12 de Septiembre del 2007

Vivo sin memoria

Opción 2: «Me gusta lo que dices, pero no sé cómo te llamas.»

Leer es uno de esos placeres mundanos, y humanos, que me gusta practicar con extraña moderación. No muy largas temporadas alejado de la lectura van seguidas de jornadas de absoluta devoción. Suelo pensar que «esta vez sí, esta vez creo que no lo voy a dejar.», y no voy a aplicar una excepción esta vez. Creo firmemente que nunca dejaré de leer.

(Dejando a un lado los manuales científico-prácticos que a diario leo, consulto y memorizo.)

Además de la evidente riqueza que aportan los conocimientos, sentimientos y sueños de personas que se han sentado (posiblemente), han cogido un lápiz (posiblemente) y han narrado lo que y como su imaginación (probablemente) les ha dictado, además de todo eso el proceso de lectura es una relación recíproca de imaginación. Al igual que el mar entra en el río y el río en el mar, el lector escribe y el escritor lee.

No es ahí a donde quiero llegar. Es la naturaleza del lector la que me intriga. En mis días en el mundo he conocido a muchas personas que leen, que dicen que leen y que pasan páginas «como leyendo». Lo mismo es aplicable al cine, a la escultura y a tantas otras corrientes artísticas que atraen mis pasos, pero para ilustrar la idea me ceñiré a los lectores.

Muchas veces me encuentro con estas situaciones. (Diálogos basado en hechos reales entre el humano variable XXX y el humano YO):

XXX- ¿Qué lees?
YO- Un libro, no recuerdo el título
XXX- ¿De quién?
YO- Pues ni idea de como se llama el autor
XXX- Yo estoy leyendo *A* de *B*

XXX- ¿Has leído a *C*?
YO- Ni idea
YO- Estoy leyendo a... a... ¿Herman Hesse? ¿puede ser?
XXX- Vaya, es muy triste. Su padre, un presbiteriano severo... [bla bla]

Siempre que me encuentro con estas experiencias me sorprendo ignorando las inexpresivas palabras de XXX con una recurrente duda: ¿Cómo es posible que memorices datos concretos de un libro y a la vez haberlo sentido?

Hace unos días terminé de leer un libro que hablaba sobre los diferentes aspectos de la mente y es ahora cuando veo la raíz de mi tan conocida «mala memoria». «Todo intento de sentir de forma pura un libro erradica por completo cualquier posibilidad de que sea almacenado como un manual en mi poco gratificante memoria racional.», así podría resumir la claramente diferente vibración con la que mi mente capta cada idea escrita en un libro, desechando la palabra, menospreciando las sílabas, los diptongos y la fecha de nacimiento del protagonista. Sintiendo, elaborando complejas y fantasiosas ideas e imágenes. Poniendo en marcha mi imaginación, no recordando las palabras sino continuando o tergiversando el sentimiento que lo que acabo de leer me produce.

Exteriormente se me puede ver absorto, riendo sin estímulo externo, haciendo una pirueta no catalogada. Lo que calificaría de «yo disfrutando de ser yo», que en realidad es el único yo, ese es el «yo» que va y viene con el viento, que es capaz de escuchar entre el ruido, que en el mar es el mar.

Hay una frase célebre que no recuerdo con precisión y que, por suspuesto, no sé quién ni cuándo ni si realmente llegó a decirse: «La fuerza está en tu interior (Luke?)». Este es sin duda un sentimiento poco acertado. No hay interior/exterior. No hay contenido/contenedor. Suponer un contenedor con contenido es suponer un líquido no derramable, un gas no expandible, un límite a lo que somos. La realidad es que «yo» no tengo contenedor, no tengo límites, me derramo y me expando.

Lo que me importa realmente es que no recuerdes mi nombre, inexpresivo y constante, no tiene valor alguno. Ni que esta divagación pública termina de una forma inesperada, con una letra buscando un «yo» que le dé vida.

A

Pensado por algo más que huesos a las 12:16 | Categoría: ser o no ser cebolla
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