con alguien a quien insultar/agredir/pellizcar la nariz haciendo ruidos raros.
Tuve suerte. Nada más traspasar la puerta de mi domicilio me encontré, esperando el ascensor, con mis vecinas mariplayeras. Iban como de costumbre cargadas con sus herramientas habituales de trabajo; el Hola, las silletas, las esterillas y las gafas de sol punchipunchísticas (o pastilleras). Para completar llevaban un radiocassette cargado, seguro que con cinta de Chayanne o Luis Miguel, y un extraño aparato cuyo fin es sin duda pernicioso: seguramente una máquina automática de hacer tortilla de patatas o un horno portátil destinado a potenciar los efectos del sol sobre sus carnes gallináceas. Las miré mal, pero ellas no se dieron por aludidas. En vez de experimentar un odio recíproco, como cualquier persona educacada hubiera hecho en tal situación, se dispusieron raudas y crueles a intentar introducirme en su secta dominguera haciendo preguntas de mal gusto que me escandalizaron y alas cuales obviamente no contesté.
Ya abajo y frente al contenedor me fumé un cigarro. Como no quería levantar sospechas y pretendía que nadie supiera que mi fin último no era tirar la basura, sino odiar lo máximo en el menor tiempo posible, me puse a silbar entre dientes mirando disimuladamente a los transeúntes de reojo mientras balanceaba mi agresivo llavero de Shit happens con un movimiento muñequero sensual. He de reconocer que los transeúntes, no obstante, eran pocos. La gente tiene la mala costumbre de comer siempre de dos a tres de la tarde, en vez de salir a ser odiados por mí, comportamiento que juzgo totalmente carente de lógica y sentido. Pero al menos pude lanzar mis rayos despectivos a un fashion despreciable que salía de mi bloque para seguramente ir a hacer alguna cosa reprobable e ignominiosa, como ir a ensayar con su grupo popero modernil o dirigirse a la playa a fumar cosas raras detrás de una roca. El fashion era totalmente grotesco; hubiera pasado fácilmente por un componente de Spiritualized. Camiseta envejecida made in tienda in, vaquero desteñido ultratirado y pelucón que seguro había estado despeinando convenientemente ante el espejo durante unas tres horas, ayudándose de todo el kit de L'Oréal disponible. Me dedicó una ojeada en plan "oh, la loser del séptimo" (así es como ellos se expresan) y me dio el móvil perfecto. Le estuve odiando casi un cuarto de hora. Me clavé las uñas mordidas en la palma de la mano del placer sevicioso que me causó. Estuve a punto de echar a andar con él y ponerme a cantarle al oído Cordero de Dios. Pero me daba pereza y mi calzado no era el conveniente, así que me contenté con un odio sencillo y simple, sin pretensiones.
Después del fashion pasó una abuela pero no me salió odiarla. Además estoy segura de que de haberlo hecho la dama no se hubiera enterado. Es una de las cosas que comparto con las abuelas, no soy capaz de saber si alguien me odia visualmente a no ser que el individuo en cuestión se halle a menos de un metro de distancia.
Estuve delante del contenedor casi tres cuartos de hora. No pasaba nadie. Odié a un par de perros que recorrían las aceras a saltitos, pero me ignoraron con esa elegancia que caracteriza a los cánidos, haciendo como que no me veían.
Luego ya me decepcioné; estaba claro que no era el día apropiado para salir a odiar. Me subí a casa y pasé el resto de la tarde dormitando en el sofá, con una mirada soñadora clavándose en el infinito y más allá, mientras pensaba en todas las personas odiosas que no conoceré y que seguramente en ese mismo instante estaban pensando en alguien como yo, alguien cutre y antipático que las supiera odiar como ellas merecen.
Algún día nos encontraremos. No pierdo las esperanzas. Las marcas de mis dientes merecen un emplazamiento digno, como los codos de intelectualillos baratos.
No me rendiré.

Junio 06, 2003

Paseos inconclusos.

¿Alguna vez han visto a una tipeja con vestido de flores de cuando sus abuelas no se teñían caminando por la calle con gesto vacuno y enfurruñado? ¿Una tipeja que fumaba sin parar y que miraba a todo el mundo con expresión despectivo-agria-desconfiada? No era yo posiblemente. Pero estoy convencida de que se trataba de una mujer extremadamente interesante y con una gran personalidad por su leve y lejano parecido conmigo.
Hoy la insigne ciudad de Málaga ha tenido de nuevo el privilegio de verme perdida por sus calles. Enfadada y nerviosa, le di el toque asalvajado a ese extraño lugar poblado por horizontales anónimos y quinceañeras vestidas como si fueran madres de gente indeseable. Pero en realidad disfruté mucho; me encontré con una antigua conocida que se comportó como mis primas en las bodas. "Este es mi novio"-dijo. Y añadió:"¿Tienes novio?". Supongo que lo preguntó porque, como toda mente bienpensante e inocente, prefirió achacar mis ojeras de película muda a demasiadas noches movidas y jubilosas en vez de intentar recordar con quién estaba hablando y darse cuenta de que la razón de mi degenerado aspecto era que no había cambiado demasiado desde la última vez que nos encontramos, aquel remoto día en que dormí en la estación de Fuengirola porque la mozuela no me podía ofrecer una cama ni una esterilla en el suelo del amplio chalet que compartía con su mater y un par de perros.
Gracias a este agradable encuentro, que me proporcionó unos breves pero intensos minutos de reflexión jocunda sobre mi patética e insoportable juventud, llegué tarde al supuesto encuentro vertical que la noche en principio me reservaba. Luego la noche cambió de parecer;no vi a los verticales. En vez de eso se me pegó un borracho mientras volvía al redil, un tipo que se llamaba Juan o Julián y que me planteó todas las cuestiones que catalogo como "Frases típicas para iniciar conversaciones en paradas de autobús". Interesantes y agudas preguntas como "¿Tienes hora?", "¿Me das fuego?", "¿Llevas algo debajo del vestido?" y similares.
Acabé el inolvidable paseo donde siempre (en la gasolinera). Allí compré una botella de Coca-cola y un paquete de tabaco. Repetí todas las preguntas que me había hecho el borracho, por hablar con alguien. El tipo detrás de la ventanilla me miró pausadamente. Volvió la cabeza como si estuviera preparándose para escupir en el cristal y demostrarme así su simpatía, según el ritual de demostrarse simpatía del puercoespín canadiense. Pero no. Me preguntó si tenía diez céntimos sueltos, y luego se puso a desordenar estantes para volver a ordenarlos y hacerme ver que, a pesar de que le encantaría departir conmigo sobre una amplia gama de temas, en ese momento tenía mucho trabajo.
Ahora ya estoy demasiado cansada para salir otra vez. Me tomaré un nutritivo vaso de Coca-Cola con Mistol y después, si me animo, me llegaré a la estación. Seguro que allí encontraré alguien con quien hablar. Incluso con quien dormir. No tengo más que llevarme mis propios cartones.
Such a perfect night...