Viernes 17 de Enero del 2003

FINAL FELIZ

Empecemos por el final. ¿Verdaderamente hay, en Tolkien, lo que se dice un "final feliz"? Desde la lógica del cuento de hadas, esto es, alcanzar el objetivo de la aventura, pues sí que hay un final feliz. Pero vayamos un poco más al fondo: los elfos abandonan la Tierra Media, y con ellos los magos, los hobbits que tomaron contacto con el Anillo y casi todas las demás criaturas fantásticas. La Tierra queda a merced de los hombres que, no lo olvidemos, "ante todo desean el poder". En definitiva, si bien "los malos se llevan la peor parte" (¿deberíamos incluir a Gollum entre "los malos"?), el Mal en sí, sin encarnarse en nadie, termina prevaleciendo. De hecho, ya había ganado antes de que la última batalla se hubiese librado. Los elfos abandonaban la Tierra Media porque su tiempo ya se había cumplido, no porque Sauron los echara. Aún antes de que el malvado se hiciera poderoso, todo aquel mundo maravilloso estaba inexorablemente condenado a terminar . Podía hacerlo de mejor o peor manera, pero acabaría.
Porque ALGO había ocurrido antes de Sauron, antes del Anillo y antes de muchas cosas. Algo ya había marcado el destino del mundo y había quedado olvidado por una suma grande de otras cosas que fueron ocurriendo. Todos olvidamos, por un instante, aquél acto antiguo. Pero ahí está, dando sus últimos coletazos en el medio de la gran batalla. Sin embargo, el final, el verdadero final, no es producto de ninguna de las cosas que ocurren en el transcurso de El Señor de los Anillos.
Entonces, si bien es cierto que nada sucede porque sí, no creo que todos "deban rendir cuentas" ni "atenerse a las consecuencias". Esto suena a Justicia divina, al Gran Hacedor. Prefiero pensar que, con cada uno de sus actos mundanos, los peronajes (y las personas) van tejiendo lentamente su destino final: algo hecho hoy, puede tener consecuencias diez (o veinte, o tresceintos) años más adelante.
En la versión tolkineana de este proceder, pareciera que los actos de "los malos" terminaran conduciéndolos al mismo final que el de todos los "malos" de hollywood (así, con minúsculas), es decir, acabar muertos y enterrados. Pero en la versión "real", la de nuestra vida diaria, cada pequeño acto forja nuestro destino de maneras impredecibles, sin que Tolkien pueda salvarnos... o eliminarnos.
Quizás por eso invocamos tan seguido al azar: las consecuencias no predichas de actos menores se nos asemejan a antojos de la suerte. A su vez, hacemos tantas cosas por día que jamás podremos controlar todas y cada una de las derivaciones de todas y cada una de nuestras idioteces. Pero, por sobre todas las cosas, con el correr de los segundos, el objetivo de nuestra vida tiene menos influencia de la que mi estimada matriz nos quiere señalar. Nuestro "objetivo" es sólo el motor de la máquina, la zanahoria del burro. Es lo que nos hace mover, pero nada más...
Todo es construcción, es verdad, pero no la perfecta construcción del arquitecto, dirigida con conciencia y siguiendo un plan divino; no, es la anárquica construcción de una ciudad, con sus casas sumándose sin control en torno a un eje desaliñado, con sus calles retorcidas diseñadas por el devenir del tiempo, con su desorden natural.

Nada sucede porque sí, todo es construcción pero... ¿dónde está Tolkien para darnos un final feliz?

Escrito por GOLLUM
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