Tras una S.S más bien penosa me ha sido beneficioso un fin de semana en compañía de alguien más aparte de Alfred y el vecino que enciende la luz de su cocina –enfrente de la mía_ de dos a siete de la mañana. El sábado tuve reunión en casa de las vocales; comimos tortilla, vimos fotografías siniestro-rurales y, para redondear la velada, llevamos a cabo un intento de sesión de espiritismo que no salió bien ni mal; un vaso que se movía, tres dedos temblorosos en el borde y un espíritu extranjero/borracho/analfabeto poco dado a responder algo con sentido a las originales preguntas del Niño de Basti (“cuando estabas vivo, ¿qué era lo que más te gustaba hacer?”) más propias de un voluntario en el geriátrico que de un “médium”.
El domingo también fue entretenido; lo pasé en el sofá de Numeritos viendo chinas escayoladas en ropa interior y comiendo una sopa exótica con setas.
Quién me iba a decir a mí en mis años tiernos que algún día tendría actividades sociales o incluso que alguien me dejaría entrar en su casa gratis, para cenar gratis. Prueba superada.
Me han traído los verticales de Tomelloso un libro que espero supla las clases de educación sexual que no recibí en los años que era menester. El manual, sencillo, completo y actualizado, da las claves necesarias para llevar una dieta sentimental sana, rica y variada, mientras narra los avatares de una audaz princesa que intuyo se acerca más en sus costumbres a Estefanía de Mónaco que a la propia Blancanieves.
Como observo en las viñetas, la moza está más acostumbrada a hacer las cosas que a echarlas, o las echa con la respiración tan entrecortada que cualquier hache airosa le viene bien.
Entre esto y la guía de Florita voy a terminar mis años de formación de una manera excepcional, saliendo dispuesta a hincarle el diente a la vida convertida en toda una mujer de mi tiempo.