Martes 08 de Junio del 2004

FINAL DE METRAJE

En cada lugar, caerás.
Si nadie te abraza, lo harás.

(Los 7 Delfines - Tu orden)

Me acuerdo de que la lluvia te mojaba, y vos la sentías a través de la tela de ese vestido corto y celeste, como veteado de nubes. Era el mismo que habías usado a veces, para disfrutar las caricias del sol. Pero ahora era la lluvia que te mojaba, y entonces vos levantabas la cabeza; de cara hacia el cielo, cerrabas los ojos, abrías la boca, extendías los brazos y te convertías en una cruz. Una cruz que por el agua se dejaba acariciar.
Pero no estabas feliz. Y tus lágrimas se mezclaban con las gotas de lluvia, en una comunión que iba resbalando lentamente por tus mejillas.

Yo te miraba llorar, acurrucada junto a tus plantas. Tu jardín del balcón, que con tanto amor habías regado, cuidado, acomodado y contemplado durante esos años. Te miraba, cuando acariciabas las hojas de las plantas y les hablabas, repentinamente cercana al mar, con palabras silenciosas y dulces. Pero ellas no entendían. Porque vos te ibas a ir y no podías llevarlas con vos; porque las plantas, decías, son hijas de la tierra que las vio nacer y crecer. Y estaban destinadas, algún día, a morir en ese lugar. No como nosotros, criaturas errantes, extraños seres que se dedican a deambular por los días y por las noches, en ciudades infestadas de tinieblas, en antros de la perdición, en parques tapizados por el crujir de las hojas secas en otoño... No como nosotros, que nos dedicamos a vagar, errantes criaturas dotadas con el don o la maldita tortura del movimiento... No como nosotros, condenados a vagabundear de acá para allá, en buscad e algo que no conocemos y se nos vuelve siempre esquivo. Y cuando finalmente creemos haber hallado un cierto asentamiento, éste resulta de una realidad ilusoria... y así debemos emprender, una vez más, la marcha que nos conduce a otros lugares y otras gentes.
Y vos ya sabías que lo que buscabas se encontraba más abajo, más profundo. En realidad, te habías dado cuenta de eso la tarde que una viejita del sexto (ya se sabe de lo que son capaces las víboras) te contó la historia final del anterior ocupante del departamento, ¿te aocrdás? El que había fallecido por culpa de algunos tornillos flojos en la baranda de tu balcón. Sin embargo, en aquel entonces no le diste demasiada importancia a su advertencia velada... aunque algo en esas palabras te había indicado un camino posible.
Ahora, poco a poco, y hablando todavía con tu jardín, te encaramabas a la baranda y al borde del balcón. Entre sollozos mirabas hacia abajo, a la gran avenida y su desfile de automotores y gente. Y de repente, empezabas a reírte, porque te acordabas de algo que habías leído sobre el aplastamiento de las gotas, que era como un suicidio desde el borde. Pero un suicidio involuntario, a veces, que siempre terminaba en un sonoro plaf, con la redonda complicidad de la gravedad. Y vos te veías en esa situación, una entre miles de gotas que pedían caer hacia su destino. Era seductor.
Y yo, aunque vos no podías verme ni saberlo, yo te miraba y tenía ganas de abrazarte y decirte que partir no implicaba morir; que ya volverías a disfrutar de un jardín... pero no podía hacer nada mientras te despedías de tus plantitas y les decías que ibas a buscar, por fin, tu lugar, tu tierra, tu reposo, un lugar donde volver a nacer y crecer; porque, en el fondo, vos eras como ellas, una hija de la tierra. Por más que a veces te movieras, como deberías hacer ahora para desplazarte y llegar a ese centro que anhelabas.
Y entonces, yo miraba, con los ojos muy abiertos y una muda protesta, cómo tus manos soltaban esa baranda (que esta vez sería inocente). Y tus pies sentían, la última vez, esa levedad que constituye el vacío... como las manitas de las gotas en movimiento.
Y te reías, y llorabas... de pura felicidad.
Seguramente, la brisa te llevó mis palabras: Adiós, gotita, adiós.

Y el inocente niño que caminaba por la vereda de enfrente, ese niño que se resistía a cobijarse bajo el paragüas protector que le ofrecía su madre, te vio también, y exclamó: ¡Mirá, mamá! Un ángel está cayendo del cielo.

Escrito por J.E.L.
Comentarios

Como siempre, me encanta leerte.

Comentado por Marisu

Marisú: Se agradece. =)

Comentado por JEL

De pura casualidad entré en esta página y me encontré con un cuento que me abrió violentamente el alma y me la abrazó...
Oportuno, elocuente, inefable, mágico y tierno...
Muchas GRACIAS....

Comentado por Jazmin
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