Viernes 31 de Octubre del 2003

PEDAZO DE LEVIATÁN

(...) Siempre me asombraba la rapidez con que trabajaba, su habilidad para pergeñar artículos bajo la presión de las fechas fijas, de producir tanto sin agotarse. Para Sachs no era nada escribir diez o doce páginas de una sentada, empezar y terminar todo un artículo sin levantarse ni una sola vez de la máquina. El trabajo era para él como una competición atlética, una carrera de resistencia entre su cuerpo y su mente, pero puesto que podía abatirse sobre sus pensamientos con tal concentración, pensar con tal unanimidad de propósito, las palabras siempre parecían estar a su disposición, como si hubiese encontrado un pasadizo secreto que fuera directamente de su cabeza a la yema de sus dedos. "Escribir a máquina por dinero", lo llamaba a veces, pero eso era solamente porque no podía resistir la tentación de burlarse de sí mismo. Su trabajo nunca era menos que bueno, en mi opinión, y con mucha frecuencia era brillante. Cuanto más le conocía, más me impresionaba su productividad. Yo siempre he sido lento, una persona que se angustia y lucha con cada frase, e incluso en mis mejores días no hago más que avanzar centímetro a centímetro, arrastrándome sobre el vientre como un hombre perdido en el desierto. La palabra más corta está rodeada de kilómetros de silencio para mí, y hasta cuando consigo poner esa palabra en la página, me parece que está allí como un espejismo, una partícula de duda que brilla en la arena. El idioma nunca ha sido accesible para mí de la misma forma que lo era para Sachs. Estoy separado de mis propios pensamientos por un muro, atrapado en una tierra de nadie entre el sentimiento y su articulación, y por mucho que trate de expresarme, raras veces logro algo más que un confuso tartamudeo. Sachs nunca tuvo ninguna de estas dificultades. Las palabras y las cosas se emparejaban para él, mientras que para mí se separaban continuamente, volaban en cinco direcciones diferentes. Yo paso la mayor parte de mi tiempo recogiendo los pedazos y pegándolos, pero Sachs nunca tenía que ir dando traspiés, buscando en los vertederos y los cubos de basura, preguntándose si no habrá colocado juntos los pedazos equivocados. Sus incertidumbres eran de un orden diferente, pero por muy dura que la vida se volviese para él en otro sentido, las palabras nunca fueron su problema. El acto de escribir estaba notablemente libre de dolor para él, y cuando trabajaba bien, podía escribir las palabras en la página a la misma velocidad que podía decirlas. Era un curioso talento, y como el propio Sachs apenas era consciente de él, parecía vivir en un estado de perpetua inocencia. Casi como un niño, pensaba yo a veces, como un niño prodigio jugando con sus juguetes.
Escrito por J.E.L.
Comentarios

Y un buen día, el amigo Sachs reventó...

Me encanta contar el principio.

Comentado por GOLLUM

Es fácil, porque Auster lo cuenta en la primera página... :P
Mejor contate el final. ;)

Comentado por MATRIX
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