Lunes 02 de Agosto del 2004

EL VISITANTE (Parte 2)

Desde muy pequeño, el universo de los libros ejerció su fascinacion sobre mí. Mi vida se vio acompañada por la capacidad de asombrarme y dejarme atrapar por cada nuevo libro que caía en mis manos. Siempre fui un lector voraz y atento, principalmente de ficciones. Y en el pueblo donde nací, donde vivo y donde espero morir, con la sabiduría que otorgan los años que no pasan en vano; en ese pueblo había un lugar que estaba lleno de ficciones, aventuras, romance, intriga, suspense, terror, horror, humor... en fin, todo lo que se encuentra en los libros, por muy malos que sean a veces. Era la biblioteca, situada exactamente frente a la plaza del prócer.
No recuerdo cuándo había empezado a visitarla, pero sí estoy seguro de que la biblioteca del pueblo era mi segunda casa. En los últimos años, antes de los sucesos que me llevaron a ser esto que soy ahora, pasaba las tardes, y a veces el primer tramo de las noches, devorando los volúmenes que se añejaban sin prisa en los muchos e incontables estantes de la biblioteca. La mayoría de las veces, la anciana que atendía el mostrador, y que se encargaba de asesorar a los ocasionales lectores, permitía que volviera a mi morada con algún texto de inestimable valor. Porque reconocía la devoción que mi persona profesaba hacia sus tesoros. Esa confianza se fue construyendo y afianzándose a lo largo de los años, a medida que me convertía en el único lector que se apersonaba prácticamente a diario en el recinto. Así, a lo largo de una cantidad imprecisa de años, fui el depositario absoluto de su confianza.

A cualquier otro individuo le impedía retirar libors más allá del espacio destinado a la lectura. En mi caso, por el contrario, repetía una y otra vez sus recomendaciones de cuidado, responsabilidad y puntualidad en la devolución, y me armaba un primoroso paquetito que yo regresaba a su hogar en la fecha fijada por la señora bibliotecaria.
Todo marchó de maravillas durante mucho tiempo. Hasta esa tarde fatal, cuando me llegué ante el gran portón enrejado del reducto literario par excellence y... lo encontré cerrado. Ningún cartel, ninguna notificación. Nada aclaraba la causa del inesperado acontecimiento. Y nadie supo darme una razón. Como yo, muchos desprevenidos detuvieron sus pasos ante la brillante reja azabache y, tras un lapso de espera variable, según pude observar, se marcharon en medio de murmuraciones; algunas, de dudoso gusto.
Fui yo el único que permaneció toda la tarde, hasta la irrupción de la noche, junto a la puerta. Abrigaba la secreta esperanza de que la bibliotecaria hiciera acto de presencia de un momento a otro. Sin embargo, pese a toda mi fe, nada sucedió. Finalmente, debí abandonar la silenciosa mole que albergaba en sus entrañas tantos títulos todavía inexplorados por mi vista. Me marché, sí, resignado ante la evidencia de que la anciana no iría ese día. La primera vez en muchos, incontables años.
Pero, ¡ay!, no la última...

A lo largo de los siguientes tres días, la escena de la llegada ante el pórtico y el hermetismo de éste se repitió, siempre con idéntico resultado: tras varias horas de angustiosa espera, nadie acudió a abrir la puerta. Nadie allanó el camino hacia las aventuras y los saberes que aguardaban más allá, invisibles a las miradas tras los discretos cortinados que protegían los ventanales.
fue entonces cuando me convencí de que algo funesto había sucedido con mi vieja amiga. Tomé la determinación de averiguar el motivo de sus reiteradas ausencias, y decidí hacerle una visita, a fin de interiorizarme sobre la cuestión. Sin embargo, no tenía la más remota idea de dónde moraba. Con seguridad, su domicilio estaría emplazado en la vecindad, pero ninguna de las muchas personas que consulté consiguió darme precisiones sobre su paradero. Abatido, regresé a mi hogar...

Escrito por J.E.L.
Comentarios

Me gustó el texto, pero me hizo poner melancólico por los años en que boludié sin que leer nada, además me hubiera gustado nacer en un pueblo y ahora no voy a poder dormir pensando que le pasó a la tierna ancianita que me cayó genial, no como la biblotecaria de mi secundaria que era una vieja borracha.

Comentado por Mau

Mau: No te fíes de las ancianitas tiernas en apariencia. siempre hay algo más que ignoramos hasta que se nos revela demasiado de pronto. ;)

Comentado por JEL
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